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Ramón Garay, preso del olvido en su Avilés natal

Los musicólogos acuden al rescate de la figura del avilesino, considerado el más importante creador de sinfonías de España

Alumnos del Conservatorio "Julián Orbón" ejecutan una obra sacra de Ramón Garay en una pasada edición de la Semana de Música Religiosa de Avilés. RICARDO SOLÍS

El compositor barroco Ramón Garay es el músico más importante que ha dado nunca la historia de Avilés. Y se le recuerda en su ciudad porque da nombre a una calle del Reblinco, un barrio cuya recuperación urbanística está sujeta a un convenio firmado a tres bandas entre el Ayuntamiento, el Principado y el Ministerio de Fomento y que no termina de desarrollarse del todo. "La última vez que fui a Avilés quise ver la calle. El taxista me desaconsejó ir dadas las características y el abandono del barrio donde se encuentra, pero yo necesitaba buscar las huellas del compositor", comenta el musicólogo andaluz Pedro Jiménez Cavallé, que ha estudiado la figura de Garay, un compositor que califica de "epígono de Haydn, el más importante creador de sinfonías de España".

Jiménez Cavallé, en este punto, es de la misma opinión que Víctor Pablo Pérez, el director de la Orquesta y el Coro de la Comunidad de Madrid. Pérez, este pasado mes de junio, organizó en Madrid el maratón de sinfonistas mundiales: catorce horas enteras escuchando "nueve novenas": las de Beethoven, Haydn, Schubert, Mozart, Bruckner, Dvorák, Shostakóvich, Mahler y, por supuesto, también la del avilesino Ramón Garay, el único español de la lista. "Los españoles no habían destacado ni en la composición de óperas, ni en la sinfonías", determina Jiménez Cavallé. "Ahí radica su importancia", explica el estudioso andaluz.

La calle de Ramón Garay es una de las incluidas en el Área de Rehabilitación Urbana (ARU) del Reblinco y Villalegre. Según este plan, los números 8 y 10 de esta calle debían ser derribados al ser infraviviendas. El edificio número 8, de hecho, ya no existe. El otro está pendiente de que su ocupante deje su casa. Con estas dos acciones, la memoria del compositor quedará más mellada que nunca.

La rehabilitación artística del compositor es un trabajo que inició José María Martínez, el antiguo director del Conservatorio Julián Orbón -el otro compositor avilesino superlativo-. Martínez es el impulsor de las Jornadas de Música Religiosa que se celebran cada año como paso previo a la Semana Santa y tiene como proyecto reestrenar en Asturias cada una de las sinfonías del epígono de Joseph Haydn. Este objetivo lo tiene a medio cumplir: en el marco del festival que coordina ha dirigido la Quinta, la Octava, la Novena y la Décima sinfonías de Ramón Garay. "Me faltan seis sinfonías por hacer en Avilés", apunta Martínez. Jiménez Cavallé propició la interpretación de la Quinta de Garay en el Festival de Granada. Luego ha venido Víctor Pablo Pérez y, al final, un redescubrimiento de un grande del Barroco, tan grande como para codearse con Beethoven o Mahler.

¿Y quién fue de verdad Ramón Fernando de Garay Álvarez? Pues un músico que nació en el barrio de pescadores de Avilés, en Sabugo, en 1761, el mismo año en que Wolfgang Amadeus Mozart había comenzado prematuramente su carrera musical. Garay, con los años, acabaría como maestro de capilla de la catedral de Jaén, y el austríaco como encarnación del talento musical. "Pero las influencias principales de Garay vinieron de Haydn. Conoció su obra y se volvió loco", sentencia Pedro Jiménez Cavallé. "Pese a lo que se pueda pensar: Mozart tardó en tener entrada en España", apostilla el estudioso de la obra del avilesino. "Garay murió en 1823 y en 1850 todavía se seguía hablando de él", asegura Jiménez Cavallé.

"No era para menos: compuso diez sinfonías en Jaén. Su obligación era componer música religiosa, las sinfonías no salieron del mismo contrato", apunta Jiménez Cavallé, que concluye reivindicando el objeto de su estudio. "No me parece un acierto que el mejor músico del Barroco español tenga sólo una huella en Avilés y, menos, que sea esa calle en El Reblinco", destaca el musicólogo. Una calle en ruinas, con futuro encapsulado por un proyecto burocrático.

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