Desgraciadamente no soy políglota. Sé del francés poco más de lo que aprendí en el bachillerato, hablo, leo y escribo en castellano; también hablo y leo en asturiano, porque soy de Mieres, pero mi bolígrafo se niega a escribir algunas normas de nuestra Academia de la Llingua, y aunque no hablo ni escribo el italiano ni el portugués, sí los leo porque todos vienen del mismo tronco latino y en ellos lo que no se entiende, se puede deducir con facilidad.

En cuanto al gallego y al catalán, me sucede lo mismo, aunque la primera de estas lenguas me parece más rica que la segunda. Seguramente se debe a mi falta de formación lingüística: el catalán no me llena, porque siento que siempre le falta algo. Me perdonarán, pero me parece un castellano al que le han quitado el 3% de las letras.

Conocedor de esta opinión y de mi gusto por el teatro escrito a finales del siglo XIX, un amigo de Barcelona me hace leer "Mossèn Félix" una obrita en su idioma, editada en 1898, ocultándome el nombre de su autor.

Me gusta y encuentro muchas cosas que me resultan familiares: el escenario del primer acto es una casa de huéspedes, entre los personajes hay estudiantes, sobrinas bonitas, un solterón enamoradizo y hasta un músico de cornetín que agobia a los huéspedes con sus ruidosos ensayos. El tono estilo de las escenas de humor también me suena demasiado.

Una vez pasado el examen me muestra el secreto: "Mossèn Félix" es la adaptación de "El señor cura", la comedia de nuestro Vital Aza llevada al catalán por Joseph Maria Pous, escritor nacido en Figueres, en el Alto Ampurdán, que tenía unos gustos parecidos a los del lenense y -como él- produjo numerosas obras para los escenarios y puso la letra a varias zarzuelas.

"Mossèn Félix" llegó el 9 de abril de aquel 1898 al Teatro Romea de Barcelona e hizo reír durante unas semanas a los espectadores catalanes, agobiados como el resto de los españoles por las noticias militares que llegaban de Cuba.

Después de saberlo, resulta fácil seguir comentando cosas sobre esta comedia, aprovechando de paso para volver a recordar a Vital Aza, uno de los personajes más entrañables y populares que ha parido la Montaña Central. El señor cura fue una de las comedias de más éxito del autor lenense y cuenta con los ingredientes habituales que él sabía manejar con maestría para distraer a su público madrileño. Voy a contarles las dificultades que tuvo esta obra hasta conseguir el aplauso general.

El señor cura fue estrenada con gafe el 11 de diciembre de 1890 en el Teatro de la Comedia de Madrid. Para empezar, Vital no pudo acudir al debut porque se lo impidió una enfermedad y además -cosa rara en su historial- el telón se bajó con más pena que gloria.

Al día siguiente El Heraldo de Madrid abrió su portada con la reseña del acto hecha por su amigo Rafael Comenge, con quien había compartido pensión en la casa número 8 de la calle del Olivar en sus años de estudiante: "Anoche no estaba en las cajas, trémulo y demudado como otras veces, esperando a que los morenos pronunciasen su sentencia, porque no hay autor alguno que respete más al público que Vital; una enfermedad grave lo detenía en su casa junto a su mujer y sus hijos y a la fiebre que padece se unía la excitación del estreno, la emoción del que va a ser juzgado y no tiene más defensa que su ingenio. ¡Malo es que un general no dirija en persona la batalla, y muy difícil que pueda ganarla desde el hospital de sangre!".

La crónica del bueno de Rafael achacaba el malestar de los espectadores a la pérfida intención de un grupito que había querido ver en la figura del cura un trasfondo anticlerical: "Anoche el público se asustó de que un cura tocase el cornetín? Desde el momento en que Mario apareció vestido de cura, el público hipócrita, ese que acepta al clero con petral blanco y sotana a la francesa, que aplaude al Don Basilio de El Barbero de Sevilla, defensor de la calumnias, galeato y zurcidor de voluntades por dinero, ese público, protestó? Esta actitud de los envidiosos fue aprovechada por los envidiosos y pronto se recurrió al socorrido expediente de la tos que ahoga, del paraguas que cae, del bastón que resbala. Si en vez de tres sotanas saca a la escena el autor tres ponchos de la guerra de África, los aplausos llegan al cielo".

Pero el motivo del fracaso no era ese; los exigentes críticos del momento más imparciales que el amigo del escritor dieron enseguida con la clave y se lo hicieron saber en sus reseñas. El cronista de El Correo Militar -que a pesar de su nombre también recogía noticias culturales- se despachó a gusto: "'El señor cura', estrenada anoche, no es de lo mejor que ha salido de la pluma de Vital Aza. Con los elementos aportados a la comedia por el innegable ingenio de su autor pudo haberse hecho una en dos actos que hubiera tenido larga vida. Porque este y no otro es el flaco de 'El señor cura'. Vital Aza se ha equivocado en cantidad no en calidad. Si todo el primer acto de la obra se hubiera referido en dos escenas del segundo, la obra, al llegar al final, no pesaría como pesó anoche". A Vital Aza, que en aquel momento ya era el autor más celebrado de la cartelera, no le hubiese costado guardar para siempre su libreto en un cajón. En vez de hacerlo, convencido de la validez de su argumento, decidió hacer caso a la crítica y siete años más tarde retornó con ella a los escenarios, pero esta vez fundiéndola en dos actos.

El 20 de octubre de 1897, La Correspondencia Militar (de nuevo el adjetivo bélico en otra publicación) también trajo a su portada el acontecimiento, aunque esta vez con un tono muy diferente. La prueba era que el autor se había visto obligado a saludar al final de cada acto: "Y cae el telón. Y Vital Aza es llamado a escena para recibir insistentes aplausos por haber hecho un magnífico primer acto a El señor cura. Un primer acto en que, a pesar de la despreocupación absoluta hacia el chiste, rieron mucho los espectadores, mantenidos en perpetuo regocijo por la intensa realidad cómica de la acción? Vital Aza es uno de los pocos que escriben para todas las compañías y que, sea cualquiera la que represente sus comedias, puede señalar con lápiz el momento del aplauso o de la carcajada en cada página"

Volviendo al estreno de Barcelona, al semanario catalanista L'Atlántida no le parecían muy bien las versiones de las obras castellanas y acusaban a Pous de haber desdibujado los tipos en extremo y poco menos que destruir las situaciones cómicas adaptando mal los chistes

Me atrevo a traducirles del catalán dos párrafos de su página de espectáculos, el 16 de abril de 1898: "El sábado último se estrenó con el título de Mossèn Félix un arreglo de la comedia de Vital Aza El señor cura, debido al señor Pous. Antes de nada hemos de comentar que nos ha hecho mucha gracia ver a aparecer en los carteles la obra mencionada como de los señores Vital Aza y Joseph Maria Pous, siendo así que el trabajo de este último se reduce al de traductor? ¿Qué se diría por ejemplo, salvando las distancias, si anunciasen Hamlet como la obra de los señores Shakespeare y Masriera? Pero dejando a un lado estas digresiones, vamos a lo importante. En primer lugar no vemos la necesidad de traducir obras castellanas en nuestra lengua por razones que saltan a la vista y menos si estas obras son del señor Aza, cuyo mérito principal, como es sabido consiste en la gracia y viveza del diálogo, cualidad que ha de perderse necesariamente con la versión".

Sin embargo para Barcelona-Sport, el abuelo de los semanarios deportivos, el triunfo de la obra era innegable, pero, aún así, en el fondo de su crónica volvía a moverse el temor de que tuviese un trasfondo anticlerical: "El arreglo de la comedia de Vital Aza que se ha estrenado en Romea bajo el título de Mossèn Félix ha obtenido un verdadero éxito. Hay en la obra algunos chistes de brocha gorda que en nada la favorecen y podrían, por lo tanto, suprimirse, ya que bastan las situaciones cómicas que posee para asegurar el éxito".

En fin, puede que los asturianos tengamos en el cementerio de Mieres a uno de los mejores autores de comedias de este país, pero Cataluña tampoco se queda corta en el humor. Si miran la historia verán que los mejores payasos siempre han sido catalanes.