La crisis y su posterior resaca han puesto en entredicho la máxima bíblica que dice "ganarás el pan con el sudor de tu frente". Y es que el 14 por ciento de las personas que tienen un trabajo no reciben por él una prestación económica que les permita vivir con una mínima holgura por encima del umbral de la pobreza, fijado en 684 euros mensuales. Esta es una de las alarmantes conclusiones a las que han llegado los autores de la séptima actualización del informe Arope sobre el estado de la pobreza en España, un trabajo que ayer fue objeto de análisis y debate en el transcurso de unas jornadas sobre inclusión social celebradas en Avilés y que registraron una asistencia tan multitudinaria que el aforo del salón de actos de la Factoría Cultural se quedó pequeño.

Asturias comparte esa estadística, y aún otras peores, como la alta incidencia de la baja intensidad laboral por hogar en dos colectivos especialmente amplios: las personas mayores de 45 años y las que tienen edades comprendidas entre 16 y 29 años. El indicador de la intensidad laboral por hogar compara los meses que podrían trabajar los miembros de una unidad familiar y los que realmente trabajan.

"La baja proporción de trabajo está relacionada con la precariedad y con la existencia de empleo efímeros", manifestó José Antonio Llosa, colaborador del grupo de investigación de Psicología Social de la Universidad de Oviedo y miembro de la asociación Vitae Siglo XXII, una organización que tiene por objetivo divulgar el conocimiento obtenido con la investigación social en materias como la pobreza y la inclusión social, entre otras materias.

Llosa es de la opinión de que sólo "una reforma de la regulación laboral orientada a la creación de puestos de trabajo de calidad, algo que debería ser prioritario para cualquier Gobierno" podría revertir la actual tendencia de "empobrecimiento laboral". El investigador reseñó en las jornadas avilesinas sobre inclusión social que "la salida de la crisis no se está traduciendo en una mejoría de los indicadores de exclusión social porque la desigualdad no deja de crecer". Es decir, razonó, "la riqueza cada vez está peor repartida", lo que enlaza, según expuso, con que "cuando estalló la crisis los primeros en ser impactados fueron los más desfavorecidos y ahora que parece remitir, son éstos mismos los últimos en beneficiarse".

Otros ponentes advirtieron en las jornadas de la creciente desconfianza social existente hacia los beneficiarios de las políticas sociales -"la creencia de que se llevan más de lo que les corresponde"- y en especial alertaron del peligro de la generalización del estereotipo que les asocia con la imagen de "parásitos". Respecto al trabajo desde las áreas de servicios sociales, los expertos defendieron la conveniencia de "dar a cada cual lo que necesita antes que a todo el mundo lo mismo".