Rosana no puede ser actriz

La madre de una niña de 12 años con síndrome de Hurler denuncia que no le permiten matricularla en un curso de teatro, en la Casa de Cultura de Mieres

Mayé Díaz, con Rosana, junto al cartel que anuncia el nuevo curso de teatro. J. R. SILVEIRA

Rosana Casasola tiene doce años y sabe muchas cosas. Es una experta en problemas de matemáticas, la asignatura que mejor se le da, y hace los deberes de inglés mejor que nadie. También está al tanto de que padece un mal degenerativo e incurable, denominado síndrome de Hurler. Se trata de una "enfermedad rara", hay trece casos diagnosticados en España, que le impide caminar y que afecta a todos los órganos de su cuerpo y a su desarrollo físico. Lo que no sabe, porque nadie se lo ha podido explicar, es por qué ha encontrado trabas a la hora de apuntarse en un sencillo curso de iniciación al teatro que se ofrecerá en la Casa de Cultura de Mieres. Su madre, Mayé Díaz, asegura que se sienten "discriminadas" por la organización de la actividad. "Nos dieron largas sólo porque la nena no puede caminar", señaló.

Rosana había sido siempre, según su madre, una niña "muy abierta y sociable". En los últimos meses, en cambio, sus padres detectaron que estaba convirtiéndose en una joven muy vergonzosa y decidieron atajar el problema: "Pensamos que el curso de teatro podía irle bien, así que fui a matricularla", explica Mayé Díaz. Los responsables de la actividad, que corre a cargo de Keaton Producciones, no respondieron como ella esperaba.

La madre de Rosana sostiene que la intentaron desmoralizar. "Me dijeron que buscara una actividad que le gustara más a la niña", comenta. Una respuesta que le resultó "hiriente, malintencionada y fuera de lugar".

Rosana escucha a su madre, pero tiene la vista puesta en un cuaderno. Está haciendo unos deberes de inglés para su clase de primero de ESO en el colegio Santo Domingo de Guzmán. "Me gusta mucho estudiar", responde pizpireta, cuando le preguntan: Y el teatro, Rosana, ¿te gusta mucho? La cara de la niña cambia. Baja la vista, con los ojos empañados y responde con un escueto "no lo sé", mientras se encoge de hombros. "Ahora ya no quiere ni oír hablar de ello, le han vuelto a hacer daño y no es la primera vez que nos pasa. Estamos hartos de callar", añade su madre.

Mayé Díaz no echa la culpa a nadie porque, en realidad, no puede asegurar si las trabas que encontró las puso la Casa de Cultura, el Ayuntamiento o la compañía teatral. Pero "hubiera pagado la cuota mensual como el resto". La cuota mensual y lo que le pidan, porque lleva doce años dándolo todo por su hija. Rosana lo sabe. Por eso, ha aprendido a sonreír siempre. Aunque el mundo le de la espalda.

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