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Concejo de Bildeo | Crónicas del municipio imposible

Como libros abiertos

Como libros abiertos

De nuestro corresponsal, Falcatrúas

Fue Don Manuel, el recordado maestro de Bildeo, quien dio en el clavo cuando sostuvo que Bildeo era una biblioteca. Lo dijo en la cantina de Francisco ante una docena de parroquianos sentados en bancos y tayuelos que pasaban un buen rato venerando el santo pellejo de vino de León que yacía en una esquina sobre una repisa de azulejo blanco. Cada cierto tiempo, periodo controlado por el tabernero que marcaba las rondas, él, o Benita, su mujer, ordeñaban vino de la colambre en una jarra de porcelana y rellenaban los vasos de los presentes, unos vasos de culo gordo, rayados, cuya capacidad no pasaba de dos tragos breves.

Al principio, los paisanos continuaron saboreando el vino, no replicaron la afirmación de quien consideraban una eminencia del saber, pero tras unos instantes, comenzaron a rezongar, discrepando con carrasperas. Dijo uno:

-Sí, pero una biblioteca sin libros. ¿Ve usted libros por aquí? Acaso unos cuantos en la antigua escuela, y eso porque usted se encargó de conservarlos cuando la cerraron.

-No me refería a los libros de papel, -replicó Don Manuel.

-¿Hay otra clase de libros?

-Sí, hay unas cuantas personas en este pueblo que son como libros abiertos.

Como vio que todo el mundo ponía cara de interrogación, recurrió a los ejemplos, como cuando daba clase a los críos y estos no se enteraban.

-Al poco de llegar aquí, hace ya muchos años, fui un día caminando con Pepe L'Indiano, que llevaba las vacas a un prado, por allá arriba. Estuve unas horas con él. Enseguida me hizo saber que había estado trabajando veinte años de camarero en Buenos Aires y en todo el tiempo que estuvimos esperando que las vacas se hartaran de hierba, me contó tal cantidad de cosas de Buenos Aires, del puerto, de los personajes que entraban en la cafetería donde él trabajaba que parecía vivirlo de nuevo, y debo confesarles que yo también lo viví a medida que la conversación de Pepe saltaba de una cosa a otra. Ustedes ya saben lo que dicen de los argentinos, que son italianos que hablan español y anhelan ser franceses, bueno pues créanme si les digo que acabé el día chapurreando Francés con acento de Di Stéfano.

-Hombre, Don Manuel, es que fue usted a dar con uno que cuando pega la hebra...

-Pero es que me pasó igual con Servando, cada vez que charlo con él, me cuenta unas historias de Cuba que me dejan maravillado. Hace algún tiempo me dijo que en La Habana vivía en un edificio alto y que su vecina de puerta era una de las novias del Ché Guevara, que incluso tenían una chiquilla en común. En otra ocasión me dijo que unos americanos que andaban en el mundo del cine lo quisieron fichar para rodar una película, porque, claro, lo vieron alto, delgado como si fuera una pértiga, llevaba una melena bien larga y rizada que le caía por la espalda, la piel bronceada y con educación, porque Servando sabía hablar y llevar una conversación con quien fuera, sin sentirse desplazado...

-Bueno, tengo que reconocer que tiene algo de razón, hay unos cuantos en el pueblo que tienen más cuento que Calleja, pero de ahí a ser como libros abiertos...

-Es que les puedo decir lo mismo de Belarmino de Enrique, cuando cuenta lo que le pasó en la Guerra Civil, uno no se explica cómo el cuerpo humano puede aguantar tanto; tenía poco más de veinte años cuando mandaron recado a sus padres, para que fueran a recoger a su hijo, que lo habían dado por desahuciado, baldado en un hospital de Bilbao, después de tenerlo meses en un sarcófago de yeso...

-Bueno, es verdad que aquí hubo gente que lo pasó mal... Esas son cosas para olvidar.

-No, son gente que lo pasó muy mal y lo cuentan muy bien, eso hay que recogerlo en casetes, en grabadoras, en libros, sacarlo en la radio, la televisión, los periódicos... Yo estoy escribiendo lo que me cuentan pero ya estoy muy mayor para rematar la faena, debería ser alguien más joven quien se hiciera cargo de que estas historias no se pierdan. Hasta ahora he mencionado tres, pero los que pasaron meses y meses haciendo madreñas en pleno monte, en cabañas hechas con cuatro tablas y unas planchas de cinc, y los que fueron a Estrasburgo, como Maximino Fonso, y vivieron allí muchos años, y los que hicieron la mili en África, algunos en la época del Desastre de Annual... No podemos hacer ese desprecio de no dar aprecio a lo que vivieron nuestros mayores.

Seguiremos informando.

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