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ERNESTO CABALLERO | Dramaturgo y director del Centro Dramático Nacional, el lunes interviene en un acto organizado para conmemorar los 25 años de la reapertura del teatro Palacio Valdés

"Lo políticamente incorrecto, si no es apología, debe tener cabida en el teatro"

"Cataluña es un caso muy evidente de cómo la determinación puede hacer llegar a creer en una realidad ficticia, algo de gran tradición teatral"

Ernesto Caballero.

El nombre de Ernesto Caballero (Madrid, 1958) suele asociarse, como heredero directo de la primera generación de autores y directores teatrales de la Transición española, a los de "monstruos" de la escena de la talla de José Luis Alonso de Santos, Fermín Cabal, Benet i Jornet y José Sanchís Sinisterra, entre otros. El ahora director del Centro Dramático Nacional se graduó en 1983 en Interpretación en la Real Escuela Superior de Arte Dramático, donde se inició en la dirección de la mano de José Estruch, a su vez discípulo de Margarita Xirgu.

Casi siempre aclamado por la crítica, ha escrito cerca de cincuenta obras de teatro y en su faceta de director hay que subrayar la extensa lista de títulos de autores españoles actuales que ha puesto en escena: desde textos de Dulce Chacón a Juan Mayorga, pasando por los de Ignacio del Moral o José Ramón Fernández, todos fueron llevados a escena de su mano. Y aún tuvo tiempo para montajes en los que, como director de escena, revisó obras de Calderón de la Barca, Bertolt Brecht, Miguel Mihura o Rafael Alberti. Su currículo está plagado de premios, el último el prestigioso Valle-Inclán de Teatro por su dirección de "El laberinto mágico".

- El lunes tiene previsto participar en una charla conmemorativa del 25.º aniversario de la reapertura del Palacio Valdés de Avilés, ¿qué recuerdos tiene de esta ciudad?

-Si no me equivoco, la última vez fue para poner en escena "La colmena científica", una obra en la que sale un ilustre asturiano: Severo Ochoa, y aprecié una gran pujanza de la ciudad; estaba muy cambiada. Realmente, a Asturias había aprendido a amarla antes: hice mis primeros pinitos en la Muestra de Teatro Joven de Cabueñes y tuve ocasión de conocer la región.

- Han pasado muchos años de aquello, ¿cuál es su análisis del estado del teatro en España?

-Pasa por una situación de ambivalencia porque si bien es un sector en permanentes dificultades también es cierto que disfrutamos de un apogeo de escritura y de creatividad, hay muchas propuestas y la realidad escénica está muy viva. A eso se añade la percepción de que hay una creciente demanda de teatro por parte del público digna de que la estudien los sociólogos, quizás consecuencia de la saturación de los medios digitales y el deseo de la gente de volver a un formato tradicional. Esto que no dejan de ser buenas noticias no oculta que las figuras de la distribución teatral son mejorables y deberían reformularse para atender a esta realidad emergente de creatividad y demanda de productos.

- ¿Y en esa reformulación tienen cabida tanto los teatro públicos como los privados?

-Cabe todo porque los mecanismos dispuestos para la libre circulación de las obras de arte están obstaculizados por circunstancias económicas, administrativas y políticas.

- Respecto de los obstáculos económicos, es evidente que atravesamos una crisis.

-En el Centro Dramático Nacional hacemos un tipo de teatro que, por número de actores en escena y tipo de montajes, resulta caro. Percibimos, por tanto, las dificultades de hacer girar esas obras y somos conscientes de que atravesamos por un periodo de obligada austeridad. Lo que no quita que, personalmente, lamente que muchas veces nos olvidamos de que la cultura genera empleo y dinamiza las ciudades que invierten en ella.

- Lo que me cuesta más trabajo entender es la existencia de barreras políticas a la libre circulación del teatro.

-Pues existen, o al menos tentativas de politizar las obras. Se supone que hay un pacto para preservar la libertad creadora, pero esporádicamente surgen intentos de veto.

- ¿Qué orienta su trabajo como director del Centro Dramático Nacional?

-Lo que indican sus estatutos: la preservación de la dramaturgia contemporánea, preferentemente la española, y el impulso de la nueva creación. A partir de ahí, trato de procurar que haya diversidad en la oferta y de proponer unos diálogos interesantes para la sociedad. Así mismo, hemos firmado una carta de igualdad para la promoción de la mujer en el teatro, cosa que no puede ser de otra manera en un sector que estaba muy minado por la mentalidad patriarcal.

- Eso último no está en los estatutos.

-Puede ser, pero es necesario. La mujer tiene que ocupar el lugar que merece en la dramaturgia española.

- Le supongo al tanto de las denuncias por el presunto machismo de las letras de determinadas canciones, una polémica que se añade a otras anteriores relacionadas con la publicidad o el cine. ¿Ya ha puesto sus barbas a remojar?

-Esto no es nuevo... ¿Acaso no se dice que Strindberg era misógino? Lo que hay que hacer es relativizar e hilar fino a este respecto porque, por esa regla de tres, Calderón podría ser tildado de fomentar los malos tratos en obras como "El médico de su honra". Una cosa es que en la escena aparezca un personaje terrible -un hombre celoso que mata a su mujer- y otra que con eso se quiera hacer apología de la violencia. Si no entendemos que el tesatro es metáfora, Otelo tendrá que dejar de matar a Desdémona. El teatro es, cuando toca, un espacio para la tragedia donde lo políticamente incorrecto y lo transgresor deben tener cabida.

- ¿Pone usted alguna línea roja a esa libertad creativa?

-No, salvo que el texto sea una clara apología de, en este caso, la violencia machista.

- Antes dijo que trata de proponer, mediante sus decisiones como programador, diálogos que puedan interesar a los espectadores. ¿Cuál son, viendo la actualidad española, los temas que le apetece abordar?

-Lo ficcional está, ciertamente, muy de moda en el mundo en que vivimos. Parece que hay en marcha una gran representación y que la ficción trata de hacerse pasar por realidad.

- ¿Está hablando de los acontecimientos en Cataluña?

-Cataluña ha generado una gran distorsión en nuestra convivencia. Es un caso muy evidente de cómo la determinación puede hacer llegar a creer en una realidad ficticia, algo que enlaza con muchos personajes de gran tradición teatral. Veremos qué pasa cuando los actores se quiten las máscaras.

- El lunes se sube al escenario del Palacio Valdés para hablar de teatro con Juan Mayorga, ¿qué opinión tiene de él?

-Es uno de los nuestros. Trabajé en varias ocasiones con Juan y me parece excepcional, posiblemente sea la figura que recoge el testigo de Buero Vallejo. Es un autor que posee un vasto conocimiento de los mecanismos teatrales y que está dotado de una perspectiva kafkiana para analizar la realidad. Mayorga es un forjador de historias que dejan poso.

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