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Concejo De Bildeo | Crónicas Del Municipio Imposible

El tabernero prodigioso

La historia de Vespa, su peculiar forma de servir carne y la comilona de unos furtivos que habían cazado y guardado un jabalí

El tabernero prodigioso

De nuestro corresponsal, Falcatrúas.

Con frecuencia se deja llevar este corresponsal por su cariño a la nación, es decir, donde se nace, Bildeo, dando por sentado que todos los vecinos, y por extensión cualquier aldeano, es un dechado de virtudes por el simple hecho de ser de pueblo. Pues en las aldeas hay tanto hijo de su madre como en cualquier otra parte, acaban vendiéndote la burra coxa y tú sigues creyendo que hiciste un gran negocio.

Vespasiano, alias el "Vespa", menos mal que no salió Lambretta, pertenecía al clan de los Feriantes, estirpe bildeana de ascendencia fenicia. Nació para ser negociante, tenía que haber sido banquero o ministro porque la sangre de estafador ya la traía de raza, fue el que inventó los trueques en la escuela. Aquí todos recuerdan cuando se presentó en Cá los Amarrateguis reclamando una vaca a Xuacón, el jefe de familia porque se la había cambiado a Mario, su hijo, en la escuela por cuatro bolas de rodamiento.

-Las bolas voy arrancátelas a ti como no desaparezcas, espabilao.

Vespasiano no se arrugó y le echó en cara a Mario su silencio:

-Mario, dile a tu padre si es verdad o no que aceptaste darme una vaca por las bolas de acero que me trajeron de Francia.

El Vespa marchó sin la vaca, pero aprendió que los tratos hay que cerrarlos en condiciones para no romperlos por una menudencia. Además, las bolas de acero eran de un rodamiento francés, valían lo suyo.

Nada más venir de la mili se estableció en La Garita, una antigua venta al lado de un puente sobre el río grande en la zona conocida como Veigantel. Su negocio de tienda y bar iba tirando, era el paradero de mucha gente que acudía a las ferias y mercados que se celebraban regularmente cerca de allí a tomar la arrancadera antes de regresar al pueblo.

Un día se enteró de que en Bildeo alguien había tirado al río un cerdo de diez arrobas muerto de alguna enfermedad indeterminada y que no se atrevieron a aprovechar; una gran pérdida, mejor hubiera sido que muriera algún viejo de la casa, había cuatro, para tener una boca menos; en cambio, muerto el gocho, eran las mismas bocas y menos la matanza disponible.

Vespa no sabía gran cosa de cocina, lo imprescindible para sí mismo, vivía solo; recordaba cómo su abuela echaba todos los ingredientes en la pota, la ponía al fuego quitando un par de aros de la cocina de leña, atizaba lo justo y ahí la dejaba la mañana entera. El inconveniente era que todos los comistrajos del Vespa sabían igual, pues llevaban indefectiblemente patatas, chorizo, morcilla, un cacho de tocino y otro de jamón o lacón, agua, sal, un poco de pimentón, ajo y cebolla; lo único que variaba era la legumbre: fabas, garbanzos, lentejas, arvejos y arroz.

Vespa estuvo de guardia en el puente un día y una noche, hasta que vio bajar el bulto de carne; lo pescó, le sacó los mondongos en la orilla, marcharon las tripas como serpentinas en el agua camino de la mar y corrió a pedir ayuda a Xuaca Cebolles, una anciana que vivía sola en una casa con una parte caída y la otra apuntalada, rodeada de pitas y gatos.

-Tranquilo, Vespasiano, la carne va a estar muy buena.

Le entregó un cargamento de hierbas para mezclar con una lista de veinte o treinta ingredientes, todo lo que tuviera a mano, y que adobara la carne un par de días. Ajo, vino tinto, coñac, miel, aceite, la de Dios.

-Y lleva esta tartera grande, yo me bañaba antes en ella.

En los días siguientes, Vespa obsequió con generosos pinchos de carne guisada a sus parroquianos, que no pararon de alabar una vianda tan exquisita. Fue preguntando disimuladamente, pero ni murió nadie en las semanas siguientes, ni nadie identificó la carne con el cerdo arrojado al río.

Fechas después, unos cazadores estaban buscando un lugar discreto donde les preparasen un jabalí que acababan de cazar ilegalmente y que tenían escondido en alguna parte del Hemisferio Norte. Con la fama recién adquirida por Vespa como cocinero no lo pensaron más y, unos días más tarde, cenaron el jabalí más famoso de la Guerra Civil para acá.

Eran veinte a cenar, disfrutaron como nunca, bebieron, cantaron y amanecieron por las cunetas. Horas más tarde, estaba Vespa limpiando las huellas de la bacanal y llegó la pareja de la Guardia Civil.

-Ayer cenaron aquí unos furtivos. Confírmanos sus nombres, tú estás el primero, os va a caer un buen paquete.

Vespa leyó la lista sin pestañear.

-Falta el nombre del sargento de la Guardia Civil de Grado, era el que llevaba la voz cantante.

Seguiremos informando.

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