«Ama y haz lo que quieras: si callas, callarás con amor; si gritas, gritarás con amor; si corriges, corregirás con amor, si perdonas, perdonarás con amor. Si está dentro de ti la raíz del amor, ninguna otra cosa sino el bien podrá salir de tal raíz». San Agustín.

Muchos habremos observado esa inclinación que todos llevamos dentro para persuadir a nuestros semejantes de lo buenos que somos y del bien que podemos hacer si conseguimos que aquéllos piensen y actúen como nosotros queremos.

Éste suele ser el «apostolado» de cada hombre: piratas buscan piratas, ladrones buscan ladrones, criminales buscan criminales, cristianos buscan cristianos, etcétera.

Pienso que la clave se encuentra en descubrir quién es el líder que más le conviene a una sociedad que se tambalea porque ha perdido el rumbo y no encuentra o no acepta ese camino que a todos nos conduce a la vida. Y ese camino no se encuentra con guerras, ni con los que mueren por desnutrición o por exterminio en las clínicas públicas o privadas.

El líder por el que yo me inclino, y le vengo sirviendo desde hace algo más de 40 años, es Nuestro Señor Jesucristo, del cual estoy enamorado y quisiera estarlo mucho más, y lo mismo me sucede con su Santa Madre, porque sólo ellos consuelan, sólo ellos te dan la paz, sólo ellos aman de verdad a los pobres y a los ricos que saben compartir sus riquezas con los hambrientos y desarrapados. Y sólo para ellos busco adeptos. Y todos los que hemos conseguido -no tantos-, se sienten felices con su cruz y con ese Cristo que saben que les ama de verdad, y les perdona siempre a cambio de nada, y les promete y garantiza la gloria eterna.

El escrito publicado (20-4-2008) por don Sabino Álvarez Pozos en este mismo diario, me ha servido de instigación para escribir esta carta, y se lo agradezco. Pero muy poco puedo decirle de los santos padres. Los que yo he conocido, ejerciendo como representantes de Jesucristo en este mundo tan confuso, han sido tan excelsos en todos los aspectos, que me siento anonadado después de haber leído algunas encíclicas con esa sabiduría que de lo alto viene. Que todos han sido auténticos defensores de la vida desde el primer momento de su concepción lo sabe mejor que yo don Sabino. Que todos han sido defensores de los más pobres también lo sabe usted, don Sabino. Que las guerras se van sucediendo por no hacer caso a los santos padres no lo puede dudar, don Sabino.

Esto me lleva a recordar algo que no se olvida fácilmente: la vidente de Fátima -sor Lucía- actualmente en proceso de beatificación, aclamada por un sinnúmero de fieles en los cinco continentes (Benedicto XVI ha establecido que puede comenzar el proceso de beatificación, derogando los cinco años de espera establecidos por las normas canónicas); pues bien: sor Lucía me dijo poco antes de morirse, en la última visita que le hicimos: «El que no está con el Papa no está con Dios». Los tiempos en que algunos pontífices ensombrecieron la Iglesia se han quedado muy distanciados.

Acerca de los treinta sacerdotes que usted defiende conforme a su punto de vista, puedo decirle que todos los que han consagrado su vida a Dios para servirle, para servir al prójimo, para vivir donde hagan falta, para obedecer al Prelado de turno, para renunciar a una posible familia, sabiendo que se comprometían a ser perpetuamente célibes, para una vida santa, no puedo ocultar que esa dignidad me conmueve y admiro.

Lo bueno y lo justo es que la Santa Iglesia no engaña a nadie. También es cierto que siendo Dios el campeón de la libertad, no les puede impedir que abandonen los hábitos y puedan casarse con permiso de Roma, sin que por ello exista la más mínima punición por parte de la Iglesia. Lo que nadie puede hacer es llevar la Santa Iglesia al gremio de los que discrepan de la misma; hacerle cargar con esa responsabilidad a un Arzobispo que quiere vivir y vive en perfecta comunión con el Santo Padre y con el cardenal arzobispo de Madrid, monseñor Antonio María Rouco Varela; nos parece que este apostolado tiene mucho que ver con los expresados anteriormente.

Con respecto a la carta que ha sido publicada y firmada por los treinta sacerdotes, pienso que ha faltado un poco de discreción al hacerla pública, dando lugar a polémicas que ensombrecen el honor de la Iglesia y de sus héroes y santos.

Para conocer lo que guarda en su corazón el señor Arzobispo es necesario leer los libros que lleva publicados, es necesario saber que viene inmolando su vida conforme a los preceptos de Jesucristo, a favor de Asturias, de los asturianos y muy especialmente de los pobres y enfermos que no cesa de visitar y proteger. Y vaya como anécdota: me consta que una persona de bien y que me honró con su amistad, después de solicitar audiencia con el prelado referido le dijo que deseaba escribirles una carta a los treinta sacerdotes y hacerla pública como ellos la habían hecho. La respuesta de don Carlos fue contundente: «Hay que perdonar todo a todos». Mi buen amigo se quedó con las ganas de hacerlo. Así es don Carlos. Pero «si no sois del mundo, el mundo os odiará como me odiaron a Mi» (Jn 15, 18-19; Mt. 10, 24).

San Juan de la Cruz nos ha dejado escrito: «Si en algún tiempo, hermano mío, le persuadiere alguno, sea o no prelado, doctrina de anchura y de más alivio, no la crea ni la abrace, aunque se la confirme con milagros, sino penitencia y más penitencia, y desasimiento de todas las cosas y jamás, si quiere llegar a la procesión de Cristo, le busque sin la cruz». La doctrina de Cristo es así: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome cada día su cruz y sígame». (Lc 9, 23). Por eso la Iglesia tiene tantos millones de seudocristianos, y tan pocos que sigan a Cristo. Allá lo veremos muy pronto. ¡Bendito sea Dios!

Antonio Colao Granda y 199 firmas más