Historias heterodoxas

El suicidio de Carlos Fernández Miranda

La extraña muerte del vecino de Ablaña, detenido tras la Revolución de 1934, que apareció estrellado sobre el suelo del colegio-prisión

En el museo del Prado puede verse un cuadro terrible en el que Goya representó a Saturno devorando a uno de sus hijos. Saturno era un dios clásico que se comía a sus vástagos según nacían ante el temor de que alguno de ellos lo destronase: Saturno es el tiempo que se alimenta con nosotros y hace desaparecer nuestros recuerdos en el olvido eterno de sus entrañas. El más cruel de los dioses se ha llevado este año entre sus fauces la memoria del octubre de 1934. Nada; ni un acto; ni una mención para el acontecimiento que, guste o no guste, -como he dicho otras veces- seguramente será el único capítulo del siglo XX asturiano que se siga estudiando cuando llegue el XXII.

Prácticamente ya no quedan testigos que puedan evitar como se extiende la manipulación tendenciosa de aquellos hechos que hoy molestan incluso a quienes pasean las mismas siglas que los protagonizaron. Pero, a pesar de todo lo que se ha escrito loando o maldiciendo la última insurrección obrera de Europa, aún queda mucho por saber y es difícil poner el punto final a la investigación con el rigor que exige la objetividad. Desde esta página quiero recordar Octubre de la única forma que puedo hacerlo, contándoles uno de esos episodios concretos, que aún están en el aire, con el ánimo de mostrarles la labor que tienen pendiente los jóvenes historiadores.

Mi amigo Enrique Pérez Corte me pasa un folleto de época que le han mandado desde el País Vasco. Se trata de "Los presos de Asturias ¡Acusamos!". Es una publicación que parte de ocho folios escritos por ambas caras, que firmaron 547 presos el 24 de enero de 1935 para presentarle al Fiscal General de la República su testimonio y su queja por la situación que estaban viviendo quienes fueron detenidos por haber participado en los hechos revolucionarios.

En el texto sólo aparecen en representación de todos, los nombres de los seis primeros y los seis últimos firmantes. Por un lado Juan Pablo García Álvarez, Arístides Llaneza, Francisco Caramés, Javier Bueno, Antonio Llaneza, Laureano Prado y al final José García, Juan Álvarez, Eulogio Álvarez, Manuel García Prado, Rafael Fernández y Olegario Acebal.

Hay, como vemos, varios nombres destacados de la órbita socialista, pero el prólogo anónimo que se añadió en el momento de la edición refleja otra ideología y se cierra con las consignas que acababa de lanzar el Bloque Obrero y Campesino el 1 de enero de aquel año: Triple unidad de la clase trabajadora. ¡Unidad de acción: Alianza Obrera! Frente Único; ¡Unidad sindical: una sola central sindical! Sindicato Único; ¡Unidad política: un solo partido marxista! Partido Único.

La denuncia se inicia con la aclaración de sus autores, que pudieron hacerlo porque se salvaron -alguno solo momentáneamente- de las sádicas torturas aplicadas especialmente por el comandante Doval, en las Adoratrices y por el capitán Nilo Tello, en la Cárcel. Luego se pasa a contar con detalle en que consistían las torturas más habituales: "el trimotor", "el tubo de la risa y "el baño María" y por fin sigue una relación de torturados entre los que hay hombres de todos los concejos mineros.

Intencionadamente, la última referencia narra el caso de Carlos Fernández Miranda, una persona alejada de cualquier violencia, que fue arrestado sin motivo aparente con un gran despliegue de uniformados cuando ya habían transcurrido cien días de la derrota minera: "De intento hemos dejado para el final el caso? ocurrido el 20 del mes actual, para que se vea que los tristes procedimientos que denunciamos no han sido abandonados todavía. A esta Cárcel Modelo de Oviedo siguen llegando detenidos, procedentes de distintas prevenciones, donde se les hace objeto de malos tratos y torturas?".

Esto es lo que se cuenta en el relato de los presos: "Especial relevancia fue el caso de Carlos Fernández Miranda, vecino de Ablaña (Mieres), casado, deja dos hijos; comerciante. Al ser detenido en su domicilio y golpeado, como sus dos hijos, dos muchachos de 9 y 11 años se echasen a llorar fueron golpeados también para que se callasen. Se le recluyó en la prevención del llamado Colegio cristiano, de Mieres, donde fue bárbaramente maltratado. El 20 del mes actual apareció estrellado sobre el pavimento de una de las galerías del Colegio-prisión, muerto. Acaso se suicidase no pudiendo resistir más los suplicios".

Un año más tarde, el 22 de enero de 1936, en plena campaña por la amnistía y en vísperas de la victoria en las urnas del Frente Popular, Ovidio Gondi volvió a interesarse por este caso llevándolo a los lectores de toda España en un artículo publicado por La Libertad.

Gondi, conocido periodista langreano, ya tenía proyección nacional por haber sido testigo de la muerte del periodista madrileño Luís de Sirval, asesinado por legionarios el 27 de octubre de 1934 en el patio de la Comisaría de Vigilancia de Oviedo; un suceso que en su momento fue llevado y discutido en el Parlamento.

Su versión apuntaba unos datos sobre la procedencia familiar de Carlos Fernández Miranda que lo situaban en la clase media, alejándolo del perfil obrero de los revolucionarios: "?la familia de Miranda es oriunda de Pola de Lena. Su padre era procurador en aquella villa, por lo tanto, de antiguo, gente de posición. Carlos se estableció en Ablaña hace once años, allí formó su hogar del que es un recuerdo perenne esta abnegada mujer que se llama Sofía Gutiérrez y estos nenes llenos de viveza e inteligencia, Carlos y Víctor. Carlos no cometió otro delito que el de su bondad extremada. Su corazón le inclinaba al bien y los necesitados sabían de su ayuda constante, desinteresada. Por eso le querían en Ablaña y por eso era tan estimado en los concejos limítrofes".

Ovidio Gondi también contradecía la versión inicial de sus compañeros presos al negar que los hijos del detenido hubiesen sufrido malos tratos, pero la exposición de los hechos que habían conducido a su arresto aumentaba aún más las incógnitas: "Cuando estalló el movimiento revolucionario, Carlos Miranda no tenía nada que temer. Él era una persona de posición, una persona de orden, del verdadero orden que no sabe de injusticias y maldades.

En la tarde del 5 de octubre, después de la toma de los cuarteles en aquella zona minera y metalúrgica, Carlos vio como pasaban por delante de su establecimiento varios revolucionarios que llevaban detenidos a dos guardias. Estos acababan de entregarse tras dura resistencia. Habían sido heridos con tiros de escopeta, aunque no de gravedad. Carlos intercedió para que los dejaran en su casa. Accedieron los revolucionarios y nada les faltó a los dos guardias mientras la cuenca minera levantaba bandera roja. En la noche del 12 de enero, a los tres meses de la revolución, Carlos Miranda fue detenido. La detención fue llevada a cabo por más de 40 hombres. Carlos estaba tranquilo, no tenía nada que temer. Se despidió de su mujer y ni siquiera quiso besar a sus hijos. Sería poner mucho sobresalto en su sueño a las tantas de la noche. Antes de veinticuatro horas estaría de vuelta. Y no volvió?".

El antiguo Colegio de los Hermanos de la Doctrina Cristiana, el siniestro "Hachu" de la contrarrevolución, es desde hace tiempo una alegre y querida escuela pública; quien conozca el edificio verá que es muy difícil aceptar la versión oficial de la muerte de Carlos Fernández Miranda: "Se arrojó por la caja de la escalera cuando lo llevaban a prestar declaración".

Nunca sabremos el verdadero motivo de su detención, ni tampoco si fue ejecutado o murió al no poder soportar las torturas a los 8 días de ser sacado de su casa; tampoco por qué aquella noche aciaga se envió en su busca a una tropa que se nos antoja exagerada. Su historia es otra de esas piezas que no acaban de encajar en el puzle que nos han vendido.

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