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Concejo de Bildeo | Crónicas del municipio imposible

Correveidiles

Nemesio, el taxista que tuvo durante muchos años el pueblo, y la tradición de que los vecinos sumen más de una dedicación

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De nuestro corresponsal, Falcatrúas

Dice un refrán bildeano: "Hombre de muchos oficios, pobre seguro".

Nemesio era otro pluriempleado más de este concejo donde el que nace paisano tiene una descripción de puesto de trabajo amplísima, aunque sin esas chorradas de diplomaturas en Catalán o Euskera que exigen por ahí para poder curar a un paciente o barrer la calle.

En Bildeo, tampoco reclamamos que para ser un paisano competente hayas de tener una caída de ceja chula, te quiera la cámara o tengas una tabla de lavar la ropa en la barriga, con esas boberías no vales ni para propio, léase , recadero; pero sí tienes que ser ganadero, labrador, madreñeiro, algo carpinteiro, algo ferreiro, etcétera, y no añadimos que "ten que tocar a jaita de muyto carallo", porque igual suena a cachondeo. Nemesio también era taxista, el primer taxista de Bildeo y el único en muchos años.

Ya dijimos en alguna ocasión que si se nace muyer la cosa va peor, porque además de hacer casi todo lo que hacen los paisanos, tiene que atender la casa y la familia, dos profesiones a cual peor, pues arrastran infinitas tareas encadenadas de las que no se libran nunca, de ahí la sentencia famosa de los curas en el momento del casorio:

-"Esclava te doy, que no esposa".

Era verano; Nemesio tenía las vacas por la sierra, como el resto de vecinos, allí pasaban meses pastando libremente, bastaba con ir a visitarlas una vez por semana o así, asunto en el que se turnaban los paisanos, controlando todo el rebaño y dando novedades:

-¡Fulano, tienes una vaca para parir!

-Mancóusete una xata.

El veraneo serrano del ganado duraba hasta que asomase el invierno.

Nemesio aparejó el caballo, metió en las alforjas una bolsa con unos puñados de sal con los que atraer las vacas, que se pirraban por ella, un morral con algo de comer y, como viera que Manuel, un vecino chismoso, observaba atentamente sus idas y venidas, trajo algo alargado envuelto en un saco y lo amarró en un lateral de la albarda; por si quedaba alguna duda, metió un puñado de cartuchos en las alforjas. Canelo, el perro de caza, ladraba alborozado. Finalmente, el hombre dio un beso a Tere, su mujer, y arrancó hacia la braña de los Cadavales, no sin decir claramente, para que lo oyera el importón:

-Si tardo, no os preocupéis, cuando se anda tras los bichos nunca se sabe. Vamos, Canelo.

Momentos después, Manuel entró en casa de Mero, el guarda, para informar de que Nemesio iba de caza con la disculpa de ir a ver el ganado. Mero comunicó por radio con Félix, el Guarda Mayor que vivía en un pueblo cercano y quedaron en salir en pos del furtivo, ambos con sus monturas habituales, dos mulos potentes, con el depósito lleno de gasolina extra, es decir, de maíz. Sabían la dirección que había tomado, subir a Los Cadavales suponía dos horas y pico y para evitar que Nemesio se diese cuenta de que iban tras él, tomaron otro camino más largo que daba un gran rodeo pero les garantizaba la sorpresa.

Subieron con ganas, impulsados por el ansia de meterle un paquete al furtivo que tantas veces se había reído de ellos invitándolos a cenar corzo, jabalí, venado, rebeco, etcétera, piezas que siempre habían sido abatidos por una peña de cazadores de otro lugar, que les habían regalado la pieza para que se dieran una buena comilona. Ambos guardas sabían que lo de la peña amiga era una trola dominguera, pero no pudiendo demostrar lo contrario, tragaban bilis y aguantaban las chanzas, jurando que algún día caerían con todo el equipo los bromistas.

Llegaron a un alto erizado de peñascos desde el que dominaba mucho territorio y comenzaron a escanear con los prismáticos. El rebaño de vacas se mantenía junto pastando en la pradera, sin desplazarse por los montes circundantes, pero ni rastro de Nemesio, del caballo y del perro. Se movieron de cumbre en cumbre, buscando puntos desde el que controlar el máximo de territorio. Nada. Buscaron con ahínco durante horas al escurridizo furtivo. ¡Ah, si lo pudieran sorprender con un corzo o un venado, qué paquete le iba a caer! Entonces se vería quién iba a reír.

En realidad, Nemesio estuvo comiendo el bocadillo y durmiendo un buen rato entre los árboles, con el perro al lado y el caballo paciendo tranquilamente, fuera del enfoque de los prismáticos. A la caída de la tarde regresó al pueblo atravesando tupidos hayedos.

Horas más tarde, al anochecer, cansados y derrotados, ambos guardas regresaron al pueblo, a tiempo de ver a Nemesio a la puerta de la bodega de Francisco el Taberneiro.

-Parecéis cansados, venid a tomar algo.

Seguiremos informando.

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