Historias heterodoxas

Por una corbata

La muerte a golpes con una barra de hierro del asturiano Ángel Abella, confundido por su indumentaria con un miembro de los partidos fascistas

Por una corbata

Primavera de 1934. En España se vivía en medio de sobresaltos. No cabía duda de que eran malos momentos y el futuro se veía amenazado por nubarrones que iban a acabar lloviendo sangre sobre España. Por todas partes menudeaban los incidentes y los conflictos laborales. En Asturias, por diferentes motivos, casuales u orquestados, las principales empresas también estaban afectadas.

Fábrica de Mieres intentaba salir de una crisis económica y miles de familias andaban pendientes de la entrevista que la tarde del 7 de marzo iba a mantener el ministro de Industria con el delegado del Gobierno en el Banco de Crédito Industrial para tratar de conceder un crédito a los administradores judiciales que, al quebrar la histórica empresa, se habían hecho cargo de estas explotaciones, para que continuasen funcionando.

En medio de la tensión por la supervivencia laboral se seguían de lejos las noticias políticas: el 15 de febrero la Falange Española de José Antonio Primo de Rivera y las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista de Onésimo Redondo y Ramiro Ledesma habían acordado unificarse en una formación que iba a marcar la vida de los españoles a lo largo de 50 años. El 4 de marzo los enfrentamientos callejeros entre partidarios y detractores del nuevo partido acompañaron el acto fundacional celebrado en el Teatro Calderón de Valladolid.

Desde el primer anuncio todo hacía presagiar el desastre, la radio dio la información de que miles de campesinos se habían dirigido hasta la capital castellana en grupos separados y con sus corazones divididos por la política, y cuando llegó la mañana del mitin los alrededores del teatro eran un hervidero. En el interior no cabía ni un alfiler más.

La noche previa, una escuadra mandada por el joven José Antonio Girón se había encargado de revisar la seguridad del local y montar el escenario. Girón -como seguramente recordarán- tuvo luego una dilatada carrera, fue ministro de Trabajo con el primer franquismo y visitó la cuenca minera en junio de 1944 pronunciando un discurso en Mieres ante 70.000 productores, según la prensa de la época, pero entonces esto aún quedaba muy lejos.

Aquel día, la cabeza española de la hidra fascista que se incubaba en toda Europa habló para su parroquia entusiasta. Uno tras otro los nuevos líderes arrancaron aplausos y vítores hasta que llegó el delirio cuando José Antonio tomó la palabra para citar la revolución pendiente: "?ya me darán la razón cuando unos y otros nos encontremos en el otro mundo, adonde entraremos, después de ejecutados en masa, al resplandor de los incendios, si nos empeñamos en sostener un orden injusto forrado de carteles electorales".

Por eso, a nadie le extrañó que a la salida hubiese garrotazos y disparos entre partidarios y detractores, que ocasionaron decenas de heridos. Más llamativo fue ver la implicación de los propios organizadores del acto respondiendo a sus adversarios con la acción directa: Ramiro Ledesma, al frente de un grupo de sus escuadristas se lió a porrazos en la calle Cánovas del Castillo y el mismo José Antonio tiró de pistola para desalojar a balazos los primeros soportales de Fuente Dorada? unos pocos presagiaron que esa violencia llegaba para quedarse.

En Asturias, "El Noroeste" sacó el día 6 una pequeña reseña resumiendo los hechos. La fuerza pública había logrado en un principio calmar los ánimos, pero cuando todo parecía resuelto volvieron a producirse los incidentes y se oyeron algunos disparos sin que se pudiese precisar de donde partían. Entonces los uniformados se vieron en la necesidad de hacer una descarga al aire para lograr disolver a los grupos y poner fin a la contienda, originando una alarma enorme con carreras, invasión de establecimientos, rotura de cristales y pánico entre los transeúntes despistados.

El primer balance de la Casa de Socorro dio cuenta de siete personas heridas, seis de escasa importancia y el joven jornalero Emilio García, con una herida de bala en el pecho y otra en el brazo de pronóstico reservado. Pero la misma mañana en que los mierenses estaban pendientes de las gestiones del ministro de Industria, se amplió la noticia con un incidente de gravedad que en un principio se había silenciado: "Comunican de Valladolid que esta mañana falleció el estudiante de medicina Ángel Abella, de 19 años, natural de Oviedo, que resultó herido grave en los sucesos del domingo al terminar el mitin fascista. Este estudiante no había asistido al mitin y fue agredido con una barra de hierro por un grupo de doce extremistas. Los estudiantes han protestado de la agresión. El cadáver será trasladado a Asturias y enterrado en Pravia."

Al parecer, Ángel Abella no pertenecía a ningún grupo político y ni siquiera había asistido al mitin falangista, pero tuvo la mala suerte de ir vestido de forma poco adecuada en el sitio y el momento equivocados, pues su costumbre de llevar corbata para darse un toque distinguido ante las mocitas castellanas le trajo la muerte.

En medio de la tensión extrema el joven se había cruzado con un grupo de exaltados en la calle Zapico de Valladolid, esquina a la Plaza de los Arcos; mantuvo la mirada con uno de ellos y este asoció rápidamente esa apariencia de pequeño burgués con la indumentaria que llevaban los falangistas, así que sin mediar palabra lo agredió con una barra de hierro, dejándolo inconsciente hasta su fallecimiento el día 6 de marzo.

El caso era tan curioso que cuando se supo que el cadáver iba a llegar a Asturias, muchos ciudadanos se desplazaron hasta la estación de Ablaña. Entonces, como ahora, este era el lugar donde se realizaba el trasbordo entre los trenes de Castilla y los de vía estrecha. Por fuerza debía verse el tránsito del ataúd que llegaba desde Valladolid y tenía que mudar al convoy que iba a conducirlo hasta Pravia.

Cuando se detuvo el expreso de la tarde, los curiosos guardaron silencio observando entre el vapor de la máquina y el orbayu como los guardias bajaban desde un vagón especial la caja fúnebre para hacer el cortejo hasta el otro tren que estaba esperando. En una esquina unos jóvenes con camisas azules no se decidieron a hacer el saludo a la romana, en parte por la reacción de la mayoría, pero principalmente porque la orden de sus jefes era esperar hasta que se pudiese aclarar la vinculación del muerto con su ideología. De modo que el cadáver del infortunado estudiante fue depositado en medio de la expectación en otro furgón del ferrocarril del Vasco y siguió su camino.

Como se esperaba, llegó a Pravia a las dos de la tarde y después de un acto religioso sus familiares encabezaron el cortejo de sus restos al cementerio acompañados por una multitud que no salía de su perplejidad. A la misma hora, los mierenses conocían que el ministro Ricardo Samper había elaborado y distribuido entre sus compañeros del Gobierno un proyecto sobre la producción minera que planteaba una transformación total de la Industria asturiana.

Entretanto, en la Universidad de Valladolid se colocó la bandera a media asta como señal de duelo por el fallecimiento del estudiante y se multiplicaron los rumores. Para aclarar si -como se decía- entre los agresores de Ángel Abella se encontraban algunos alumnos de la Facultad de Medicina, su Decano abrió un expediente cuya resolución tampoco fue sencilla, puesto que la situación se tensó aún más cuando un testigo que se dirigía a entrevistarse con el rector fue agredido por otros desconocidos, resultando con lesiones de consideración.

Finalmente, de la investigación policial se dedujo que el hecho deplorable no había sido premeditado, sino producto de la violencia que reinaba aquella mañana en las calles, pero como consecuencia sí resultó inculpado el conocido dirigente estudiantil Francisco Calle, quien representaba al sindicato universitario progresista FUE en la Escuela Normal del distrito vallisoletano, al que se le impuso una condena de 14 años, 8 meses y un día de prisión.

A su vez, los falangistas, que aún contaban a sus héroes con los dedos de una mano, pensaron en principio sumar a Ángel Abella a su panteón de caídos, dado que su muerte estaba íntimamente ligada al acto de su unificación, pero no encontraron su nombre entre las listas de afiliados de las JONS, de Falange o del SEU, su flamante sindicato estudiantil. Tampoco hallaron prueba alguna de que simpatizase con su movimiento, ni a nadie que lo hubiese oído hablar nunca de política. Así que el elegante praviano, que había dejado este mundo de la manera más absurda, pasó al otro lado del umbral con pena, pero sin gloria.

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