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Concejo de Bildeo | Crónicas del municipio imposible

Personajes inolvidables

Las historias de los viejos del pueblo

Personajes inolvidables

De nuestro corresponsal, Falcatrúas.

Como no teníamos televisión, ni luz, ni radio, ni nada, los guajes de Bildeo lo pasábamos divinamente jugando a lo que fuera y escuchando historias de los viejos del pueblo, entre los cuales teníamos nuestras preferencias. A los abuelos propios los escuchábamos con respeto y tal, pero cuando podíamos nos dejábamos caer en Cá Bruno, donde José nos recitaba romances de la Edad Media, o de por ahí, que eran para nosotros como los seriales radiofónicos que estaban tan de moda... donde había aparatos de radio, claro.

Es que cuando José Bruno ponía énfasis en aquellos versos que describían al rey descubriendo a su esposa con el paje, ambos dormidos en la misma cama, sacó la espada para cortarles la cabeza... y acabó dejándola en medio de los amantes. En otros romances el noble protagonista marchaba a guerrear contra los taimados moros, que ya incordiaban entonces y no cansaron todavía. Tantos años pasaba peleando que se olvidaba de su prometida que le esperaba para casarse, asediada por numerosos pretendientes y apremiada por su padre para que eligiera a uno de una vez, coño, que quería tener nietos, hasta que ella se hartaba de todos ellos y salía en busca del novio olvidadizo, dando con él, qué coincidencia, en la víspera de su boda con otra.

También íbamos por Cá Colasa, donde Francisco contaba historias más actuales, frecuentemente escabrosas, que íbamos entendiendo a medida que crecíamos, aunque reíamos cuando reían los mayores para no parecer pipiolos que no nos enterábamos de los momentos picantes, que Francisco introducía en el relato sin pestañear. Se suponía que, ya que teníamos que aprender, mejor con procacidades de alguien de casa que con extraños.

Pero había un paisano, Guzmán, que era la bondad personificada; años más tarde descubrí que el equivalente en Inglés es Goodman, "hombre bueno", no podía ser de otra manera. Este hombre nos daba lecciones sin ser maestro ni pretenderlo, buenos ejemplos sin llevar sotana, era una enciclopedia, abierta en cada momento por la lección más interesante. Siempre estaba haciendo cosas prácticas, no se apuraba pero no perdía el tiempo, acaso con nosotros por su inmensa paciencia, pero era feliz rodeado de mocosos y explicaba cómo se hacía la tarea más sencilla, dando sentido a cada actividad.

Si hacía un injerto, se le daba muy bien, nos iba explicando el proceso paso a paso de una manera que no he vuelto a ver jamás, ni en la televisión ni en manual alguno; si paría una vaca o una yegua, nos dejaba un saco para envolver la cría que parecía atascada para que ayudáramos a tirar de ella hasta que acababa de salir, medio cubierta de sangre y de placenta y sintiéramos el milagro de un nacimiento. Ver a una vaca lamer al xatín, recién aterrizado en este mundo, completamente despistado, es una de las escenas más tiernas que da la naturaleza y eso lo teníamos a diario en Bildeo.

También nos interesaba mucho, a veces lo que más, su zreizal, (cereizal, en Bildeo es femenino, nadie dice cerezo), era la más grande que se vio por aquellos pagos y que todos los años se llenaba de frutos color vino tinto amoratado que nos atraían con un magnetismo incontrolable. No queríamos robar, sería de tontos, cuando aquel hombre nos lo daba todo generosamente, pero en lo tocante a dejarnos trepar para coger las sabrosas cerezas, Guzmán se oponía tercamente a que subiéramos; era cierto que la zreizal era muy alta, lisa, los primeros metros lisos como una columna, difícil de escalar y peligrosa, cerca de la base se alzaba la pared del huerto, y aquel paisano nos prohibía subir, razonando:

-¡No os puedo dejar subir porque tengo miedo que uno de vosotros caiga y parta la espina'l rosal!

Nosotros no veíamos por allí rosales ni espinas que pudiéramos romper, pero como la gente mayor chochea al llegar a cierta edad, a lo mejor Guzmán andaba en la frontera entre la cordura y la nada. Uno de nosotros le preguntó a qué rosal se refería; el hombre quedó como asombrado por la pregunta, así que echó el dedo gordo a la espalda y recorrió con él un tramo de la columna vertebral:

-¡La espina que puede romper ye la vuestra, ignorantes, la que tenéis en la espalda entre la cabeza y el culo!

-¡La espina dorsal!

-Bueno, eso, si lo dije mal, perdonayme, peor sería que por andar a las zreizas tuvieseis que ir al hospital... o al cementerio.

No tardamos en ir con el cuento a Don Cheluís, el médico, que recopilaba palabros con gracia; lo apuntó y dijo que nos lo cambiaba por otro que acababa de aprender: "bulto raquítico".

Seguiremos informando.

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