Víctor GUERRA

Las rutas, a estas alturas no me cabe la menor duda, tienen «duende», ese que sienten mis adorados cantaores del flamenco, y eso fue lo que pasó con la ruta que Ricardo Mojardín preparó hace unas semanas y que titulé «Rodando por el silencio verde» y publicada en este mismo suplemento.

Tal fue el impacto de la ruta el propio día y la atmósfera que se creó a lo largo del trazado que nos propusimos una nueva aventura teniendo como telón de fondo la parte alta de Illano, y allá nos fuimos una cuadriga de ciclomontañeros, el ya citado Ricardo Mojardín, afamado pintor, el joven Berto (Durkain) y el toledano y utópico Toñín, que sueña hacerse rico con lo que le gusta, ignorando que ya es rico por estar rodando por estos lares.

El diseño de la ruta se puede decir que es apta para todos los amantes de la bicicleta de montaña, aunque tenga ese desnivel tan brutal de subida, pero ya se sabe que uno dispone y el terreno nos coloca en nuestro sitio. Y eso fue lo que nos pasó con la ruta, que podríamos decir que nunca segundas partes fueron buenas.

Salimos de Illano, única capital de concejo que no tiene bar, como nos decía la amable propietaria de la Casa del Mayorazgo, que nos ofreció hospitalidad y una cariñosa acogida con un café humeante, a pesar de no conocerla de nada. Pero Asturias tiene esas cosas y ese paisaje, que vale un potosí.

Tras la amable charleta y las indicaciones de por dónde podíamos ir y no ir, seguimos las indicaciones de nuestro guía, que pronto nos echó carretera abajo (AS-12) para tomar el primer desvío a la derecha que enfila asfaltado hacia la localidad de Montaña.

Subida dura que se me atragantó, pues empezar de esta manera ni es aconsejable para las piernas ni suele poner de buen humor, menos mal que el tiempo asoleyaba de lo lindo, y la compañía daba su punto de humor, pero pronto el platillo pequeño y los piñonajes extremos hicieron acto de presencia, pues, tras ganar el Castelón y luego el núcleo Montaña, ya fue todo un empleo a fondo en tan sólo unos tres kilómetros.

Pero salir de la ladera de Montaña, a base de zig-zag, nos hizo buscar la parte más cómoda para subir a la sierra de San Isidro, pasamos por delante de la capilla de Los Remedios y, ya se sabe, a grandes males, pues eso, más piñonaje y brío a los pedales para ganar La Pusilvela, y el lugar de El Casoiro, enfilando subida hacia arriba girando siempre a la derecha.

Luego veríamos que podía haber una alternativa más leve, y que recomiendo en Montaña: seguir de frente, para bordear el monte Asado y, dándole vuelta, subir a la cordal por Villarín y Comomandil. Pero nosotros preferimos tirar todo recto para concluir como a los casi 7 kilómetros, en lo alto de la cordal tonel, camino antes citado.

La panorámica imponente: hacia el Este, la sierra de Carondio, cerrando el negro horizonte que amenazaba con lluvia; al Oeste, nubes que se nos veían encima a toda pastilla, y al Sur, la niebla lo cerraba todo en ese lechoso manto que a los ciclistas y montañeros nos da tanto miedo.

Una vez en la cordal seguimos hacia el alto de Val Forcada, a cuyo pie se encuentra la laguna del mismo nombre, enfilando dirección Norte, por un amplia pista que jalona toda una colección de molinos aerólicos, que tanto están marcando nuestros horizontes y que parecen ser pan para hoy y hambre para mañana, pues no parece haber mucha reflexión sobre la pérdida de la calidad del paisaje. Pero así son las cosas.

La cordal es fácil de ciclar y muy sencillo el poder orientarse, en un momento dado: a la izquierda, el vértice geodésico del peñón de Gouño, que se camufla en la rasa de la sierra, que ya está bien alta, 1.092 metros. Seguimos rodando rumbo Norte, por entre los primeros molinos, que están extrañamente quedos, mientras el trío sigue rodando a sus anchas y poderíos, y el que suscribe, con unos kilos de más, va a su ritmo, unos metros por detrás, que parece ser la tónica de esta ruta.

Debajo del Penedo del Gouño, vemos las instalaciones del experimento de las cabras de cachemir que el Principado intentó introducir en nuestra tierra, y vemos también las grandes fincas del Banco de Tierra, sembradas de vallas y molinos que se van hacia el Occidente, mientras nosotros seguimos por la cordal de San Isidro, pasando por el chao Los Cobos y chao de La Arquela, a cuyos pies cruzamos el carretil que va hacia Branavara.

Prácticamente toda la altura está ganada, por lo cual nos dejamos ir por la cordal, en este caso el promontorio de Correlo, o del Lloural, desviándonos en un punto inconcreto del camino, a indicaciones de Mojardín, que nos lleva por invisible camino, por encima de la riega de Nuvicieiras, para ir a ganar la peña de Ozca y el pico de Azoreira, donde una intempestiva nube de granizo nos detuvo por unos minutos bajo la escasa vegetación, pues unos pequeños pinos nos dieron cobijo para comer mientras pasaba el chubasco. Toño daba cuenta de unos espaguetis en «taper», a la vez que nos contaba sus sueños de utópico indiano en busca de sus américas, de donde un día piensa volver rico.

La bajada de temperatura nos hizo desechar más aventuras y el citado pico, viramos sobre la ladera de la derecha tomando un sendero que nos hace retroceder en dirección Sur, pero dejándonos llevar hacia una densa mata de bosque que se ve más abajo al pie de la fuente das Bestias, donde entroncamos con el camino que en la ruta anterior nos llevaba hacia el pico del Cuco, pero ahora vamos dirección contraria, vamos cerrando el circulo hacia Illano tomando la dirección del monte Giu.

Como decía, el trazado, una vez ganada la altitud, ya no presenta problema alguno en cuanto a dificultad técnica, tal vez lo más difícil sea tener claro cuál es nuestra ruta ideal dada la variedad de caminos, de ahí que Mojardín, que tenía previsto bajar, y en parte bajamos, por el pico Preida y Folgueirou, por los viejos caminos hoy terriblemente comidos por la vegetación, y, dado su estado a la altura de la pradería de Mera, optó por seguir la ruta hasta entroncar con el carretil que va hacia Brañavara, en la zona de Las Malebas.

Cruzamos el carretil y enfilamos hacia las Cortes da Silva, zonas que siguen tan encharcadas como siempre, caminos llenos de agua que Toño se encargó de medir su profundidad y densidad, la bajada bonita que por el Lombatín llegamos la típicas Cortes da Silva, pero sin el embrujo del silencio verde, ahora bajamos ya sin piedad hacia Patureye, para enfilar por la rampa asfaltada que nos lleva hasta el área recreativa de Folgeuirou, donde encontramos con la carretera AS-12, virando sobre el costado derecho para en franca bajada llegar sin problema alguno a Illano, donde nuestra hada madrina de la Casa del Mayorazgo ya recogía sus pertrechos para irse a Oviedo. ¡Lástima de otro café! Para otra ocasión.