Estoy un poco hasta «el moño», permítanme la expresión, del complejo existente en algunos sectores de nuestra sociedad con respecto a la religión católica. Todavía no se han enterado de que, mal que les pese a algunos, es la religión mayoritaria en nuestro país.

Dicha religión no es algo que se inventara el franquismo, es algo que data en España de hace mil quinientos años y que incluso está inmersa en nuestro calendario. No es por azar que estemos en 2008.

¿Por qué algunos sectores sociales nos lo quieren vender ahora como algo de la dictadura? ¿Es que tienen algún tipo de miedo? No creo que sea para asustar a nadie el que un sacerdote esté en un comité de ética de cualquier hospital. Esos órganos no son decisivos, sino consultivos, por lo que es importante que exista pluralidad entre sus miembros, tanto de las filas más liberales y avanzadas como de las conservadoras. Sólo así se tendrá la seguridad de que no hay desviaciones hacia ningún lado. Debe darnos que pensar el hecho de que en otros órganos científicos europeos, como es el Grupo Europeo de Ética, haya representación religiosa.

¿Será que la religión es de las pocas cosas que, con sus dificultades y errores, se mantienen fieles a sus ideas con el paso de los años?

¿Será que ya estamos hartos de que nos mangonee gente que hoy dice «so» y mañana dice «arre»?

Ya va siendo hora de que nos sacudamos de encima complejos que se vienen arrastrando por algunas generaciones, tanto con respecto a la religión como al tema del franquismo. La dictadura es algo que murió, y ya hay muchas generaciones que no la conocieron, y los que la vivieron por nada del mundo querrían volver a ella. Pero eso no significa que no queramos que en nuestra sociedad, hoy en día desorientada en cuanto a valores, ideales, objetivos, ética, etcétera, haya alguien democrático, sea quien sea, que dé unas normas claras de moral y convivencia, y que no sea «el todo vale a costa de lo que sea».

Algunos se empeñan en pedir opinión sobre ética a otras religiones ajenas a la de la mayoría, y desde el respeto a todas ellas y a sus seguidores, no se puede olvidar que, «por motivos obvios», alguna de ellas no cuenta en sus filas ni con críticos, ni con discrepantes, ni con detractores. No deja de tener gracia.

En fin, no veo en qué puede perjudicarnos el hecho de que un sacerdote dé su opinión en cualquier comité, ni el hecho de que en los hospitales ofrezcan consuelo y humanidad a los que más sufren y que están viviendo los peores momentos de su vida, como son la enfermedad y la muerte.

Rafaela Sánchez Roldán

Oviedo