Ya se ha convertido en tradición que el sábado central del mes de mayo lo mejorcito de cada casa se congregue cerca del alto de San Tirso, en torno a un cordero a la estaca para celebrar unos cuantos cumpleaños. Y también es tradición consolidada que el sábado central del mes de mayo llueva a cántaros. El año pasado lo hizo y cantamos y bailamos hasta las tantas entre la niebla fría. Este año, diluvió hasta temer por los entoldados bajo los que intentamos resguardarnos. Pero el tiempo inclemente no nos arredra. Provistos de chubasqueros, gorros para la lluvia y calzado impermeable -bueno, hubo quien se presentó con unos zapatitos de bailarina-, zampamos, bebimos, cantamos, bailamos, conspiramos y reímos hasta las tantas. Hasta que dejó de llover. Porque también alcanza el grado de tradición que el domingo posterior al sábado central del mes de mayo haga un día fenomenal, claro y despejado. Así ocurrió en año pasado y así fue éste. Un precioso día de primavera. Como manda la tradición.

Entre los asistentes al jolgorio ya se ha planteado en alguna ocasión la posibilidad de, ya que el sábado siempre llueve y el domingo sale el sol, en el futuro fijar como fecha de la celebración el día del Señor posterior al sábado central del mes de mayo. Pero no, la moción nunca prospera, por más furioso que sea el chaparrón, pues quizá, quien sabe, la gracia y el éxito del festejo radique precisamente en eso, en que, a pesar de todo, de pasar frío y estar bajo un aguacero, nada nos impide estar juntos y disfrutar. Y dejamos para el domingo las maldiciones y los juramentos contra los caprichos meteorológicos. Y los estornudos.

A nadie se le ocurriría cambiar las fechas de las fiestas de San Juan para evitar el orballo. Pues nosotros, igual. Es más, estamos por establecer que como el parte del tiempo lo dé bueno para el sábado central del mes de mayo, se suspenda la celebración hasta que se vuelva a nublar. Y es que, ya que se da tan bien, no vaya a ser que lo gafemos.