El Gran Hotel descubre estos días su nuevo caparazón entre verde caqui y amarillo vainilla. "Era necesario: los ornamentos y la fachada misma necesitaban ya un repaso, además, había que reparar algunas entradas de aguas", señala Amado González Hevia, "Favila", que, aparte de pintor, forma parte de la comunidad de propietarios de uno de los edificios más singulares del barrio de Sabugo. El Gran Hotel -hace años que lo contaron los hermanos De La Madrid- fue la mecha que tenía que haber iluminado el deseo de ser burgués de una villa que se hacía rica con el dinero llegado de América. Pero fracasó. Hace un siglo que se inauguró el primer centro turístico de lujo de Avilés. A partir del 14 de julio de 1917, el concejo vivió el sueño efímero de codearse con San Sebastián o Santander. "Pero la reparación que hemos encargado no tiene nada que ver con el centenario. Había que hacerla", insiste Favila. "Sólo coincidió".

Hace dos décadas vivió su primera restauración exhausitiva: se vació por dentro para volver a levantar uno de los edificios más lujosos de la ciudad. Cuenta con una decena de propietarios y con cuatro plantas habitables. La primera alojó en su momento oficinas del antiguo Banco Español de Crédito (Banesto): ahora hay pequeños apartamentos. Las plantas segunda y tercera cuentan con pisos y en la cuarta, dúplex.

El aspecto exterior sigue manteniendo ahora el esplendor que lució en los primeros años del siglo pasado, cuando el arquitecto municipal Armando Fernández Cueto lo diseñó, un trabajo que había ordenado el empresario millonario Ceferino Ballesteros Alba, el impulsor también del teatro Iris, otro de los emblemas de aquel Avilés burgués de los años dulces de la neutralidad en la Primera Guerra Mundial. Ballesteros, lo señala el periodista Luis Muñiz, vivía en Madrid, en un palacete en pleno paseo del Prado.

El edificio que ahora se desprende de parte de la armadura de los andamios, lo recuerdan los hermanos De la Madrid en su libro "Cuando Avilés construyó un teatro", tenía un objetivo primordial: atraer el turismo señorial que también elegía para sus ocios estivales, por ejemplo, el María Cristina de San Sebastián o el Sardinero de Santander. El Gran Hotel, de haberse repartido estrellas hace un siglo, habría aspirado a tenerlas todas, pero el proyecto falló estrepitosamente: el mar de Avilés está en Salinas y, aunque se estaba instalando el tranvía eléctrico, no era lo mismo que caminar unos pocos pasos para tomar baños de olas, como hacían en las otras capitales cantábricas. Se da la circunstancia de que Ballesteros, el promotor del hotel, fue también uno de los promotores de la Compañía del Tranvía Eléctrico. En todo caso, el primer establecimiento turístico de relumbrón de la ciudad contó en su inauguración con 80 habitaciones, 16 de ellas con cuarto de baño y teléfono propio y un comedor para 400 comensales. El precio por noche no estaba mal: a partir de 10 pesetas por pensión completa.

El hotel no duró más allá de ocho años. En junio de 1925 lo compró Eduardo Hidalgo, el delegado de Ballesteros en Avilés. En el edificio se alojó, entonces, el club de Avilés. Luis Muñiz señala que también sirvió de hospital y comedor social. También acogió al Centro Asturiano de La Habana. A partir de entonces, los propietarios modificaron el futuro que le aguardaba. Acaba de concluir su primera fase de restauración.