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Concejo de Bildeo | Crónicas del municipio imposible

La conquista de América

Dos hermanas con nombres continentales

La conquista de América

De nuestro corresponsal, Falcatrúas.

Pablo el de Cá L'Oteiro, más conocido por Pabloteiro, tenía dos mujeres y un rebaño fíos; su casería en Bildeo iba viento en popa, había salud por la parte del ganao y la de la familia tampoco pintaba mal. Las dos mujeres eran las troncales de la casa, Pablo vino de otro pueblo a casarse con una, África, y llevó la otra, América, de propina, pero a pesar de bregar con dos continentes, no hubo mayores problemas.

Los bildeanos, que son unos peleas del carajo, pasaron años preguntándose qué hubiera ocurrido si en lugar de dos hermanas fuesen tres o cuatro y qué nombres tendrían. Francisco el Taberneiro, mientras rellenaba la jarra de porcelana con vino de pellejo, preguntaba a los parroquianos presentes en su cantina si serían aceptables como nombres de mujer los de Europa, Asia, Oceanía, o habría que recurrir a Antártica, Pola Norte, Pola Sur, incluso a la Corriente del Golfo, que acabaría siendo de la Golfa.

Manolón Fardel no dejó pasar la oportunidad de presumir de intelectual, politólogo o entendiólogo, que es como se denomina ahora a los miembros de las tertulias radiofónicas y televisiónicas:

-Voy a haceros una pregunta a los presentes, a ver cómo andáis de cultura asturiana, antes de andar por Asia y los polos. ¿Cuántas Polas tenemos en Asturias?

Pepe Torazo saltó a la palestra como un resorte:

-Esa ye una pregunta pa guajes. Tenemos cuatro, como dice la canción de Las cuatro Polas.

Y allí mismo, sin más acompañamiento que el de los tragos de vino de los tertulianos, se echó a cantar:

"Nací en la Pola de Lena,

cortexé en Pola de Siero,

caseme en Pola de Laviana

y vivo en Pola de Somiedo".

Terminada la canción todavía tuvo aliento para remachar que faltaba añadir Pola de Allande, que aunque no entraba en las rimas de la canción ahí estaba, como Pola suplente.

-¿Y Pola de Gordón?, -preguntó uno, allá al fondo, medio en penumbra, no se veía quién era.

-Esa queda pa León, hombre, hablamos de las que hay en Asturias.

Ramón el Tumbao habló el último, como casi siempre, para echar el tres de triunfo y quedarse con el juego:

-Pues yo sé unas cuantas más, me extraña que no las conozcáis vosotros, que sois tan listos...

-No hay más, -dijeron todos los presentes unánimemente, mirándose unos a otros para darse seguridad, con aquel paisano nunca se sabía por dónde venían los tiros.

Ramón los desarmó añadiendo las Polas que faltaban:

-Pola mañana, Pola tarde, Pola noche, Pola sierra, Pola montaña, Pola mar...

Lo llamaron de todo menos guapo y tuvo que pagar dos jarras de vino.

Volvamos a Pabloteiro y sus circunstancias. África, su mujer legal, era como un paisano poco agraciado y mandaba más que un sargento de La Legión. Ella decía, y cuando decía ordenaba, lo que había que hacer, lo que había que comprar, vender, arreglar, sembrar... Cuándo comenzaba el mes de la hierba, cuándo era día de ir a misa y cuándo no. Como organizadora y trabajadora, no tenía precio; su marido y su hermana apenas le llevaban la contraria una o dos veces al año, no tenían más oportunidades, era como un reloj suizo. En seis años tuvo siete fíos y así dejó resuelto el tema de la descendencia, remató con dos mellizos como si con ese parto doble cantase las cuarenta y acabase la partida.

América era guapa, salerosa, jovial, irradiaba femineidad por cada poro y siempre estaba feliz. Ella se encargaba de la comida, de la casa y de los chiquillos, que la llamaban Mery, dejando para su verdadera madre lo de Mafry. Pablo era el hombre para todo en la casería.

Cuando se aproximaba una feria de ganado, África preparaba el plan; indefectiblemente, siempre iban América y Pablo a las ferias, ella prefería quedarse en casa.

-Lleváis los tres xatos que hay que vender, mucho cuidao de no bajar de lo que tenemos hablado, si no dan ese dinero por ellos, vuelven pa la cuadra. Lleváis también el caballo y el burro para traer los enredos que lleváis apuntaos y que os acompañen los dos guajes mayores, que aprendan cómo hay que hacer en las ferias para que no los engañen los tratantes.

Puestos a ser sinceros, lucía mucho más la hermana soltera y, como suele ocurrir, los pueblos pequeños son infiernos grandes, las habladurías no cesaban aunque nadie hubiera podido acreditar algo turbio en aquella "extraña" relación familiar, pero la condición humana es la que es. Pasaron los años, pasó la vida y ningún pretendiente se acercó a cortejar y a disfrutar de la belleza y la sonrisa permanente de la espléndida América, que quedó por descubrir.

Seguiremos informando.

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