La mayoría de los propietarios de tiendas mixtas-ultramarinos y bares radicados en el valle de Felechosa en la primera mitad del pasado siglo poseían un amplio bagaje de aventura y frustración en su periplo de emigración por Cuba, Argentina o Perú. No alcanzaron su ansiada fortuna pero sí se enriquecieron en su cultura y talante empresarial. Desgraciadamente las últimas generaciones no han conocido a éstos personajes que reflejaban una identidad comercial que se ha ido perdiendo inexorablemente. Se mejoraron sustancialmente las instalaciones hosteleras y comerciales, pero, en general, ha desaparecido la figura emblemática de los titulares de los negocios que con sólo su presencia tras el mostrador atraían a los clientes. No era necesario asistir a una tertulia, ni jugar una partida de cartas, la presencia permanente del dueño permitía disfrutar de un diálogo fluido y sabroso que fue santo y seña en la hostelería y el comercio de el alto Aller de la que vamos hace una breve antología.

l Industria. Las madreñas y las piedras de afilar son dos de las industrias que generaron puestos de trabajo en Felechosa, aunque precarios. José Corte y antes su padre Valentín Corte regentaron el negocio de madreñas y para darnos una idea del volumen adquirido basta ofrecer la cifra extraordinaria del almacenamiento de las mismas al estallar la guerra: 36.000 pares.

Por su parte las piedras de afilar (guadaña, carpintero y de barba) fue una actividad desarrollada por Sacramento Rodríguez en las primeras décadas del XX, a la que daría continuidad sus hijos Manuel y Víctor con exportación a numerosos puntos de España. Recién terminada la guerra civil en Felechosa la mayoría de los vecinos afilaban piedras y conseguían de ésta forma unos modestos ingresos que paliaban ligeramente sus maltrechas economías, en un tiempo en que no había ingresos regulares en metálico, ya que el trabajo en las minas hasta bien entrados los 50 era testimonial y sobraban los dedos de una mano para contabilizar los mineros que bajaban a Piñeres, Levinco o Collanzo. En la década de los 40 una mina -La Prieta- ofreció trabajo temporal a varios vecinos de Felechosa.

l El comercio. De ésta actividad recuerdo los negocios textiles de José Suárez y Santos Muñiz que alternaban con la venta de bebidas y en el caso de Suárez había que añadir el baile amenizado por una pianola. Con frecuencia los mozos le preguntaban a Suárez por el repertorio musical y siempre respondía «el baile carioca y equis piezas más». Al igual que en el sector hostelero ambos habían sido emigrantes en Cuba. Los telares frecuentes en aquellos años no pasaban del círculo familiar y los molinos cuya existencia en la parroquia era numerosa se puede decir otro tanto.

l Hostelería y similares. La mayoría de los propietarios de negocios hosteleros existentes en Felechosa en los primeros 50 años del pasado siglo habían sido emigrantes. Ramiro Castañón y Manuel Rodríguez Megido «Manolín de Sacramento» habían estado en Cuba. Manuel Díaz «El Relojero» fue emigrante en Perú al igual que José Arias «El Rápido». Todos ellos imprimieron un talante diferencial al comercio en Felechosa. Entre las especialidades culinarias que desarrollaron destaca en general la buena cocina de Casa Manolín, o el queso y el jamón de Casa el Rápido. Otros establecimientos de aquellos años fueron el de Antonio Megido, Tomás Hevia, y los hermanos José y Genaro Corte

Descendiendo a El Pino es necesario subrayar dos tiendas mixtas que durante muchos años surtieron de chucherías a la chiquillería del pueblo. Una de ellas pertenecía a José «El Molinero», conocido también familiarmente por «Horray». José había estado en Cuba varios años y bien que se le notaba por su vocabulario abundante en expresiones cubanas, de ahí le venían el apodo de «Horray». Otra tienda de parecido perfil a la de El Molinero en El Pino, pero anterior en el tiempo, era la conocida por Rosa Pertegón, instalada en los alrededores de las escuelas.

En El Pino existían bares como los de Flora, el más importante, Mingoxo o José el de Celesta de larga trayectoria. Ovidio de Lillo regentaba un negocio mitad bar, mitad tienda, que antes de la guerra había ocupado el local de Mingoxo en la carretera general. Por su trato exquisito, formación cultural, memoria y don de gentes, Ovidio tenía una amplia clientela no sólo de El Pino, muchos vecinos de la Pola y Felechosa que asistían a actos religiosos en El Pino hacían parada obligada en el bar de Ovidio.

En la Pola del Pino el bar más conocido era el de Teresona, con baile incluido. Otros negocios próximos a los años 50 eran los de Antón y Aleyda como tienda-bar y Manuel de Ramira. Alfredo Suárez «Alsu» fue otro titular de un modesto bar pero siempre tenía en su imaginación ideas y proyectos para mejorar el rendimiento del negocio. Cantante de tonada y de carácter abierto y afable mereció mejor suerte en su actividad. De aquellas ideas -algunas extravagantes- recuerdo una en la que sugería al dueño de la camioneta de viajeros que cubría el trayecto de Collanzo-Felechosa que hiciera una breve parada en la Pola y poder de esta forma facilitar bebida o café a los viajeros?

En Llanos recuerdo establecimientos como la Macarana que años más mas tarde añadiría baile amenizado por una orquestina de sus propios hijos y Juan de Bárbara antecesor de su hijo, Quico, innovador empresario hostelero. Los bares de Llanos se nutrían en parte de los vecinos de la parte alta para tomar un café o una copa de aguardiente en sus idas y venidas a Collanzo para viajar en el Vasco en horas en que no había servicio de autobús.

En ésta breve antología de establecimientos comerciales y hosteleros del valle de Felechosa alguien puede echar de menos otros nombres pero conviene reiterar que nos referimos a los instalados antes o fronterizos a 1950. Salvo casa «El Rápido» y Juan de Bárbara todos han desaparecido. En un próximo trabajo nos referiremos a Collanzo y el valle de Casomera.

Todos estos negocios vivieron una época de penuria y de supervivencia extremadamente difícil. La gran mayoría de ventas se fiaba a muchos meses pero las letras de cambio de los proveedores llegaban implacablemente puntuales y en muchos casos había que recurrir a préstamos de otros vecinos y familiares para hacer frente a los pagos. Nada que ver este panorama con el espectacular desarrollo de Felechosa en los años posteriores. El acceso a los trabajos en la mina propició una mejora sustancial en la economía de decenas de vecinos de Felechosa. Sería un anticipo hacia tiempos mejores. La sala de fiestas «La Villar» pondría el primer eslabón en el despegue del pueblo a mediados de los años 50. Posteriormente se impulsaría de forma importante el sector hostelero, con la incorporación de una serie de establecimientos de restauración como El Parador, De Torres, Mesón del Cordero, Valentín, etc. y finalmente la «explosión» del Puerto de San Isidro pondría la guinda al progreso de un pueblo que hace sesenta años era exclusivamente agrícola-ganadero para pasar en la actualidad al sector de servicios, una reconversión patente de la que hay pocos antecedentes en nuestra región. En los últimos tiempos el azote de la crisis afectó brutalmente a Felechosa después de un «boom» espectacular en la construcción. Habrá que tener esperanza en que se cumpla aquel viejo adagio de «nunca llovió que no escampara».