El Cabo Peñas no es Tarifa, Cádiz, aunque la noche del jueves pudo parecerlo para algún despistado. Eduardo Guerrero y sus bailes flamencos generaron ese espejismo, fruto de la garra, la mirada y los artísticos movimientos del bailaor. Zapatea y su duende sale a escena. Guerrero hace honor a su apellido, danza y golpea con sus manos el cuerpo. Muestra pasión, gira su cuerpo atlético y palmea. Camina coqueto y busca la reacción del público. Los asistentes enmudecen, solo aplauden al final de cada pieza.
Las palmas y los cantes de Anabel Rivero y Manuel Soto y los dedos de Javier Ibáñez a la guitarra generan un espacio mágico, propio del Sur, pero en el Norte. Y no son sevillanas, es flamenco puro, arte gitano. Todo junto al faro más al Norte de Asturias. Apenas corrió la brisa en una noche despejada y de mar en calma, quizá los movimientos de Guerrero la frenaron ya que en Peñas suele soplar el viento con alegría. Y con "Alegrías en el Faro" despidió un concierto en el que el cabo más al Norte fue un poco del Sur.