Un colegio para aprender a vivir

El centro de educación especial de Santullano hace frente al desconocimiento social y a los viejos prejuicios con su labor con 33 discapacitados

Un colegio para aprender a vivir

"Por desgracia, tenemos que hacer frente a un doble problema, y es que el centro es un gran desconocido a nivel social y, además, detectamos que arrastra mala imagen debido a viejos prejuicios". La dirección del colegio público de educación especial de Santullano percibe que alumnos y profesores están aislados y en gran medida desconectados de la vida educativa de la comarca. Algo falla si profesionales que se encargan del cuidado y enseñanza de jóvenes discapacitados tienen esa percepción. Y es que la afectuosa y paciente labor que estos docentes desarrollan entre los opacos muros de la escuela debería ser mucho más visible, ya que son ejemplo de hasta qué punto las relaciones humanas se fortalecen cuando las dificultades obligan a sumar fuerzas para superar barreras.

En el colegio de Santullano cursan estudios 33 alumnos con diferentes grados de discapacidad. Alrededor de una veintena de docentes cuidan de ellos. Son más que maestros, ya que los vínculos que se crean en estas aulas especiales van más allá del ámbito académico. Por regla general, los alumnos entran en el centro a los tres años y no lo abandonan hasta los 21. "Al final formas una familia, ya que pasamos juntos casi todo el día". Los escolares entran a las nueve de la mañana, almuerzan en las instalaciones y vuelven a sus casas a media tarde. El colegio cumple este curso un cuarto de siglo como centro público. A efectos administrativos, su gestión es idéntica a la del resto de centros de educación infantil. De hecho, hay alumnos que comparten actividades. "Los que tiene un grado de discapacidad menor compaginan la educación especial con la formación reglada generalista", explica la directora, Montse Sariego.

El centro escolar de Santullano trabaja con carencias, pero, aún así, sus aulas y pasillos destilan una sensación de agradable recogimiento. Todo tiene su sentido, con una simplicidad que trasmite ternura. "Estos niños necesitan actuar con orden, las rutinas les facilitan enormemente las cosas, son vitales en muchos casos para ellos", subraya Carmen Estrada, jefa de estudios. Lo primero que se encuentran los alumnos al entrar en el centro son murales con sus fotos y las de sus profesores, incluso las de los conductores del autobús escolar. Está todo colocado de manera que los menores tengan claro dónde, cuándo y con quién estarán en cada momento durante el horario lectivo.

Las aulas del colegio de Santullano rompen con la típica imagen de una habitación llena de pupitres y un encerado. Cada puerta esconde sorpresas. Una parte del colegio reproduce una vivienda, con su cocina, cuarto de baños, habitaciones y demás estancias: "Los niños aprenden las actividades domésticas, desde hacer la cama hasta ducharse o lavarse los dientes", explica Montse Sariego.

El paseo por el centro es entretenido. Hay espacios para el deporte, para la lectura, los juegos y para las compras. Y es que hay un pequeño supermercado: "Lo utilizamos para que cojan práctica con el dinero y se familiaricen con los productos de uso más habitual", señalan los maestros. El colegio tiene incluso un coqueto cine, con taquilla y todo. Una de las actividades que más motivan a los alumnos es trabajar en la cooperativa vinculada al taller de plástica y al invernadero que tiene el centro. Abalorios y vegetales se venden luego en mercadillos: "Se sienten muy importantes y lo que más les gusta es organizar luego una comida de empresa", subraya Sariego.

La labor docente que se desarrolla en Santullano permanece por desgracia oculta a los ojos de la sociedad. "Uno de los problemas que tenemos es que estamos lejos de una zona urbana, si estuviéramos en medio del casco urbano todo sería más fácil", resalta la directora. El centro tiene carencias. Por ejemplo, la asociación de padres se ha movilizado en varias ocasiones por los peligrosos accesos al centro. Reclaman la instalación de semáforos. Algunas aulas tiene humedades y el patio de recreo carece del mantenimiento adecuado.

No obstante, la dirección prefiere no quejarse demasiado: "No queremos dar una impresión equivocada, ya que el colegio nunca ha tenido muy buena imagen", lamenta. Según los profesionales, muchos padres siguen siendo reticentes a la hora de mandar a sus hijos discapacitados a centros de este tipo: "Hay familias que optan por llevarlos a los colegios especiales de otros municipios para no tener que dar explicaciones, pero son realidades complejas que hay que respetar". Eso no quita que el profesorado de Santullano esté orgulloso de la labor que realizan. Les gustaría tener una mayor visibilidad social y que los alumnos se sintieran más integrados.

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