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CRISTINA GARCÍA HERNÁNDEZ | GEÓLOGA, DESARROLLA UNA INVESTIGACIÓN EN LA ANTÁRTIDA

La sonrisa del reino del hielo perpetuo

La vida de la única avilesina en el Polo Sur está expuesta al riesgo volcánico, el frío extremo y la meteorología cambiante

Cristina García Hernández.

Al telefonear a la base "Gabriel de Castilla", uno de las dos enclaves españoles en el sexto continente junto con el enclave "Juan Carlos I", una voz masculina descuelga el teléfono. Con una naturalidad pasmosa, contesta "Antártida, diga". Tras explicar el propósito de la llamada, a los pocos minutos, se oye una amable voz femenina. Es Cristina García Hernández, la científica avilesina que analiza en el Polo Sur los glaciares para desentrañar los entresijos del cambio climático. La investigadora habita en un continente gélido, pero donde hay menos precipitaciones que en el Sáhara; del mismo tamaño que Europa del Este, pero absolutamente desierto; rodeada de peligros como la fauna salvaje, la imprevisible meteorología y hasta la preocupación por una erupción volcánica. "La Antártida te cambia la vida", afirma.

García es geógrafa de la Universidad de Oviedo. Forma parte del proyecto "Cronoantar", impulsado por la Universidad Complutense de Madrid y la Universidad de Lisboa, entre otros importantes centros de educación superior nacionales e internacionales. Simplificando mucho, su trabajo consiste en comprender cómo era la Antártida hace 11.000 años. "Sabemos que los glaciares se están fundiendo. Pero no tenemos claro si es por el cambio climático o por un proceso natural de la Tierra que desconocemos", explica. Su labor se basa en recopilar material inorgánico, como trozos de roca, para determinar cuánto tiempo hace que les da la luz del sol. Por la técnica de isótopos cosmogénicos, datan cuánto tiempo hace que los restos recogidos reciben radiación solar. De esa forma, pueden elaborar una mapa físico de la posición de los glaciares antárticos en el tiempo. "Es pronto para establecer conclusiones, pero entender el pasado nos ayudará a afrontar el presente", afirma.

Cristina García se juega el pellejo para obtener el material de su proyecto. "Aquí cualquier problema se convierte en una emergencia". Cada día comienza y termina de la misma forma: analizando la meteorología. "Es un factor de riesgo, porque cambia en cuestión de minutos. Te condiciona todo porque en función de ella, se actúa de una forma u otra. Aquí no se improvisada nada. Hasta la cosa más nimia, como salir de la base, se tiene que notificar. Salir de la base sola sería una imprudencia enorme. Sería ponerme en riego a mí y a mis compañeros", dice con seriedad.

A las 30 personas de la base "Gabriel de Castilla" les sobran preocupaciones. La isla Decepción, donde está instalado el asentamiento, forma parte de un archipiélago de origen volcánico: "La isla es en realidad un volcán activo. Científicos de la Universidad de Granada y de Cádiz monitorizan cualquier señal sísmica por si hay que evacuar".

Las expediciones a las grutas donde recogen los restos para sus estudios también son peliagudas. El equipo tiene que surcar el mar de Herradura, uno de los más bravos del planeta. "Cada salida se hace en lancha zodiac, ataviados en trajes vikings para protegernos del frío. Las olas son gigantes y si caes al agua puedes morir en cuestión de minutos, porque está a un grado", relata.

En la Antártida hay protocolo para todo. Pero por las palabras de Cristina García parece que en caso de emergencia es complicado llevar a la práctica las numerosas teorías de salvamento. "Aquí puedes salir de dos maneras. En helicóptero o en el buque "Hespérides', la única embarcación española que llega hasta aquí", adelanta, "pero hay que tener en cuenta el tiempo que tardarían en llegar. En condiciones normales, el 'Hespérides' alcanza una velocidad de 30 kilómetros por hora. Puede tardar alrededor de 90 minutos en estar en disposición de realizar la evacuación", puntualiza. "En la Antártida no hay ciudades ni tampoco hospitales. Hay bases permanentes, y alguna de ellas tiene quirófano para usarlo en determinados casos. Pero si se trata de algo desesperado, te tienen que llevar a América".

Esa situación de emergencia no tiene por qué ser una erupción volcánica o caer a aguas gélidas. La fauna del continente también es un problema. Cristina García señala como especialmente peligrosa a la foca leopardo. "En tierra no te hace nada, pero en el mar son letales. Tienen unas fauces enormes y un mordisco suyo te pone en serio aprieto si se te infecta", describe. Así las cosas, acabar en la Antártida no es una tarea sencilla. No sólo porque hay que ser un investigador de renombre -García reseña que "sólo uno de cada 500 estudiosos que lo solicita termina viniendo"- sino porque hay que pasar rigurosos exámenes médicos para descartar que puedas enfermar en una base donde no hay rastros de civilización en kilómetros a la redonda.

El viaje al Polo Sur es un periplo de días. El 28 de enero, desde Asturias, García partió hacia Barajas para volar a Santiago de Chile y de allí, llegar a Punta Arena, una de las ciudades más australes del planeta, junto con la argentina Ushuaia. "Desde Punta Arena fuimos en avión hasta la isla Rey Jorge. El aterrizaje es complicado porque el aeródromo es de grava. Los accidentes allí son frecuentes. Eso sí, cuando pones el pie en la Antártida, es un momento emocionante", recuerda. El viaje de vuelta estaba pensado para el viernes pasado. Sin embargo, el fallecimiento del capitán de fragata Javier Montojo el pasado día 2 retrasó los planes. "Fue un momento triste. Cayó del 'Hespérides' al agua, sin protección. Fue duro conocer la noticia de su muerte", rememora García.

Sin embargo, no todo son angustias en un paraje tan remoto e inhóspito. En la base "Gabriel de Castilla", los 30 españoles que la habitan matan las horas jugando con el único futbolín de la Antártida. El ajedrez es otro de los entretenimientos. "Estoy aprendiendo a jugar, porque aquí son unos cracks, los mejores de todo un continente", bromea la científica. El seguimiento de la actualidad, aún complicado por tener internet limitado, también forma parte de su entretenimiento. "Aquí la gente está pendiente del fútbol, hay gente del Sporting, pero sobre todo del Real Madrid. Yo sigo al Avilés, pero sobre todo al Femiastur. Me alegro mucho cuando ganan", revela la geógrafa.

A su vuelta, García, que ahora vive en Oviedo, se reencontrará con su hermana gemela, Susana García, profesora en el colegio Santo Ángel de Avilés. En ese mismo centro, la investigadora estudió de niña. En suelo patrio, ultimará su tesis doctoral, que tiene previsto leer a finales de año, con el título de "Grandes nevadas y eventos asociados en Asturias en los siglo XIX y XX". Un trabajo del que también está muy pendiente otro asturiano en la Antártida, el profesor de Geografía de la Universidad de Oviedo Jesús Ruiz. "Él es un poco el culpable de que terminará aquí", cuenta entre risas. García, que estudió fisioterapia en León como primera carrera, dejó su ocupación inicial a los 29 años para formarse como geógrafa. Cuando conoció a Ruiz, su vida dio un vuelco, al tutorizar sus primeros pasos en el mundo de la investigación. Unos pasos que la han llevado a ser una de las pocas mujeres españolas en el sexto continente.

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