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La horrorosa enfermedad (I)

La visita de una extraña mujer a un médico para saber los motivos de su desgana y de su mal carácter permanente

Alumnos del colegio de Llaranes, durante una lectura de cuentos de LA NUEVA ESPAÑA de Avilés.

Hola amigos. Hoy os traigo un cuento para hacer reflexionar. Os agradezco enormemente los comentarios tan cariñosos que me enviasteis la semana pasada por el cuento de la frutería. Las próximas semanas serán cuentos navideños, que ya sabéis que me encantan. Os prometo que os estoy preparando algo grandioso. Os deseo una feliz semana y ya sabéis que nos vemos aquí cada miércoles.

Había una vez una señora muy extraña. Llevaba muchos años viviendo sola y nunca salía de casa. No le gustaban las personas y nunca quiso tener amigos. Y, aunque parezca increíble, detestaba a los niños. Pensaréis que hablo de la Bruja Picotera, pero esta vez no.

Nunca quería salir porque sabía que sus vecinos le saludarían educadamente y ella no los soportaba. De hecho, hacía la compra a distancia y mandaba que se la llevasen a casa, así no tendría que ver a nadie en el supermercado. Cuando el repartidor llegaba, la mujer abría la puerta lo estrictamente necesario. Lo miraba con el ceño fruncido y le daba su dinero bien contado, sin que sobrase ni un mísero céntimo. La gente que la conocía decía que era una mujer muy extraña. Pues las pocas veces que la veían siempre tenía un gesto de enfado. Vivía amargada, y eso era muy triste.

¿Por qué esa señora era tan rara? Se preguntaban los niños y niñas cada vez que la veían. Nadie conocía la respuesta.

Pero la mujer tenía un problema que no sabía la gente: veía en blanco y negro. Lo normal es que las personas vean a todo color, pero ella no. Cuando la señora miraba a su alrededor, era como si estuviese dentro de una película antigua. Era muy triste que no pudiera disfrutar de la alegría de los colores, pero así era...

Recordaba que, cuando era pequeña, sí podía ver en color. Pero no sabía en qué momento su visión fue apagándose hasta perder todo el color de la vida. Ya no podía distinguir entre un jersey rojo y uno verde, ni el color de sus pantalones, ni siquiera el de la comida. No sabía si comía paella o arroz blanco. Si bebía vino tinto o blanco, si el semáforo estaba en verde o en rojo, ni si su pelo estaba castaño o cubierto de canas. Y todo así.

Prácticamente se había acostumbrado a ver en blanco y negro. Pero, en los últimos días, parecía que estaba empeorando. Su visión se estaba transformando en negro. Nada más abrir los ojos parecía que estaba sumida en plena oscuridad, como si no los hubiera abierto. Apenas apreciaba los objetos. Lo veía casi todo de color negro, así que decidió que debería ir al médico. Odiaba salir de casa, pero esta vez tenía que hacerlo. Se estaba preocupando. Al salir, los vecinos la miraron. Viendo que tropezaba, pues apenas tenía visión, intentaron ayudarla, pero los miró con desprecio y ellos se alejaron. Los niños tenían miedo cuando pasaban cerca de ella y corrían a esconderse tras sus padres.

Sin cambiar su gesto de enfado, la mujer continuó caminando hasta llegar a la consulta del médico.

Se sentó en la sala de espera unos minutos y enseguida la hicieron pasar.

-Buenos días, cuénteme, ¿qué le ocurre?, -dijo sonriente el médico.

La mujer lo miró desganada: no entendía por qué tenía que sonreírle si no la conocía de nada. Le explicó con detalle su problema de visión y el doctor comenzó a examinarla.

El médico estuvo un buen rato haciéndole distintas pruebas y escribiendo un largo informe. Su sonrisa se había desvanecido.

-Siéntese aquí señora, -dijo muy serio el facultativo.

-Lamento decirle que usted tiene una enfermedad muy grave que afecta a buena parte de la población. Debo reconocerle que es bastante difícil curarse. Pero, con esfuerzo por su parte, le garantizo que puede conseguirlo. Debe ser muy perseverante y hacer de manera rigurosa todo lo que yo le mande. ¿Está usted de acuerdo?

La señora estaba muy asustada, realmente no quería perder la vista puesto que, sin ella, ya nada le quedaría. Si solo viese en color negro, su vida sería aún más triste, siempre sola y sumida en la oscuridad más profunda. Así que asintió al doctor: estaba dispuesta a hacer todo lo que le mandase.

-Como le dije su enfermedad es muy común y por ello tiene tratamiento. Usted padece de "envidiosis aguda". Este mal, no solo afecta a la vista, sino también al corazón.

El relato continuará la próxima semana.

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