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La mansión de los cuentos

Los caballos de la Guardia Real (y III)

Gracias a sendos mechones mágicos de pelo de "Nelson" y "Wellington", la narradora de los cuentos de Ratonchi puede visitarlos cuando desea

Los caballos de la Guardia Real (y III)

¡Hola, amigos! ¿A que os quedasteis con ganas de seguir leyendo el miércoles pasado? Sobre todo cuando descubristeis que los caballos de la Guardia Real, "Nelson" y "Wellington", hablaban? Pues hoy os dejo la última parte del cuento. Espero que disfrutéis mucho con esta lectura y recordad que nos vemos aquí todos los miércoles, en las páginas de LA NUEVA ESPAÑA...

No me podía creer lo que estaba ocurriendo: Me hallaba en un castillo francés, en las Cuadras Reales, hablando con los caballos más elegantes y bellos del mundo que además eran fans de Ratonchi. No podría contar esta anécdota a nadie, pues me llamarían loca. ¿Os lo podéis imaginar?

-Amiga escritora, nos gustaría que nos contases uno de tus cuentos, ¿podría ser?

-¡Pues claro que sí!- les dije.

Todos comenzaron a reír y relinchar, y yo me senté en una silla para acomodarme y comenzar a contarles el cuento, que por supuesto fue Ratonchi.

Pero antes de comenzar, "Nelson" me interrumpió:

-No debemos ser mal educados con nuestra invitada; a cambio te daremos algo que te traerá muy buena suerte: un trocito de nuestra crin. Deberás guardarla y así siempre tendrás suerte. Cuando quieras volver a vernos, ese trocito de crin será tu llave. En las noches de luna llena, debes coger las crines con tu mano y apuntar hacia la luna, como si se las mostrases. Debes mover tu mano haciendo un círculo en sentido de las agujas del reloj y dos veces en el sentido contrario, después de esto debes dar tres palmadas y tocarte la oreja izquierda. Solo de este modo, se abrirá una puerta mágica estés donde estés que te traerá con nosotros.

Me quedé maravillada, así que cogí unas tijeras pequeñas doradas y les corté a "Nelson" y "Wellington" un trocito del pelo de sus crines. Lo até con un lacito y lo guardé en el bolso.

Comencé a contarles el cuento de Ratonchi. Pero cuando llevaba unos pocos minutos, una pata de la silla en la que estaba sentada se rompió y caí hacia atrás, dándome un golpe muy fuerte en la cabeza. Lo siguiente que recuerdo es que estaba en la enfermería del castillo, con un médico examinándome la vista y una enfermera tratando de despertarme.

-¿Está usted bien?- me preguntó el doctor.

-Sí, sí -dije tratando de incorporarme-, debo ir con los caballos, les estaba contando un cuento y a "Nelson" y "Wellington" les encanta Ratonchi.

El médico y la enfermera se miraron serios: estaban pensando que del golpe que me había dado había perdido la cordura. Les convencí para acudir a la cuadra conmigo a ver los caballos, ellos accedieron con la esperanza de que al ver que los caballos no hablaban, mi cordura volvería por completo. Así que allí nos fuimos. Tras acceder a la cuadra, allí estaban mis amigos:

-¡"Nelson"!, ¡"Wellington"!- dije emocionada al verlos, pero los caballos ni tan siquiera me miraron: estaban comiendo cebada.

-¿Se da usted cuenta que los caballos no hablan? De hecho jamás lo han hecho, pues los animales no saben hablar.

Tras observar que los caballos no me hacían caso, que efectivamente todo había sido un sueño propiciado por el gran golpe que me había dado, me entristecí, pues era una historia tan bonita...

Estaba a punto de marchar del castillo, cuando quise coger la entrada para que me la validasen al salir. Metí la mano en el bolso y noté algo extremadamente suave, lo agarré y lo saqué ¡Eran los trozos de crin de "Nelson" y "Wellington"! ¡Lo sabía, todo había sido real! Me giré rápidamente con la vista puesta en las cuadras, y desde allí los dos caballos me miraban y relinchaban felices. Yo reí y reí sin parar, ¡todo había sido real! Y lo mejor es que, en las noches de luna llena, cierto ratoncito y yo visitamos a los elegantes y flamantes caballos de la Guardia Real.

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