Es la madrugada del domingo 4 de mayo de 2008, son las 2.40 horas cuando mi amigo y yo llegamos a la estación de autobuses de Oviedo para tomar la próxima salida para Gijón.

El vigilante de seguridad nos informa que será a las 3.0; aún faltan 50 minutos de espera. Hay pocas personas en la estación y así sigue siendo durante otros 30 minutos.

Después la estación comienza a llenarse de gente. Se empiezan a oír fuertes golpes, ruidos que parece son patadas contra papeleras, máquinas expendedoras, cristales, voces amenazantes, se palpa la violencia; para evitar líos decidimos no movernos del asiento en que esperábamos.

El guardia de seguridad vuelve a aparecer (como salido de la nada) justo en el momento en que llega el autobús y sólo para decirnos, sin más, que no había plazas suficientes para todos y que por favor hiciéramos cola para subir.

Naturalmente, los que ya llevábamos más de tres cuartos de hora esperando, reclamamos nuestro derecho a subir primero a lo que el «guardia» (o lo que sea), nos respondió que eso no era su problema porque él «no estaba allí para dar palos, pero si queríamos, llamaba a los antidisturbios» (es un alivio saber esto, aún tenemos que agradecerle que no nos pegara). Después, a mí, personalmente, me amenazó por protestón con estas palabras: «Y tu, ándate con cuidado, que a lo mejor todavía entras el último» (ante esta respuesta sobran los comentarios, a esto se le llama profesionalidad).

Para lo que sucedió a continuación no hay palabras, allí hubo de todo, patadas, empujones, bofetones, insultos, algunas mujeres gritaban porque les tiraban de los pelos o de las ropas para apartarlas, mi amigo recibió un puntapié del que todavía no se ha repuesto.

Toda una avalancha humana pegándose por entrar los primeros en el autobús, si al final no hubo que lamentar desgracias mayores, que lo ignoro, debió de ser por pura casualidad.

No se puede tapar lo inexcusable, que nadie diga ahora que es que la gente es así. Lo que sucedió esa madrugada fue una vergüenza fruto de un cúmulo de negligencias de las que sólo Alsa es responsable. Pienso, además, que este caso bien merecería que se abriera una investigación.

Si el número de plazas resulta insuficiente para tantos viajeros solo caben dos soluciones:

Primera, se sube al autobús por estricto orden de llegada a la estación: los que más lleven esperando son los primeros en subir.

Segundo, se ponen más coches, los que hagan falta y se hacen más viajes, esta última solución será la más deseable.

Lo más bochornoso de todo es saber que este servicio de bus nocturno está patrocinado (y por lo tanto cabe pensar que subvencionado) por el Principado de Asturias, supuestamente para que las personas que salen de noche no tengan que tomar el coche particular para regresar a casa, pues siempre se supone que van un poco cargados de alcohol.

Pienso que no estaría de más que el señor Álvarez Areces se dignara de vez en cuando a hacer uso de estos servicios como simple viajero, así podría comprobar in situ lo bien que funciona ésta su grandiosa obra.

Al final el autobús salió con quince minutos de retraso, a las 3.45 horas.

Ignoro la suerte de las personas que se quedaron en tierra, algunos ya llevaban tiempo esperando.

Adolfo López Díaz

Gijón