A veces, los carteles, los rótulos en bares y comercios, son el pie de foto que desentraña y explica el paisaje urbano. En un paseo por Cangas de Onís, leyéndolos, se lee: “artesanía, quesos, cachopo, fabada, souvenir, casa del boronchu y el emberzáu, sabores del paraíso, sidra, los Lagos, tapas, menús...” Y todo así, en bucle. En invierno, en los meses de enero y febrero, Cangas vive un descanso de negocios en vacaciones. Toma fuerza para una nueva pleamar de turistas, que empezará a inundar su territorio, allá por la Semana Santa y estallará en verano. Un año más regresa el ciclo de la vida económica canguesa. Después del estío, pasado del Puente del Pilar, volverá la bajamar invernal. Y vuelta a empezar. Y así por los siglos de los siglos, amén. Da la impresión de que nada puede impedir que por esta villa que ostenta el título de ciudad y fue la primera capital de la monarquía asturiana, por este concejo que es puerta del Parque Nacional de los Picos, deje de pasar gente. La extraordinaria confluencia de relatos que se escriben con mayúscula –el de la Religión en Covadonga, el de la Patria con el mito de Pelayo y el más moderno y que ahora sintetiza y reemplaza a los dos, el de la Naturaleza con los Lagos y los Picos de Europa– hace de Cangas de Onís un territorio blindado al desplome que sufren otros municipios asturianos de alta montaña: siempre acudirán a él gentes de todos los lugares de España en un peregrinaje para satisfacer cualquiera de esos tres apetitos, el histórico, el espiritual o el meramente físico del disfrute de la naturaleza. Por esa razón, el cáncer demográfico que muerde hasta el hueso en buena parte de Asturias aquí tiene efectos contenidos. El concejo cangués “sólo” perdió el 23% de su población a lo largo del siglo XXI y en las dos décadas del presente ha logrado estabilizarse extraordinariamente en el entorno de los 6.000 habitantes. Incluso llegó un momento, en el clímax del “milagro económico español”, justo cuando la economía estalló, en 2008/2009, en que había logrado incrementar su población en un 6,9 por ciento. Son esos tres relatos, como tres motores, los que han tirado de la economía municipal, que se ha especializado en los servicios turísticos y el comercio, dos sectores que sostienen más del 30 por ciento del empleo. Reflejo de esa extraordinaria especialización turística es que, sumadas todas las plazas para pernoctar (hoteles, casas rurales, albergues y campings) casi hay una por vecino residente. En muchos momentos de la temporada alta, resulta insuficientes. Y si, por si estos puntales fueran poco resistentes, la pandemia parece que los ha reforzado. Cangas responde a la apetencia de los nuevos tiempos: aire libre, deporte (correr, sobre todo), espacios puros y lugares donde la protección de la Santina se confunde con la de la Madre Tierra, para aquellos que se han apeado del catolicismo y creen en un Dios como el de Spinoza, que es el mundo mismo que nos rodea y envuelve. Resta por saber si esa atracción inmortal que genera Cangas podrá soportar el abrazo del oso de la masificación turística y no tendrá enfrentarse a un destino como el que tuvo aquel insigne cangués coronado como Favila.