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Un rescate contra reloj

La rápida intervención de la Policía Local, los Bomberos y el helicóptero del 112 no bastó para salvar a Élida Fernández, pero probablemente dio la vida a las otras dos personas en apuros

Élida Fernández, llegando a meta durante una prueba atlética.

Cuando el servicio de emergencias 112 recibió el pasado día 6 la llamada de socorro desde el espigón de San Juan de Nieva, el reloj marcaba las 9.49 de la mañana. El helicóptero de rescate despegó desde su base de La Morgal a las 10.04 horas, con la misión de salvar la vida a Élida Fernández y a Pablo Álvarez Ortiz, los dos corredores engullidos por una ola traicionera mientras corrían por la zona. También al policía local de Castrillón Daniel Wei, quien arriesgó el pellejo para sacar del agua a la atleta, atrapada entre las rocas y zarandeada por el oleaje. Entre seis y nueve minutos tardó la nave en completar los 34 kilómetros de distancia. Fue una suerte que el "pájaro" emergiera de entre de las nubes y el fuerte viento que hacía ese día en tan poco tiempo. Ya en el lugar del accidente, la tripulación del helicóptero comenzó la coreografía de rescate, tantas veces ensayada, que privó al mar de cobrarse más vidas que la de Élida Fernández. En tierra, sobre las 10.48 horas, los sanitarios trataron durante media hora de insuflar vida a Élida Fernández. Fue en vano; murió ahogada, según la autopsia.

A pesar del fatal desenlace, los tiempos en los que se ejecutó el rescate y la coordinación de los medios desplegados en el mismo hablan de un operativo altamente eficaz. Según expertos en el funcionamiento del 112, volando en helicóptero y en condiciones meteorológicas óptimas que pocas veces se dan, desde La Morgal a San Juan de Nieva se llega en cinco minutos, si bien las malas condiciones meteorológicas reinantes cuando Élida Fernández cayó al mar perfectamente podrían haber retrasado al helicóptero unos minutos más de los que tardó, y quién sabe con qué consecuencias dado el serio aprieto en que se encontraban las personas en ese momento a merced de las olas.

El primero en ser salvado fue Pablo Álvarez Ortiz. Debido a la premura requerida por la angustiosa situación, el equipo de rescate no informó a la base de la hora exacta de su llegada, que en todo caso se produjo entre seis y nueve minutos después de su salida. Con pericia y nervios de acero, la tripulación inició la maniobra que sacó del agua a los dos corredores y al policía. Una coreografía perfectamente ejecutada que se desarrolló de la siguiente manera. En primer lugar, el habilidoso piloto estabilizó la nave sobre los náufragos. El operario de grúa manejó el cable en cuyo cabo se ató una tercera persona para pescar a las tres víctimas. Una cuarta persona, el bombero del parque de Avilés Antonio Fernández, también estuvo en el espigón, pero pudo salir por su propio pie.

Élida Fernández y Pablo Álvarez habían salido corriendo a las 9 de la mañana del parque Ferrera, su punto de partida habitual. Iban acompañados por tres corredores más: Fredi García, Manuel Madroño y la esposa de éste. Los cinco formaban parte del grupo de atletismo del parque Ferrera, fundado por Élida 15 años atrás. Al llegar a Salinas, sus caminos se separaron. Las dos víctimas continuaron hasta el final de la playa para completar los 22 kilómetros de entrenamiento para la maratón de Sevilla del 28 de febrero. Según ha podido saber este periódico, saltaron la cadena que cierra el espigón e ignoraron los carteles de advertencia porque no vieron oleaje. Cuando fueron conscientes del peligro que corrían, trataron de dar la vuelta. Ya era demasiado tarde: una ola les había engullido.

Los dos cayeron entre las rocas y resultaron magullados. El hombre pudo salir y trató de auxiliar a su amiga, con un fuerte golpe en el brazo izquierdo. Tras fallar en su rescate, pidió ayuda. Si a las 10.04 horas el helicóptero partía de La Morgal, a las 10.08 , cinco bomberos de Avilés ya estaban en la zona, encabezados por el jefe de ese turno, Antonio Fernández, equipado con traje de neopreno y un "torpedo" -el flotador que se usa para estos casos-. Fernández se adelantó, mientras que su compañero quedó rezagado cortando la cadena que acordonaba la zona para que el vehículo pudiera entrar. También estuvieron allí el policía gijonés Daniel Wei y su compañero de patrulla, que quedó atrás para encargase de prestar apoyo logístico. Tras localizar a Élida Fernández, Wei se lanzó con todo. Es una expresión literal porque el gijonés se tiró al agua con las esposas, el chaleco antibalas, la pistola y las botas. En total, un sobrepeso de 10 kilos, que casi le cuesta la vida, a pesar de su experiencia en la materia. El policía, en el cuerpo desde 2004, participó en otro rescate en agosto del año pasado en la playa del Arbeyal, en Gijón, por el que recibió el título de "Ciudadano ejemplar" de Castrillón.

La furia del Cantábrico dejó a los cuatro en fuera de juego. Mientras que el bombero pudo salir por su propio pie, Wei, con el hombro dislocado, se agarró como pudo a una roca. Las nuevas acometidas del oleaje dejaron casi sin posibilidades a Élida Fernández, tal y como contó el policía en el box de Urgencias donde fue atendido. A una familiar de la fallecida le confesó dos cosas: la primera, que temió por su vida, y la segunda, que por unos minutos, Élida estuvo a salvo.

Una vez en tierra, Emergencias empezó a reanimar a la "runner" sobre las 10.48 horas. Tras cuarenta minutos de desesperadas maniobras de primeros auxilios, certificaron su muerte. Su cuerpo fue trasladado al Instituto de Medicina Legal de Asturias. La autopsia determinó que murió ahogada. Pablo Álvarez y Daniel Wei fueron trasladados al Hospital San Agustín. Las secuelas físicas del primero fueron daños en las vértebras y una brecha en la cabeza. Reposa en su casa, mucho más afectado por las secuelas psicológicas de ver morir a su amiga. Wei, tras un día ingresado, recibió el alta. Golpes y magulladuras fueron las lesiones que le acarreó el hecho de haber sido centrifugado por el mar.

Élida Fernández, trabajadora de la limpieza de los juzgados de Avilés, era una mujer muy querida en los círculos de "runners" de la ciudad. Fundadora del grupo de atletismo Parque Ferrera, compitió en decenas de pruebas. La última, la "San Silvestre" local, donde fue tercera de su categoría -master E- con un tiempo de 28 minutos y 5 segundos. El velatorio de su cuerpo fue multitudinario. Sus padres, dos hijos y cinco hermanas dieron buenas muestras del dolor que provoca una muerte repentina. Su marido, José Manuel Fernández, sin haber dormido, aguantó en el tanatorio desconsolado; no sólo perdió a su esposa, sino a su novia de toda la vida.

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