Sirva este escrito para rendir un pequeño homenaje a un gran maestro, mi gran maestro.

Hace bastantes años, en 1982, se implantaba en el centro de Formación Profesional de Mieres la especialidad de peluquería, dirigida por Ramiro Fernández.

¡Quién me iba a decir a mí que ese curso cambiaría mi vida!

Ramiro no se limitaba sólo a impartir un curso, también nos enseñó a amar a una gran dama, la peluquería. No como una profesión cansada y rutinaria, sino como algo bonito.

De su boca oímos por primera vez la palabra psicoestética, hoy tan empleada en el cuidado de la imagen. Su libro sobre «La imagen», en el que podía apreciarse su trabajo con distintos personajes de la época, era nuestra biblia. Su ilusión por la enseñanza no se limitaba exclusivamente al horario escolar, conseguía invitaciones para sus alumnos para acudir a eventos y demostraciones de los mejores peluqueros del mundo. Realmente para los alumnos del curso 1982-83 las enseñanzas de Ramiro suponían una lección magistral diaria; en definitiva, nos hizo amar intensamente la peluquería.

Pero el dicho popular «todo lo bueno pronto se acaba» también parecía que iba a cumplirse con las clases impartidas por nuestro profesor Ramiro. El centro estima que no puede seguir impartiendo clases en el siguiente curso porque carece de «título» y que, por tanto, se asignaría un profesor con posesión del mismo. Como si el amor por una profesión, la sabiduría que da la enorme experiencia que acumulaba y la ilusión por transmitirla a sus alumnos los infundiera un trozo de papel llamado título. Ninguno de los profesores que he tenido en mi época de estudiante ha dejado una huella tan indeleble como la de Ramiro.

Finalizados mis estudios de peluquería, y tras trabajar con varios grandes profesionales, entre los que quiero recordar con cariño a Pancracio Vallina, ya fallecido, decido establecerme por mi cuenta, poniendo en marcha mi propia peluquería. A petición de una revista dirigida a los profesionales de peluquería y estética, se me realiza un reportaje como empresaria recién establecida, reportaje que yo suponía sin mucha trascendencia y que prácticamente pasaría desapercibido. Cuánto me equivocaba, el gran maestro Ramiro contactaba con su antigua alumna y le expresaba su apoyo; ese aliento jamás podré olvidarlo.

Recientemente, he ampliado y modernizado mi negocio y para su inauguración cursé invitación a todas aquellas personas relacionadas con la profesión que de una manera u otra han tenido que ver con mi trayectoria profesional. Naturalmente, cursé invitación a Ramiro, pero si he de ser sincera, sospechaba que las constantes ocupaciones y viajes de mi maestro le impedirían acudir. Cuánto me volvía a equivocar, el gran Ramiro también tenía tiempo para acudir a la inauguración de una peluquería de una ex alumna.

Muchas gracias, Ramiro, mi profesión de peluquera estoy convencida de que no hubiera sido lo mismo sin tus lecciones magistrales, y muchas gracias por tu bondad y amabilidad.

Chelo Gómez

Pola de Lena