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Todos juntos por Navidad

El invento de un rico empresario avilesino para no colocar luces y adornos que fracasó estrepitosamente

Niños del colegio de Sabugo durante una actividad de lectura de los cuentos publicados en LA NUEVA ESPAÑA de Avilés. MARA VILLAMUZA

Hola amigos, hoy podéis comenzar a leer un cuento navideño que seguro que os gustará. Lo bonito y lo importante de la Navidad es que estemos todos juntos, con nuestros seres queridos, los que vemos y los que no vemos que en esta época del año se echan más en falta, pero que también llegan a nuestra mesa el día de Navidad para que podamos sentirlos. Este viernes, os espero a todos en el centro comercial de La Carriona a las 18:30 horas, pues dedican la tarde a Ratonchi. Habrá distintas actividades y contaré un cuento inédito. Desde aquí, quiero desearon feliz Navidad a todos y no os olvidéis de que Ratonchi nos ayudará en esta época del año (su favorita) para que seamos muy felices. Os dejo con el cuento.

Había una vez un hombre avilesino al que se le daban muy bien los negocios. Era un poderoso empresario de unos famosos grandes almacenes. En su afán por innovar y ganar aún más dinero del que ya tenía, comenzó a pensar qué nuevo producto podría vender esas Navidades. Quería inventar algo nunca visto, algo que le permitiese llenar sus galerías de compradores.

Dedicaba horas a discurrir qué podría vender, pero no se le ocurría nada nuevo:

-¿Un árbol de Navidad de oro? No, sería demasiado caro, -pensaba. -¿Espumillón que alumbre en la oscuridad? ¿Un muñeco de nieve que cobre vida? ¿Un Papá Noel que limpie la casa?

No cesaba de pensar y pensar hasta que un día, en plena noche mientras dormía, tuvo una revelación. Despertó sobresaltado y gritando de alegría:

-¡Ya lo tengo! ¡Genial! ¡Por fin sé lo que me hará más rico esta Navidad!

Entusiasmado, se levantó de la cama de un salto, tomó su libreta de notas y comenzó a escribir y dibujar la idea que había tenido en su sueño para que no se le olvidase.

Era aún de noche, pero estaba tan eufórico que no podía dormir. En silencio para no despertar a nadie, cogió su abrigo y su sombrero y se dirigió a sus grandes almacenes para comenzar a trabajar en su proyecto. Estaba muy alegre y entusiasmado.

A mediodía, su invento ya estaba listo. Será todo un éxito, pensaba el empresario. Lo sacaría al mercado un par de semanas antes de la Navidad.

Llamó a todos sus empleados y a su familia para presentarles con orgullo su nueva creación. Todos estaban muy intrigados.

El talentoso empresario había inventado un instrumento para que las personas no tuviesen que perder el tiempo en poner los adornos navideños. Accionando un simple botón, la máquina desplegaba el árbol, colocaba las bolas, el espumillón, las luces, la estrella de la cúspide y demás ornamentación típica. Así la gente no perdería el tiempo en esos asuntos navideños, pensaba el empresario.

Pero se dio cuenta de que su invento fue todo un fracaso económico. La gente no compró ni uno. El hombre estaba muy triste, no comprendía en qué había fallado. Hasta entonces, siempre habían tenido mucho éxito sus innovadores productos. Creía que su invento sería todo un éxito y, sin embargo, fue un verdadero desastre. Todo su esfuerzo y sus esperanzas habían sido en vano. Estaba demasiado triste, su familia nunca lo había visto así.

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