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ÁNGEL FERNÁNDEZ LLANO | SACERDOTE, EL MARTES CUMPLE 90 AÑOS, 30 DE ELLOS EN AVILÉS

El trotamundos de la sotana

El rector de la iglesia de San Antonio, antes párroco de Sabugo, da el perfil de cura total: ha sido pastor de comunidades rurales, mineras y urbanas

Ángel Fernández Llano, en la iglesia de San Antonio de Padua, de la que es rector. RICARDO SOLÍS

Ángel Fernández Llano es con permiso del emérito Ángel Garralda, que ya ha soplado 95 velas, el cura en activo más veterano de los que viven en Avilés. Cumplirá 90 años el próximo martes, un tercio de los cuales los ha pasado en la ciudad, fundamentalmente en la parroquia de Santo Tomás de Cantorbery, a la que llegó el mismo día de su sexagésimo cumpleaños. A una edad en la que la mayoría de las personas hace planes de jubilación, este sacerdote todoterreno desplegó entonces toda su energía para afrontar el reto de la exigente plaza sacerdotal de Sabugo. Y cuando con 87 años a la espalda le llegó el momento de la jubilación, fue incapaz de negarse al postrero -que no último- servicio que le pidió el Arzobispo: hacerse cargo del templo de los Padres Franciscanos -hoy San Antonio de Padua- para evitar que quedara cerrado al culto debido a la marcha de la comunidad de frailes que lo ocupó durante centurias.

Fernández Llano asevera que en los momentos de debilidad su fe se alimenta del trabajo con la gente y de la vocación de servicio que orienta su vida, lo que de ser cierto -y no hay motivo para dudarlo- le convierte en un referente porque su periplo dentro de la Iglesia asturiana es de los que hacen silbar de asombro: seminarista durante doce años en la España de posguerra, cura rural a caballo entre Asturias y Galicia cuando los caminos aún eran de cabras, párroco de Noreña y a la vez capellán de la residencia del albergue del Tribunal Tutelar de Menores, cura en lo más profundo de la Cuenca del Nalón en los años previos y posteriores a la Huelgona de 1962, párroco de Ciaño (Langreo) y profesor en el instituto del Entrego, vicario episcopal de Occidente, rector del Seminario de Oviedo y en paralelo cura de Sotres, Bulnes y Camarmeña (Picos de Europa), párroco de Santo Tomás de Cantorbery (Avilés) y, en la actualidad, rector del templo donde reposan los restos mortales del marino Pedro Menéndez. Esta relación es sucinta porque entrar en detalles de los cargos, desempeños y proyectos realizados que dan brillo al curriculum de Ángel Fernández Llano sería demasiado prolijo para esta página y molesto para la humildad del protagonista.

Nació en el seno de una modesta familia de campesinos de Anayo (Piloña). Tercero de seis hermanos, Dios se cruzó en su camino siendo aún niño por designio de los rectores del seminario ovetense, entonces con sede provisional en Valdediós (Villavisiosa). La escasez de curas tras la guerra civil aconsejó hacer campañas de captación para revitalizar la causa cristiana y Ángel Fernández Llano fue uno de los seleccionados. La sólida educación religiosa que había recibido en el seno de una familia practicante avaló el acierto de la elección.

Fueron doce años de preparación para vestir los hábitos, un tiempo en donde pasó por los seminarios de Valdediós, Tapia y Oviedo y que le sirvió para modelar su vocación de servicio: "Ser cura es servir", suele decir. Y predica con el ejemplo. Pocos podrán declarar que escucharon una negativa en boca de don Ángel, como es cariñosamente llamado en Avilés, por cuyas calles camina a diario con brío haciendo que los 90 años que está muy cerca de cumplir parezcan muchos menos. Huelga decir que si el aspecto físico es excelente, el mental no le va a la zaga: prodigiosa memoria, sentido del humor y capacidad analítica para, con un mohín -como tratando de no herir susceptibilidades- criticar ciertos aspectos de los "tiempos modernos": el individualismo imperante, la incomunicación de las personas, la esclavización tecnológica...

Fernández Llano es, según se mire, un moderno chapado a la antigua o un antiguo que pasa desapercibido en la modernidad. Su inseparable alzacuellos evoca tiempos de sotana, pero su verbo suena fresco en el siglo XXI. Los fieles que le conocen desde hace años y como él peinan canas le tienen devoción así sea por la sintonía generacional, pero en sus misas -dos al día, la del dominmgo a mediodía siempre de bote en bote- siempre hay grupos de gente joven que empatiza con un cura que derrocha bondad y comprensión.

Puede que haya sido su periplo sacerdotal el que forjó a un cura cercano a la gente. En sus años de pastor rural -pidió voluntariamente irse a Navia de Suarna (Lugo), un paraje que en invierno queda aislado por la nieve- llegó a hacer de escribano de quienes, analfabetos, querían enviar cartas a los hijos que tenían en la mili. La mano de Dios llevaba años sin dejarse ver por aquellos andurriales y don Ángel tuvo trabajo extra para recomponer el desaguisado. A modo de ejemplo, el primer año dio la primera comunión a 70 personas, cifra insólita en una pequeña comunidad de montaña y que se explica sólo por el hecho de que las edades de los comulgantes estaban comprendidas entre 8 y 18 años.

En la Hueria de Carrocera (Langreo) convivió con las familias mineras que osaron rebelarse contra la explotación laboral en pleno franquismo y fue sospechoso de colaborar desde Cáritas con la red de solidaridad popular conocida como Socorro Rojo. En Noreña puso una emisora de la Cope al servicio de lo que hoy se llamaría "reinserción social de niños procedentes de familias desestructuradas" por más que el interesado siga hablando de "un reformatorio donde metían a chicos que por cuestiones familiares tenían una vida difícil; no eran delincuentes". Al pan, pan. A sus 90 años, don Ángel se ha ganado el derecho a llamar las cosas por su nombre y lo ejerce.

Esta honestidad, tanto de palabra como de obra, ha marcado la vida del sacerdote tanto como su vocación de servicio y su capacidad de trabajo: "No entiendo a la gente que dice aburrirse", confiesa. Esa inquietud permanente le valió en ciertas etapas de su vida el mote del "cura albañil", pues es proverbial la afición de Fernández Llano a hacer obras: lo mismo repara una techumbre que sanea una fachada. Las campanas horarias y el órgano de la iglesia grande de Sabugo le deben parte de su sonido.

El martes próximo, doble aniversario, de su nacimiento y de su llegada a Avilés, Ángel Fernández Llano va a estar en un papel incómodo para su gusto: le va a tocar recibir en vez de dar. Tendrá que recoger el cariño de la gente avilesina que ha preparado un acto de reconocimiento con eucaristía en la iglesia de San Antonio y ágape posterior. Brillante punto y seguido para una vida basada en la generosidad.

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