Aitana CASTAÑO

Soto (Aller),

Secundino Solís Suárez apoya su mano en un hórreo, echa la vista al frente y suspira. «Tienen que hacer algo con ella. No se la puede dejar caer». Este vecino de la localidad allerana de Soto habla de la torre medieval que perfila la línea del horizonte en el barrio de Villamayor, la misma que conoce desde que nació hace ya unas décadas, en un edificio a escasos metros del monumento. La torre, casa natal doña Urraca -la hija bastarda del rey Alfonso VII que llegó a ser reina-, «se cae a pedazos», como el muro que la rodea, que también cuenta con siglos de historia, como la casa anexa que un día fue el retiro veraniego de los Bernaldo de Quirós.

Las noticias de que los propietarios del castillo de doña Urraca -la familia ovetense Díaz-Ordóñez- venden la torre y la posibilidad de que sea el Ayuntamiento de Aller quien la compre para su rehabilitación han llegado a Soto en una primavera verde y frondosa, que apenas deja entrever los muros del palacio. «Si soy sincero, tengo que decir que prefiero que sea un particular el que compre la casa y lleve a cabo obras de mejora. Creo que si es el Ayuntamiento o el Principado el que se hace cargo de ella, al final entre que llega una subvención y no llega se caerá y desaparecerá», defiende Solís, que aún recuerda cuando «la torre era redonda y a lo alto se subían los chavales».

«Subían a colgar una bandera el día de Corpus Christi», apostilla otra vecina, Rosario González, que disfruta «y sufre» como nadie el hecho de vivir tan cerca de un torreón declarado de interés histórico artístico. «A mí parezme guapa, también te digo que a veces no nos trae a cuenta vivir cerca, yo quise cambiar las ventanas para ponerlas de aluminio y no me dejaron porque decían que ese tipo de obras no quedaban bien en el entorno de un monumento», apunta González.

Esta vecina, que también es natural de Soto, guarda en el primer cajón de su salón numerosas fotos de la historia de su familia, en las que, irremediablemente, aparece la torre como una más. En una de las imágenes, cuatro jóvenes con delantales blancos sonríen junto al palacio. «Una de ellas es mi tía, estuvieron sirviendo en un banquete que se celebró en la casa después de la misa cantada por un misionero», recuerda la allerana. González, como Solís, también defiende que sea «una persona o una empresa la que se haga cargo de la torre. Creo que sería mejor porque ayudaría a que el pueblo fuera conocido. Me gustaría que se pusiera un hotel o un restaurante. El caserón es enorme y vale para ello, además, tiene unas vistas preciosas». Junto al muro que intenta resguardar la torre y bajo las copas de dos árboles, los vecinos se sientan a hablar. «Nosotros decimos que venimos al casino», explican. En la puerta azul que da acceso al castillo se lee una pancarta: «Sama-Velilla No».