En plenos fastos por la llegada del semental conocido como Furaco, de quien se espera que, por las buenas o por las malas preñe a las osas «Paca» y «Tola», queremos rescatar del olvido la muerte de aquel otro oso estrella, «Cuervo», de la cual se cumplen hoy, 7 de mayo, diez años.

Una década después del desastroso experimento, del que se obtuvieron, además de la muerte de «Cuervo» y el destino incierto de algún esbardo, unas paupérrimas conclusiones (la más sustanciosa era que los paseantes molestaban a los osos), las consecuencias del mismo cada vez pesan más sobre la conservación de la naturaleza. El truculento descalabro del radiomarcaje trajo consigo la paralización política de los trabajos, en un aspecto casi primordial, que deben satisfacer las especies y los espacios protegidos: la conservación y recuperación. Una paralización que sólo se rompió para manipular al urogallo «Picoteru», con el resultado también trágico que también todos conocemos, y que parece descartar casi definitivamente cualquier pretensión de trabajo en la conservación «real», discreta y efectiva. Ya sin marcha atrás, se habla de la conservación «ex situ» como modelo de programas y únicamente de planes-espectáculo de recuperación de las especies amenazadas. El concepto opuesto, el de la conservación «in situ», parece totalmente desechado: que hay pocos urogallos, los criamos en una granja en un parque natural; que no hay quebrantahuesos, pagamos a quien sea para que los traiga; que los osos siguen en la cuerda floja, tenemos a «Furaco» (¿o mejor llamarlo «Taladro», por seguir esas crónicas antropocéntricas que leemos, tan proclives al chiste fácil y semigrosero?).

Otro tanto de lo mismo hallamos en la gestión de los espacios protegidos. No se pretende más que una bonita foto para los turistas, y así son gestionados. Los aprovechamientos y usos razonables en ellos, lo que ahora se llama de manera vacua compatibilidad o sostenibilidad, son, en muchas ocasiones, sustituidos por otros más agresivos incluso que los permitidos en lugares carentes de esa protección ambiental. Quieren sólo polos de desarrollo y -por supuesto- la orientación investigadora que acabamos de evocar está prácticamente descartada en ellos.

La muerte de «Cuervo» tensó la cuerda de tal forma que se rompió por la parte más delgada, más débil, y las consecuencias las sufrieron los investigadores, para quienes, a buen seguro, aquel hecho es el más fatídico de su vida profesional. El resto de la soga ni se resintió. De hecho, el responsable del proyecto, José Félix García Gaona, es ahora el director general de Recursos Naturales, y el de la muerte de «Picoteru», Viceconsejero.

El señor García Gaona tiene, por tanto, una deuda con la naturaleza y con los asturianos, una cuenta pendiente que puede y debe saldar desde la responsabilidad que ocupa. Pero en el poco tiempo que lleva en el cargo, ya el plomo, el cemento y la electricidad (o las imposiciones políticas) le han hecho escorarse francamente, y parece decantarse por atenuar y subordinar la conservación de la naturaleza a otros intereses, y no lo contrario, que para eso debiera servir el cargo que ocupa.

Es necesario investigar, saber mucho más de la naturaleza astur. La Administración pública asturiana tiene que salir del furacu en que ella misma se metió y García Gaona, uno de los responsables de ello (con otros cargos de Medio Ambiente), ha de arreglarlo, porque sería inútil pedirlo a la actual Consejera del ramo. La proliferación de colosales, innecesarias y dañinas infraestructuras, las diez mil cacerías anuales, la persecución injustificada del lobo (ahora ya ni razonada) o el deterioro de las montañas, han de enfrentarse desde muchos ámbitos, y uno de ellos es el del conocimiento, el de la ciencia. Y en la actualidad, quien menos sabe de eso es la propia Consejería de Medio Ambiente: tampoco quiere saberlo, porque le resulta incómodo para otros planes gubernamentales.

Los zoológicos, la abuela del anuncio de fabada y los envites de «Taladro «están muy bien para los turistas, quizá, no decimos que no; pero todo ello, el circo, el espectáculo, nada tienen que ver -que quede claro- con la conservación de la naturaleza y la restauración de ecosistemas degradados.1

César Alonso y Carlos Lastra son directivos de ANA (Asociación Asturiana de Amigos de la Naturaleza).