Mazinger Z y el Barón Ashler son dibujos manga del pasado. El editor gijonés Paco Fanjul lo que dice es que "ya tienen tiempo". Es más nuevo, por ejemplo, "Evangelion", una serie de complicado argumento que atrapa aficionados a cientos. "Hay mucha filosofía", apuntan Sonia Uría y María Pérez, que acaban de adquirir dos muñecas salidas de la televisión. "Es el mejor anime que existe", apostillan las dos a coro. Empiezan a comer en la puerta del pabellón de La Magdalena, que acoge este fin de semana la segunda edición del Salón Manga de Avilés, un encuentro que descubre mundos imposibles y recuerdos imborrables y, además, un gato de ojos rasgados que responde al nombre de Natalia Cabrera. Ella, este fin de semana, será un "neko", que es como en Japón se llama a los felinos más domésticos de todos.

"Uno viene aquí a por el libro, pero se queda para echar una partida a una máquina Arcade", confirma Lorenzo Guerra, uno de los organizadores del salón. Esta noche se despide un encuentro friki donde se pueden adquirir tebeos, participar en partidas de juegos de mesa, en concursos de karaoke y donde se puede lucir el atavío de Rakan El Encantador o el de Pikachu con el aplauso de la afición. Avilés está en Japón.

El escenario del Salón del Manga es tan llamativo como el propio manga: la semana pasada acogió la feria del Queso y del Vino, en agosto, el concurso de ganado de San Agustín; todo cabe bajo una techumbre que abre la imaginación de par en par. "El manga es un tipo de dibujo que proviene de Japón, pero que también se produce en Corea o aquí en España", dice Fanjul. "Algunos dicen que no, que lo de aquí es iberomanga, pero bah", apunta. Pertenece a una asociación que lleva por todas las ferias de manga sus propias ediciones. "Así nos ahorramos el viaje", dice. Entre sus manos tiene "The Rocketman Project", una revista de relatos e historietas autoconclusivas. Pero no sólo eso, también vende cómics de superhéroes españoles o brujas gallegas.

En la zona de juego hay máquinas Sonic y también ordenadores con wii incorporada. Unas cuantas bailan al ritmo que marcan las criaturas digitales mientras los mayores echan una partida a esas máquinas que funcionaban con monedas de cinco duros. Carlos Rodrigo acompaña a su hijo Cristian. Este es el que juega. "Yo no sé", confiesa mientras no aparta la mirada de la pantalla y de su hijo. En la máquina de al lado hay una pareja que le dan al "joystick": los ochenta no están tan lejos del presente.

Aunque ayer no anduvieran por La Magdalena ni Heidi, ni Candi Candi, ni tampoco Óliver o Benji sí estaba Lizzie Hearts o, también, Len Kagamine. No eran los de verdad, pero se les parecían. Covadonga Cobo explicó que ella era la hija de la Reina de Corazones, Martín Rotella lucía como un personaje salido de "Vocaloid". Mientras tanto, Lucía Mira y Noa Álvarez repartían abrazos como osos peluche escapados de Pokemon. Y todos saciaban el hambre con los dorayakis de David Muñoz. Con miel de Ibias, para seguir siendo frikis.