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FRANCISCO PARREÑO | NUEVO ENTRENADOR DEL REAL AVILÉS

El portero que tiene en sus manos el ascenso del Avilés

El técnico vive "obsesionado" con el fútbol y recuerda su niñez en Córdoba recuperando balones alrededor del campo para poder jugar

Paco Parreño. MARA VILLAMUZA

Se dice un obsesionado del fútbol y, sobre todo, de la metodología de los entrenamientos. "No sirvo para otra cosa", confiesa Francisco Parreño Granados (Córdoba, 16 de junio de 1949), Paco Parreño, que se ha puesto al frente de la primera plantilla del Real Avilés para afrontar los últimos partidos de Liga y la fase de ascenso a Segunda División B. Es todo un reto tras años sin ocupar un banquillo, pero no le importa aceptarlo, porque lo de entrenar lo lleva dentro. "En este tiempo he visto más entrenamientos que partidos", sostiene.

Regresa al equipo blanquiazul, al que entrenó ya en la campaña 1998-1999, insistiendo en que estaba deseando volver a Asturias, de la que quedó "enamorado" en aquellos meses. En su primer entrenamiento en el Suárez Puerta, que vio reinaugurar en aquella temporada, lo dijo: "Estoy buscando por aquí los pedacitos de corazón que me dejé". Y al darse cuenta de que podía sonar demasiado manido, añadió: "Sé que parece un tópico, pero la gente que me conoce sabe que no digo nada que no sienta. Ya tengo una edad y no me hace falta. Hay dos equipos que no he dejado de seguir desde Alcoy -donde residía hasta la semana pasada y donde fue durante años profesor de educación física-, mi Córdoba y el Real Avilés".

Y sí tiene "una edad", no le importa reconocerlo a sus 67 años. Seguramente no le importe que se sepa porque tiene la misma energía y ganas que en los años en que ocupó los banquillos de continuo, entre 1981 y 2005. De hecho, bromea con que es "un poco vigoréxico". Eso ha hecho que elija una vivienda poco habitual para el tiempo en que esté en el Avilés, el centro de tecnificación de Trasona, la misma que ocupó en su anterior etapa en el Avilés. "Estoy exactamente en la misma habitación. Lo pedí y resulta que estaba libre. Al asomarme a la ventana parece que estoy sobre el agua, es el paraíso", comenta, siempre en tono pausado. Y explica que llega al centro, se enfunda el chándal y va, o bien a caminar o a correr por los alrededores del embalse "meditando", o al gimnasio. "Yo no estoy ya para estar en el centro de una ciudad, para ir a cafeterías o no sé donde, no me hace falta. Me gusta la soledad", sostiene.

Sus pasos le han llevado a lo largo de su vida deportiva a diferentes puntos del país. Como futbolista, concretamente como portero, ha defendido camisetas tan importantes como la del Hércules, el Rayo o el Recre, en Segunda División, o el Español en Primera, además de la del Alcoyano, donde debutó como entrenador, con 31 años. Ya como técnico, estuvo también en el Ontinient, Eldense, Nástic de Tarragona, Cartagena, "su" Córdoba, el Mensajero, el Águilas, el Alcorcón... Incluso ha tenido sus oportunidades de dar el salto más arriba. "Una noche me acosté siendo entrenador del Español, estaba todo hecho, y cuando estaba en el coche para ir a firmar, me llamó mi representante que me diera la vuelta, que algo se había torcido", recuerda. Tampoco tuvo suerte cuando estuvo a punto de volver al Córdoba con el equipo en Primera. "Vi por la tele que al presidente que me iba a fichar lo habían detenido por el caso 'Malaya' y me dije, 'nada, otra vez'", relata.

A los 15 años, se fue a la cantera del Betis y ahí comenzó su ascenso. "En el Hércules me pude traer a mis padres y hasta les compré una casa. Siempre les ayudé en todo lo que pude como hicieron ellos", señala. Mucho habían cambiaron las cosas desde su niñez en Córdoba: "Éramos pobres, muy pobres. Yo me acuerdo de ir al entrenamiento del Córdoba a ver si caía algún balón por fuera del campo para llevármelo. Jugué desde que nací e iba consiguiendo mis guantes y los balones como podía".

Por eso, echa de menos cómo vivían el fútbol los niños de antes. "Ya no hay sitios donde jugar en el barrio. Antes, terminábamos de entrenar y nos poníamos a hablar de como nos habían salido los córners o el gol que marcó alguien, ahora los ves con la tablet a lo suyo, pero también tienen muchas más facilidades para poder jugar y eso es bueno. Son épocas diferentes, ni mejores ni peores, solo diferentes", comenta.

Ahora es afable y conversador, pero también se le nota que, cuando se le buscan las cosquillas, saca el genio, aunque afirma que ha cambiado desde su anterior etapa en el Avilés. "Supongo que es la experiencia. Creo que he aprendido mucho de mis aciertos y mis errores, que han sido muchos, incluso cuando estuve en este club. Me fui con la sensación de que había empezado un buen camino que no pude concluir". También se confiesa un maniático. "Mis manías no puedo contarlas porque alucinarían. En el campo tengo muchísimas, desde que entro hasta que salgo, todo son manías", afirma. Su ilusión ahora es llevar al equipo a Segunda B y en ello tiene puesta la cabeza a todas horas. "Mientras paseo por el embalse voy pensando en cómo hacerlo", comenta.

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