Las condiciones de trabajo de los antiguos anguleros de la ría de Avilés les obligaron a echar mano del ingenio para adaptarse a un entorno hostil. La abundancia de rocas (los pescadores se situaban sobre las escolleras para manejar el cedazo) suponía un ejercicio continuo de equilibrismo, con el peligroso añadido de la capa de verdín o algas que suele cubrir las piedras. La solución genial que hallaron los anguleros fue la modificación de las clásicas madreñas campesinas: en lugar de tacos de goma o madera, se clavaban puntas cuyas cabezas redondas hacían las veces de garras que se aferraban a la roca; y para la impermeabilización, se usaba un trozo de cámara de rueda de camión debidamente unido al cuello de la madreña con una tira de cuero sellada con galipote u otro tipo de brea. Tan peculiar calzado es conocido con el nombre de galocha.