Hace unos años cogí un taxi en la parada de Mendizábal. Al iniciar el recorrido, doblando la esquina de San Francisco, me fijé en una pintada que le habían infligido a la pared de la Universidad. Lo comenté con el taxista, diciéndole algo así como «hay que ver esos gamberros no respetan nada» o comentario similar.

A mi observación, el taxista contestó con una absoluta seriedad y sin asomo alguno de «coña» en su respuesta: «Claro, ye que eses paredes de piedra cogen toda la mierda. Cuánto mejor estaben de azulejo que ye mucho más limpio».

Ni qué decir tiene que preferí no decir «ni pío» en el resto del viaje. Eran todavía tiempos, no muy lejanos, en los que muchos aldeanos soñaban con sustituir las viejísimas paredes de piedra de sus casas por un reluciente y magnífico revoco de carga de cemento rematado con un buen y colorido azulejo, así que no era tan de extrañar que aquel taxista ovetense quisiera hacer lo mismo con nuestra centenaria Universidad, por bien de la limpieza y el ornato públicos.

Hace muy poco tuve la suerte de poder hacer un viaje a Londres (me llamo London, que diría don Josep Lluis). Desde Stansted, destino de los vuelos baratos, cogimos el tren lanzadera que a precio similar o superior al del vuelo -curiosa paradoja- te pone en el centro de Londres. Por el camino me fui fijando en campos de fútbol o de rugby, o parques, o urbanizaciones que tenían como testigo de su antiguo pasado industrial la desnuda estructura metálica de uno o varios gasómetros. Cuidados, pintados e integrados en el paisaje. Supongo que hará ya bastantes años que los regidores de los ayuntamientos británicos ribereños de la vía del ferrocarril, los propios ciudadanos y vecinos y las autoridades que tienen algo que decir en la conservación del patrimonio, se habrían dado cuenta de que aquello no era un conjunto de hierros viejos, sino una parte importante y estéticamente relevante de su patrimonio histórico y cultural y que en jerga política actual «había que ponerlo en valor».

Es normal que pueda haber un ciudadano dispuesto a azulejar las paredes de la Universidad, al fin y al cabo la cultura no es algo innato, sino fruto de la educación y del conocimiento y no se le puede exigir a todo el mundo que aprecie la belleza de un Modigliani y lo diferencie de los dibujos del cole de sus nietos, pero lo terrible sería que pudiese haber autoridades o responsables que le hiciesen caso. ¿Quizá todavía podamos cambiar de sitio la torre de la Catedral para que se vea mejor desde Ventanielles?

Claudio Alvargonzález Terrero

Oviedo