Historias heterodoxas

Julita "la Militara"

La historia de una mujer de La Joécara (Langreo) que en los años 50 estuvo 18 meses en el ejército en Valladolid haciéndose pasar por un hombre

Julita "la Militara"

En los años 70 el folklorista Joaquín Díaz recorrió los pueblos de Castilla y León recopilando canciones populares antes de que se perdiesen para siempre, para crear un magnífico archivo con las voces de los últimos que sabían interpretarlas. No fue el primero en hacerlo, pero sí el más famoso y tal vez el más meticuloso. Ahora hay quien sigue con esta labor -también en Asturias-, aunque con mayor dificultad, porque los medios de comunicación llegan hasta el último rincón adulterando la poca memoria que aún se guarda.

Joaquín Díaz se detuvo a grabar algunas de estas piezas en el pueblo vallisoletano de Traspinedo y allí una de las vecinas llamada Marina López Parra, que entonces tenía 54 años, le transmitió varias, que fueron incluidas en un disco que salió al mercado para satisfacción de estudiosos y disfrute de aficionados.

En el vinilo figura, entre otras más conocidas, una con el titulo de "la Militara" donde se narra en cuartetas la historia de una chica asturiana a la que sus padres vistieron de varón para que con ese engaño pudiese heredar de un tío rico, quien había dispuesto que su fortuna fuese al primer sobrino de sexo masculino.

La copla va contando como la llevaron al colegio de niños y al cumplir los 17 años se incorporó al servicio militar en un cuartel de Valladolid igual que los chicos de su quinta, hasta que un día faltó una cartera en la compañía y los reclutas tuvieron que desnudarse para ser registrados, con lo que se descubrió el pastel, o en este caso su ausencia.

Este tema de las mujeres que pasaban desapercibidas e incluso hacían carrera en los ejércitos, cuando la milicia era exclusivamente masculina, se repite en el folklore con protagonistas de diferentes regiones y en épocas diversas, pero "la Militara" es original porque narra unos hechos muy recientes incorporados al cancionero en forma de romance tradicional; también por lo bien que está resumida la historia y por último y más importante, porque lo que se cuenta y canta es real con una protagonista que tiene nombre y apellidos: Julia Fernández González, nacida en La Joécara, en Langreo.

Su caso fue publicado por "El Norte de Castilla" en septiembre de 1951 adquiriendo la notoriedad que puede suponerse en aquel ambiente opresor del franquismo donde se enseñaba que la homosexualidad era a menudo una enfermedad, a veces un vicio y siempre un pecado y además -se nos decía- se daba casi exclusivamente entre hombres.

Julia Fernández solo tuvo que cambiar la última letra de su nombre y llegó a ser con el de Julio soldado de primera como recompensa a sus buenos servicios en la sección de automovilismo del cuartel de La Rubia, en Valladolid hasta que su identidad legal salió a la luz. Entonces se la trasladó en primera instancia al departamento de Cirugía del Hospital Militar de Valladolid donde permaneció custodiada por unas monjas y aislada de los otros soldados para pasar después al Colegio de Huérfanos del Ejército, en Aranjuez. Allí tuvo que reeducarse como mujer, aprendiendo a coser, cocinar, limpiar y llevar un hogar: lo que se esperaba entonces de cualquier españolita.

El periodista de "El Norte de Castilla" redactó su información después de haber intentado entrevistarse inútilmente con ella en aquel hospital: "En el momento de penetrar en la habitación, la joven se encuentra en unión de dos religiosas y una señora. Julia es delgada, de mediana estatura, faz angulosa y rasgos pronunciados. Viste una bata y lleva en la cabeza, a modo de turbante, un pañuelo de fondo marrón, con manchas blancas? habla con voz hombruna, aumentada el tono duro de la misma por la aspereza del dialecto asturiano"? Pero ella no quiso hacer ninguna declaración.

Joaquín Díaz escribió que, después de salir en los periódicos, la censura de la época no dejó que se publicase su historia y la policía llegó a intervenir en la imprenta los papeles que ya estaban preparados para su difusión, prohibiendo que se volviesen a imprimir. De modo que hubo que esperar hasta el año 2004 para que el periodista radiofónico José Delfín Val, la incluyese en uno de sus libros llamado "Aire de siglos". Delfín Val, que es autor de títulos tan sugerentes como "La picaresca femenina: putarazanas, bujarrones y cornicantores", investigó el asunto y pudo obtener algunos detalles sobre la personalidad de Julia tras localizar y entrevistarse con el suboficial de su compañía y el coronel que entonces mandaba en el cuartel.

Según ellos, la moza sabía mecanografía, conducía con destreza coches y camiones, y tenía hábitos masculinos, entendiendo como tales la costumbre de beber, fumar y cortejar a otra chica; pero el escritor no logró saber nada de lo que siguió a su salida del Colegio de Huérfanos del Ejército, salvo que condujo durante algún tiempo una ambulancia del sanatorio Jolín, denominación que se presta al chiste fácil, pero que llevó realmente un establecimiento especializado en cuidados maternales, ubicado en el alto de San Lorenzo de la capital castellana que hoy -como tantos de estos establecimientos privados- se ha convertido en una residencia para la tercera edad. Después se pierde su pista, pero la moza al parecer nunca regresó a La Joécara.

Tampoco yo sé si vive aún Julia Fernández González y de ser así si preferiría que la llamásemos Julio, el nombre que escogió. De ser así, le pido perdón por seguir empleando el femenino. Si hubiese nacido en nuestros días no habría tenido ningún problema para entrar en el Ejército como mujer ni tampoco para que legalmente se le hubiese reconocido como hombre.

Otra incógnita son los verdaderos motivos que la condujeron al cuartel. Ya hemos visto que la copla cuenta que todo partió de un truco para hacerse con una herencia, pero hay más versiones: que si lo había hecho para suplantar a un hermano que se negaba a cumplir el servicio militar; que si sus padres querían reemplazar a otro fallecido; incluso que se trataba de un hermafrodita y su propia madre pensaba que era un hombre.

Yo pienso que lo único que se quiso con estas fantasías fue explicar a partir de la mentalidad de aquel tiempo algo que ahora es tan habitual como la elección de la propia identidad sexual. Si Julia -o Julio- quisiese contarnos su vida, no le quepa duda de que ahora tendría la comprensión y el cariño de todos.

Pero además de la propia historia, en este caso me llaman la atención otras circunstancias que lo rodean. Por ejemplo, no me explico como la joven pudo pasar el reconocimiento previo a su incorporación a filas ni permanecer después 18 meses entre sus compañeros sin mostrar sus genitales.

Entre los momentos más ridículos que yo he vivido tiene un lugar de honor el extraño ritual que cumplir ante un galeno en el desaparecido cuartel de El Milán, encargado de certificar mi idoneidad para pegar barrigazos en Ceuta. Me recuerdo perfectamente en posición de firmes y con aquel calzoncillo blanco de bragueta trapezoidal que mi madre había preparado para la ocasión a la altura de los tobillos, esforzándome en soplar, según la orden del capitán médico, que mientras tanto sujetaba con sus manos expertas mis dos huevos, sin duda para cerciorarse de que eran reglamentarios.

Luego, no sé si es que en África se suda más que en Valladolid, o mi milicia fue más promiscua, pero durante el año y pico que pasé allí, al menos una vez por semana tuve que ducharme en pelotas junto a una treintena de alborozados compañeros que pugnaban por combatir el agua fría entonando casi siempre un variado repertorio de cantos regionales.

Además, están las circunstancias particulares del cuartel en que sucedieron los hechos, porque precisamente en el de Artillería de La Rubia de Valladolid se había producido poco antes, en el verano de 1946, un capítulo poco estudiado de la resistencia antifranquista, lo que debe hacer pensar que la seguridad, la comprobación de la identidad y los registros serían entonces más habituales que en otras partes. Allí nació de un grupo de soldados el llamado "Comando de Fuerzas Libres del Interior", que además de llenar la ciudad castellana de pintadas logró hacerse con un pequeño arsenal sacado del mismo establecimiento, antes de que sus 36 componentes fuesen detenidos y se localizasen estas armas escondidas en una pescadería.

Luego todo se olvidó, conspiraciones y "militaras", el acuartelamiento acabó siendo un incordio para el desarrollo urbanístico y en septiembre de 2011 se inicio el traslado de sus efectivos a la Base "El Empecinado" de Santovenia de Pisuerga dejando libres nada menos que 110.000 metros cuadrados de terrenos para construir viviendas y guardando uno de sus edificios para convertirlo en una residencia permanente para la tropa.

Pero éste ya es otro asunto.

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