Jesús Serrano, que tiene cinco años y algo de experiencia ya como espectador en la cabalgata de los Reyes Magos de Avilés, lanzó su diagnóstico: "Lo mejor son los tambores de Baltasar". El monarca negro estuvo acompañado de una batucada de la Asociación de Africanos que dio ritmo legendario a una cuarta parte de la parada real en la noche más hermosa. La sonora cabalgata la completaron los percusionistas de Jesús de Galiana, los de la cofradía de la Soledad y la Banda de Avilés entera, vientos incluidos. Cada uno con su estilo, encandilaron a los miles de espectadores de un desfile que colapsó la ciudad.

Los tres Magos de Oriente desembarcaron pasadas las seis de la tarde en los muelles deportivos del puerto de Avilés. El "showman" Antón Caamaño, en los mismos pantalanes, fue el encargado de arrancar a los monarcas sus primeras declaraciones. "Llegamos a un pueblo muy bueno y solidario", aseguró Melchor. Mientras decía esto, se escuchaban grititos quejumbrosos de los niños con ganas de alimentar los nervios.

-¡Qué nervios, qué nervios!, -le decía una madre a su hija de papos colorados y con la mirada recorriendo todo el paseo, esperando hacerse un hueco entre el gentío para poder tocar a los Reyes.

Los mellizos Jon y Teo Goyenechea se tomaron con placidez el desembarco de los monarcas. "Es normal, tienen dos años", aclaraba su abuela. Los padres portaban a hombros a los guajes, y estos abrían los ojos de par en par y grababan los vídeos de la llegada. Adrián Fernández, que tiene tres años, disfrutó como un grande. "Sí, le ha gustado", tradujo su madre. Mientras tanto, Caamaño invocaba la presencia "de Izan, de Paula..." mientras una niña se lamentaba: "No soy Paula". Los tres monarcas recorrieron un pasillo de niños que entregaban cartas redactadas a última hora, saludaban, se hacían fotos... "Ahora marchan al Quirinal", anunció el animador.

La cabalgata se ordenó en el patio del colegio. Primero, quince caballos, después, soldaditas de plomo articuladas, seguidamente, un cuadro de baile como salido de un buzón aéreo... Y, después, los tambores, los monarcas, los caramelos... Jesús Serrano, el niño de cinco años con los ojos enormes, recogía caramelos, caramelos y caramelos. Y miraba los caballos y llamaba la atención de los monarcas. Y era feliz.