Cuando en 1985 se comenzó a trabajar por la conservación de los osos, la relación de factores que condicionaban su supervivencia parecía infranqueable. El primero y quizá más importante era el gran desconocimiento que la sociedad tenía de los valores naturales y muy en especial de su fauna. Los osos eran grandes desconocidos y la inmensa mayoría de los ciudadanos desconocía que en España existiera esta especie.

La caza furtiva aplicaba a rajatabla una presión indecente que exterminaba los pocos ejemplares que habían conseguido sobrevivir en las montañas, ante la pasividad de una Administración que durante años se había escudado en unas normas protectoras escritas en un papel y olvidadas en un cajón, pero que hacía de oídos sordos y de ojos ciegos ante una realidad cada vez más trágica.

No ha sido fácil durante veinticinco años darle la vuelta a la tortilla a una situación que parecía irremediablemente abocada a la extinción de una especie tan emblemática y biológicamente importante como es el oso.

Ahora, la sociedad ha alcanzado un grado de desarrollo que sabe valorar la importancia de proteger no ya sólo al oso, sino al conjunto de valores naturales que forman la valiosa diversidad biológica de este país. La caza furtiva ha pasado de ser una actividad de prestigio para situarse en el papel que le corresponde, junto a la delincuencia. Y las administraciones públicas han creado todo un ejército de estamentos de protección, físicos y jurídicos, que garantizan algo que la sociedad reclama; conservar la naturaleza.

Estas pocas letras parecen no ser suficientes para resumir el inmenso esfuerzo de trabajo de cientos de organizaciones conservacionistas. Unas, formadas por un grupo de amigos, otras consiguiendo estructurarse en organizaciones profesionalizadas que durante estos veinticinco años, que es casi el del movimiento conservacionista español, han participado activamente en el cambio que ha permitido anular todos esos factores de riesgo para la conservación de nuestra fauna amenazada .

Resulta frustrante comprobar ahora que los más destacados programas de conservación de especies amenazadas en España desarrolladas por ONG encuentren las mayores dificultadas para alcanzar su objetivo no por la oposición de cazadores furtivos, políticos ambiciosos que ven peligrar sus expectativas especulativas de los territorios, o administraciones tediosas de trabajar en cuestiones que no les interesan, porque, aunque subsisten focos del pasado, a la gran mayoría de la sociedad española le interesa la conservación de la naturaleza.

Cada poco llegan noticias de las denuncias de grupos o personas ecologistas contra muchos de los programas de conservación de la fauna que se están realizando en España, tildando a estos proyectos de auténticas barbaridades desde el punto de vista técnico. El lince, el quebrantahuesos, el águila imperial, el buitre negro o el propio oso pardo.

Si ir más lejos y valorando nuestra experiencia, no dejamos de asombrarnos de lo que al Fapas le ha sucedido tras conseguir que en uno de los valles centrales de Asturias y de donde el oso había dejado de ser una especie reproductora, se consiguiera la reproducción de tres hembras diferentes garantizando a su vez la supervivencia de las crías. Las críticas más feroces han sido manifestadas por lo que en apariencia parecen ser amantes y defensores de la naturaleza.

El quebrantahuesos

No podemos tampoco dejar de reflexionar sobre lo que ahora acontece con un proyecto tan importante como es el de la recuperación del quebrantahuesos en los Picos de Europa, propuesto por una organización que ha venido a Asturias a trabajar arropada por la más alta experiencia y cualificación profesional y que además cuenta con el apoyo de todos los sectores más diversos de la sociedad rural donde se pretende llevar a cabo el proyecto, pastores, ganaderos, alcaldes rurales, etcétera, pero que se ha encontrado con las más agria y enervada oposición de sectores ecologistas que tratan por todos los medios de evitar que el proyecto de reintroducción se lleve a cabo.

¿Se está convirtiendo el ecologismo radical en el nuevo factor de riesgo de la conservación de la naturaleza en España? A tenor de los que estamos viendo parece ser que así es. Aunque deberíamos valorar previamente quiénes son estos ecologistas, y qué intenciones hay detrás de sus acciones, ya que a lo largo de los últimos años el panorama del movimiento ecologista ha cambiado radicalmente, posicionándose en dos corrientes cada vez más separadas.

De un lado, las organizaciones que han conseguido profesionalizarse y mantener una independencia ideológica y económica que les permite trabajar en beneficio de los valores naturales de nuestra sociedad, y de otro lado, lo que cada vez más se está constituyendo en un movimiento ecologista radicalizado que utiliza la ecología como base científica y técnica y al propio ecologismo como sustento de una lucha política que necesitan mantener a toda costa para arremeter contra un sistema que consideran lesivo para el medio ambiente sin admitir que haya otras líneas de trabajo que no sean las que ellos representan.

Y, por último, no es posible obviar el que quizá sea el mayor de los problemas que están generando a nivel nacional las asociaciones profesionalizadas y que justifica muchos de los ataques que reciben en sus proyectos de conservación, como es que con determinadas especies emblemáticas de la fauna ibérica se están alcanzando niveles de recuperación y de supervivencia que comienzan a situarse fuera de ese estado crítico que han mantenido durante años. Ha sido muy evidente que mantener a la especies de la fauna salvaje española en permanente situación de peligro de extinción se convirtió en la herramienta más eficaz para vivir también permanentemente de la conservación.

Roberto Hartasánchez es presidente del FAPAS.