Se ha alarmado Sabino Álvarez Pazos, de Mieres del Camino, por una referencia mía a los beatificados «Mártires de la Cruzada», preguntándome «¿A qué llama usted "Cruzada"?», en LA NUEVA ESPAÑA del 5 de abril. Se resiste a llamar «Cruzada» a una guerra que produjo, según él, un millón de muertos.

El que una guerra pueda llamarse «Cruzada» no depende del número de muertos ni de secuelas funestas propias de todas las guerras, sino de si se hizo o no en defensa de la Cruz. Y yo le aseguro que, si no es por el hecho de defender la Cruz, aquella guerra ni se hace ni se gana. Los enemigos de Dios tenían todos los medios materiales a su favor, pero no tenían la razón, por ir contra Dios, y llevaron las de perder.

En concreto en Asturias, y más en concreto en Mieres, su pueblo, si en menos de quince días de la Revolución de Octubre del 34 no hubieran enseñado el plumero estaliniano matando a 34 sacerdotes y seminaristas inocentes, sólo por serlo, y no hubieran volado la Cámara Santa de Oviedo, destrozando para siempre las dos cruces de los Ángeles y de la Victoria, cuyo milenario (1.300 y 1.200 años celebramos este 2008), demostrando que de lo que se trataba era de eliminar la Iglesia desde sus cimientos, no hubiera sido necesario el Levantamiento Nacional del 18 de julio del 36.

Pero, como dijo González Peña, que la Revolución de Octubre era la verbena de la gran fiesta de la guerra que tenían preparada a las órdenes de Largo Caballero, Prieto y Stalin, sin poner la otra mejilla, vino el Alzamiento Nacional, porque el que da primero, da dos veces y, a las órdenes de Franco perdieron la primera batalla en el 34 y la última el 1 de abril de 1939, gracias a que fue «Cruzada», que si no, repito, ni hay Levantamiento ni se gana.

Ésta es la verdadera historia, tozuda e indiscutible, que no es posible borrar, ante la que todo historiador tiene que doblar la cerviz si quiere ser objetivo, por mucho que a usted le parezca «inapropiada» en estos tiempos la palabra «Cruzada». Léase despacio, por favor, el magnífico estudio «Cómo surgió la idea de "Cruzada" aplicada a la guerra civil española» del dominico allerano de Nembra Maximiliano García Cordero, profesor emérito de la Universidad Pontificia de Salamanca, publicado en «Iglesia-Mundo» (número 389-390, 1989) y en «Razón Española» (número 116, noviembre-diciembre de 2002).

Parte usted del supuesto de que yo, al referirme de paso a las beatificaciones de «Los mártires de la Cruzada» no digo una palabra de «los otros muertos», los del otro lado. Afirmación gratuita por su parte, que no se ha dignado leer ni siquiera al prólogo de mi obra «La persecución religiosa del clero en Asturias. (1934 y 1936-37) en la que sólo hago referencia a los 193 sacerdotes y seminaristas inocentes martirizados sólo por serlo. No hago referencia ni a los católicos seglares martirizados sólo por serlo ni a sus perseguidores asesinos; pero condeno la venganza realizada después, no la justicia aplicada.

Y me pregunta asustado con cara de «cristiano de base» si para mí «no son iguales todos los muertos». Y le respondo a «la gallega» con otra pregunta si usted ¿no sabe distinguir entre víctimas inocentes y culpables?, ¿entre mártires por odio a la fe y caídos en combate o como consecuencia de guerra? ¿No es capaz de distinguir entre el que mata por defensa legítima en una causa justa y el que mata defendiendo una causa injusta?

Me pregunta usted «los de su "Cruzada" que mataron ¿no fueron asesinos? Mire usted, si mataron por odio o venganza tomando la justicia por su mano, fueron asesinos; pero si mataron previo juicio justo, no; y si mataron luchando en legítima defensa contra los que se dedicaban a matar contra toda justicia, no fueron asesinos.

Y ya que es tan amigo de hacer preguntas, responda si se atreve: ¿Quién empezó a matar en Mieres, Turón y Aller?

Me felicito en coincidir con usted en carecer de sentimiento de revancha «a pesar de que la guerra le dejó sin familia»; también a mí. Pero mi madre me enseñó a perdonar como ella perdonó a los que fueron a matarla, porque iba a misa todos los días, aunque, (gracias, Dios mío), no la encontraron.

Pero, si esta respuesta le da fundamento para deducir que yo voy destilando veneno por la vida, lo siento. Que usted se pone del lado de los «20 curas de Gijón» para los que los mártires de la Cruzada son muertos como los demás y no testigos de la fe, es cosa suya. Yo creo en la infalibilidad del Papa cuando los beatifica para imitarlos como garantía para ir al Cielo, muriendo por Cristo, y perdonando a sus enemigos como Cristo. ¿Me puede usted poner un solo ejemplo de un muerto del otro lado que muriera perdonando como Cristo? La Iglesia española, gracias a la Cruzada salió de las catacumbas y vive hoy de las rentas de sus mártires. Y que los mártires tenían razón, pregúnteselo a Cortada Escamot, sacerdote ex mercedario, catalán, apóstata, que presidió el martirio de don José Lles Segarra, sacerdote, catalán, adscrito a la parroquia de San Lorenzo de Gijón, fusilado en la playa de San Lorenzo, quien huyó, como buen jefe rojo, a Francia pero, arrepentido, se recluyó en un monasterio donde, al parecer, acabó sus días.

Ángel Garralda,

párroco de San Nicolás de Bari

Avilés