"Ha sido el amor de mi vida", afirma Erminda González González con la mirada puesta en su marido, Manuel Garrido del Barrio. El matrimonio, que celebra sesenta años de vida en común, dice que volvería a sellar a ojos cerrados el compromiso formalizado en Fermoselle (Zamora), localidad natal de la mujer que en los años sesenta, con dos hijas pequeñas y un tercero en sus entrañas, emprendió junto a su marido rumbo a Avilés en busca de un futuro próspero.

Al igual que otros muchos emigrantes castellanos, Manuel Garrido, que había estudiado Comercio y con su esposa regentó una droguería en tierras zamoranas, ingresó en las filas de Ensidesa tras haber desempeñado previamente otros trabajos. El barrio de Favila, en Trasona, fue el primer hogar de la joven pareja. Ocupaban una habitación con derecho a cocina, no tenían agua corriente y Erminda González acudía al lavadero de Llaranes a hacer la colada.

Sus condiciones de vida mejoraron coincidiendo con el nacimiento de la menor de los cuatro hijos, ya que obtuvieron un piso en La Luz en el que continúan residiendo. "Lo que más me gustó cuando lo vi fue abrir el grifo y que saliera agua corriente; también la cocina soleada, el baño y lo grande que era", recuerda esta madre y abuela de seis nietos que además de ocuparse de las labores del hogar -"es una excelente cocinera y costurera", apunta su hija Chelo-, realizaba arreglos para una tienda de ropa y fue vendedora de cosméticos.

De aquel tiempo, la hija aún recuerda la reforma de varios centenares de pantalones acampanados. "Llegaron varios sacos a casa con 510 pantalones que mi madre transformó en tres días; la ayudamos todos trabajando en cadena en la cocina", relatan Juan Carlos y Chelo Garrido González.

El baile también está muy presente en esta familia. Ambos progenitores han sido aficionados al tango, las rancheras y, como no, la jota castellana. "Mi marido la bailaba muy bien", comenta una conversadora Erminda González. Precisamente, esa expresividad fue el rasgo que atrajo la atención del joven Manuel cuando ella acudió con sus amigas a la fiesta del ofertorio de Cibanal de Sayago (Zamora), pueblo natal del hombre al que ya lleva unida sesenta años. De él le gustó, además de los ojos azules, la seriedad. "Vi que era bueno", dice.

Los años van pasando, la salud empieza a resentirse, pero el corazón de estos dos enamorados de 84 años sigue sobresaltándose cuando sus miradas se cruzan.