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Presa en la cárcel del dolor

Ana María Castañón, de 79 años, relata el calvario de vivir con artritis reumatoide y denuncia lentitud en la atención médica

Ana María Castañón, en su domicilio. RICARDO SOLÍS

Ana María Castañón está desesperada. A sus 79 años, lleva 30 con artritis reumatoide, una enfermedad del sistema autoinmune especialmente dolorosa. A la anciana le cuesta caminar y sus manos están tan encogidas que parecen muñones. El dolor no sólo le está deformando el cuerpo, su ánimo también se hace añicos. Denuncia que lleva desde noviembre sin que le actualicen el tratamiento. De mirada severa, pero tono jovial, Castañón habla con sinceridad cuando dice que "estoy desesperada; a veces solo pienso en quitarme del medio".

La anciana reside en Llaranes. Nació en Gijón el 4 de septiembre de 1938. Desde hace 30 años, acumula un historial de ingresos enorme. En lo que entonces era el Hospital Central de Asturias, entró los años 1997, 1998, 2001 y 2003. Por allí pasó por la Unidad del Dolor, donde ya le recetaron 100 miligramos de Adolonta, un opiáceo para el dolor. Desde 2004, su caso se trata en el San Agustín. Desde que empezaron sus problemas, ha tenido tres médicos en Oviedo y otros tres en Avilés, en la Seguridad Social, más un especialista privado. "La mayoría de ellos no me ayudaron en nada. Voy cada día a peor. Mi situación es nefasta", repite.

La causa de su desesperación viene motivada no sólo por el sufrimiento. Ella detecta cierta lentitud en el servicio de traumatología del Hospital de San Agustín. "Me llamaron en noviembre, porque me dijeron que me iban a cambiar el tratamiento. Desde entonces, no se nada de ellos. Y es que ya no puedo más. A veces lo único que quiero es quitarme del medio. Caerme al suelo y despedirme", cuenta. Y es que aparte de Adolonta, Castañón toma Durogesic -otro opiáceo- y 50 miligramos de Dolotren, un antiinflamatorio.

A lo largo de su calvario, la anciana recuerda como especialmente dura una operación. "Me operaron de tres trombosis en Oviedo y quedé mucho peor". También se fija en sus manos. Encogidas, con los dedos muy separados, son la parte de su cuerpo donde mejor se ve el rastro de su dolencia. "Cada vez las muevo peor", comenta, cerca de derrumbarse. Castañón vive con su marido, Ángel Otón González, de 80 años y con su hijo, de 53, de igual nombre que el padre. También con su perro "Zeus". "Aguanto porque el 'pobritín' de mi hijo, sino, no sé qué haría sin mí". "Sé que para mi situación poco puedo hacer, pero esta lentitud es inadmisible. Quiero ayudar a otras personas que sí puedan tener solución", dice zanjando el tema.

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