«Si hacemos caso a los científicos -escribió Paco Abril en un delicioso artículo publicado en LA NUEVA ESPAÑA el 19 de marzo pasado con el título «La edad de las mentiras»- venimos al mundo provistos de un sofisticado kit de supervivencia», al que el autor atribuye, con razón, el progreso propio del género humano. Y puntualiza: «Los seres humanos prefieren cualquier respuesta, por absurda que sea, a no tener ninguna. Esta conducta fabuladora explica la invención de ficciones, explica la invención de mitos» y, en último término la génesis de las religiones, añadimos nosotros.

¿Qué es la religión? Raimón Panikkar afirmó en una ocasión que a ciento cincuenta y tantas definiciones de religión que guardaba en su fichero, agregaría la suya: «Camino de salvación». Y lo explicó de la siguiente manera: El hombre no puede estar satisfecho con su condición. Abocado a la lucha por la subsistencia, sometido a toda clase de limitaciones entre las que sobresalen las enfermedades y la muerte, el ser humano busca la manera de superar estos inconvenientes para verse libre del sufrimiento y de la aniquilación. Con este fin fabula explicaciones para su estado actual y se imagina perfecto e inmortal. La línea que «religa» la condición humana real con la deseada es el camino de salvación, el contenido de religiones. Le faltó añadir que se trata generalmente de relatos escenificados.

Paco Abril sostiene en el referido artículo que el instinto de fabulación, que en la noche de los tiempos fue el germen de los mitos, sigue presente en los reflejos mentales de los niños, quienes no vacilan en contestar de inmediato a cualquier pregunta, como si en la falta de respuesta instantánea les fuera la vida. Seguramente tal tendencia es el remanente de aquella ancestral necesidad, no borrada por el paso de generaciones, cuyo resultado es lo que llamamos, impropiamente, mentiras. Hacemos nuestra la certera idea de Paco de que el propósito inconsciente de los niños que fabulan no es mentir -que también pueden-, sino construir hipótesis, impelidos por aquel instinto de supervivencia.

Sin embargo conviene tener presente que lo que encontramos gracioso en los niños, en los mayores puede ser inmoral y perverso. El adulto moderno e instruido está en condiciones de distinguir entre lo verdadero y lo fabulado.

Leímos el escrito de Paco Abril pensando en las falacias que a veces menudean en los discursos políticos, pero también en los religiosos. Las posibles mentiras de los políticos no deben preocuparnos porque son de alcance reducido y más temprano que tarde se descubren, empero resulta cada vez más inquietante la disonancia que existe entre algunas creencias religiosas, de enorme poder de atracción sobre las masas, y la verdad objetivamente demostrable. Y aquí, hablando de niños, tocamos una de las controversias esenciales entre la Iglesia católica y el Estado español respecto de la enseñanza de la Religión en las escuelas públicas. La obligación del Estado aconfesional consiste en enseñar sólo las verdades demostrables. La gente es libre de creer en privado en lo que le guste, pero se excede cuando exige que la escuela pública acepte la Religión como asignatura, y más todavía, si la considera de igual categoría que Lengua, Matemáticas o Ciencias Naturales. Es tiempo de reconocer que hoy en día la fabulación es sólo natural en los niños.

Sabemos que Paco Abril conoce a los niños como nadie, pero también nos conoce a los mayores. Recoge de otro diario que «la prensa debería ser un escudo antimentiras» y le da la vuelta sosteniendo que es la argumentación el mejor antídoto contra las inexactitudes. En efecto, son las páginas de opinión y tribuna, como éstas de LA NUEVA ESPAÑA, las que propician el desbroce de fallos y facilitan el acceso a la percepción correcta de las realidades.

Tadeusz Malinowski

Gijón