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Concejo de Bildeo | Crónicas del municipio imposible

Mondo y lirondo

Los entierros como ceremonia social

Mondo y lirondo

De nuestro corresponsal, Falcatrúas.

Mira por dónde, los entierros en los Estados Unidos llevan aparejadas unas ceremonias muy parecidas a las de Bildeo, lo vimos cuando estrenaron la televisión en el bar de Adriano y pusieron una película en la que se veía cómo regresaban del cementerio una brigada de condolientes y entraban en casa del fallecido, arremetiendo contra unas mesas repletas de apetitosas viandas como gochos al duerno.

¡¡¡Iro, Iro!!! Voceaban las mujeres en Bildeo para llamar a los gochos, que andaban sueltos por el pueblo, para que vinieran a comer. Y venían como tiros.

Los bildeanos, con menos lujos que los estadounidenses, también damos de comer a todos los que acuden al funeral procedentes de otros pueblos, por ser parientes, amigos o conocidos del finado y por cumplir con la correspondencia entre defunciones, hoy por ti, mañana por mí, intercambiando participaciones en funerales y bodas, como si se tratase de lotería. Bueno, invitaciones a bodas ya nadie recuerda cuándo fue la última, pues la mayoría de los vecinos ronda los ochenta años; por no mencionar los bautizos, ceremonia que hasta el párroco tiene olvidada, si un día aconteciese un hecho tan insólito, tendría que repasar el libro de ceremonias de la Iglesia Católica, el famoso "Modus Operandi".

Hace ya muchos años, Belisario, un bildeano de los de antes, fue al entierro de un pariente en un pueblo vecino; la costumbre dictaba que la casa del fallecido diese de comer a los que como él, asistían al duelo desde otros pueblos, que podían estar a varias horas de camino de distancia. Tras la misa, pasadas las dos de la tarde, se fueron acercando a la casa mortuoria los llegados de fuera, previamente avisados por los familiares del fallecido para que no se les ocurriera ir a comer a otra casa o, peor aún, marchar sin comer.

Sería imposible sostener esta costumbre ancestral sin el recurso de la solidaridad, especialmente la femenina; imagínense a las mujeres de la casa teniendo que cocinar para los asistentes al entierro enjugándose las lágrimas con el delantal, con qué ganas iban a trajinar entre fogones con un muerto en la habitación contigua, que a lo mejor era su padre o su abuela. Téngase en cuenta que hasta el otro día no hubo tanatorios, los muertos se velaban en casa toda la noche; tampoco había servicios de catering ni otras modernidades por el estilo. Sí señor, la solidaridad de las vecinas:

-Vosotras no preparéis nada, ya nos encargamos nos. ¿Cuánta gente calculáis que va a venir al entierro? ¿Hacemos comida como para doce o quince? Hala, no os preocupéis de cocinar y olvidaivos del ganao, que va con el nueso.

Los velatorios eran harina de otro costal, a veces se llegaba a un desmadre total. Se empezaba la noche tomando cafeses con pingarates, luego unas copichuelas de lo que hubiera por allí, básicamente coñac Siberiano, Fundador, Felipe II y aguardiente de garrafón; con el pico ya caliente, comenzaban las chanzas y los relatos de anécdotas alusivas al finado, ampliadas posteriormente al resto de la parroquia, incluyendo referencias escabrosas de todos los calibres que podrían sacar los colores al propio fallecido.

No es que los bildeanos seamos unos salvajes sin pudor ni respeto a la hora de la muerte ajena, hay pueblos y tribus alrededor del mundo que despiden a los muertos con toda la alegría que pueden, siendo lo de menos las disculpas que quieran dar por el cachondeo: unos dicen que homenajean al fallecido relatando algunos de los momentos más recordados, por su gracia, por su torpeza o por su sabiduría; otros, porque para qué tanto llorar si lo que importa es el recuerdo que nos deja el que se va; y si ese recuerdo es negativo, pues que le den y allá nos espere muchos años. Hay epitafios bien sugerentes: "Fulano de tal descansó; y su familia más".

Se juntaron diez invitados a la mesa para el primer turno, despachando con gran desparpajo arroz con costilla, a algunos les salían los granos por las orejas. Los anfitriones, por si acaso la comida resultaba escasa y alguno quedaba con hambre, habían cocido un lacón de alrededor de cuatro kilos, que yacía en un barreño ovalado que recordaba una duerna, rodeado de medio saco de patatas. Belisario, antes de que alguien fuese a hincarle el diente, habló por todos:

-Agradecemos la comida que nos han preparado, creo que hemos quedado bastante bien, así que vamos a dejar el lacón para que coman los de la casa.

Con esas breves palabras evitó que algunos glotones esbillaran(*) el lacón. Todos entendieron el toque de queda, se levantaron de la mesa y salieron a esparcese.

*Esbillar: eliminar la carne del hueso. Dejar el hueso mondo y lirondo.

Seguiremos informando.

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