El origen del palacio de La Villa, en Mieres, debe buscarse en la torre de planta circular del siglo XIV que aún se conserva integrada en la arquitectura del edificio como una de sus esquinas, o tal vez antes, en un desaparecido puesto de vigilancia romano. Un siglo más tarde la torre pasó a ser casa fuerte y en 1627 el obispo de Oviedo, Juan Torres Osorio ya se refería a ella como palacio. Pero en su larga historia la construcción inicial fue variando sus características adaptándose a las diferentes funciones que quisieron darle sus propietarios, los Bernaldo de Quirós, marqueses de Camposagrado, por quienes lleva su nombre el edificio.

A mediados del siglo XVIII, la familia que durante siglos gozó del mayor abolengo en la Montaña Central, la reformó para transformarla en residencia veraniega; entonces pudo alojar a los viajeros más ilustres que transitaban en uno u otro sentido por la vieja carretera de Castilla, que todavía pasa ante la puerta de sus jardines. Incluso sirvió de sede entre 1854 y 1860 para la flamante Escuela de Capataces, sin dejar nunca de pertenecer a los marqueses que recibieron allí a la reina Isabel II cuando visitó Asturias en 1858.

Aquel año cumplía los 18 José María Bernaldo de Quirós y González Cienfuegos, quien habría de ser el octavo en ostentar el título de Camposagrado, joven ambicioso y derrochador, que le echaba los tejos a una de las hijas que había tenido la reina María Cristina de Borbón-Dos Sicilias en su matrimonio con el guardia de corps Fernando Muñoz. La relación de esta familia con Langreo ya se la hemos contado en otras ocasiones, pero les recuerdo que esta muchacha a la que me refiero y que se convertiría en 1860 en esposa de don José María, era María Cristina Muñoz, marquesa de La Isabela, y por lo tanto hermanastra de la reina Isabel II.

José María Bernaldo de Quirós y González Cienfuegos fue jefe de la Unión Liberal, un partido del que se ha dicho que no tenía más ideología que la de apoyar a la monarquía alejándola del absolutismo y que se caracterizó cuando llegó al gobierno por el mantenimiento de una política económica basada en fuertes inversiones públicas.

A don José María lo conocieron en sus días como "Pepito Quirós" para diferenciarlo de su padre, don Pepito. Fue diputado en varias ocasiones y senador del reino, igual que su progenitor, aunque él llegó más arriba desempeñando la vicepresidencia del Congreso. Su patriotismo lo llevó a estar presente cuando Alfonso XII desembarcó en Barcelona en enero de 1875 restaurando la dinastía que había expulsado de España el general Prim y también acompañó al joven príncipe hasta Madrid para su coronación.

Pero su vocación y su carrera fue la diplomacia internacional y a ella dedicó su vida. Recibió el nombramiento de embajador en San Petersburgo en 1892, aunque ya llevaba años en Rusia como representante de nuestro país y cuando se coronó el Zar Alejandro III el 27 de mayo de 1883, se encargó de organizar la representación nacional que acudió a aquellas fastuosas ceremonias. Luego pasó como ministro plenipotenciario a Constantinopla y Atenas entre 1898 y 1908 y de todos sus destinos trajo condecoraciones que unió a sus títulos de caballero Gran Cruz de Carlos III, maestrante de Granada y Gentilhombre de Cámara de S.M. con ejercicio.

Entre los amigos de Pepito Quirós estuvo Alejandro Pidal y Mon, el paradigma del caciquismo en Asturias. Los dos compartieron la misma forma de administrar su poder a todos los niveles, de manera que cuando tuvo ocasión, el marqués no dudó en intervenir en el nombramiento de los alcaldes mierenses; también conoció en París al tío del "Zar de las Asturias", el financiero Alejandro Mon Menéndez, antes de que fuese nombrado presidente del Consejo de Ministros.

Esta relación entre las dos familias tuvo su fruto con el matrimonio de don Alejandro Pidal y e Ignacia Bernaldo de Quirós, hermana de don José María, quienes habrían de ser los padres de Pedro Pidal y Bernaldo de Quirós, marqués de Villaviciosa y a su vez marido de Jacqueline, la hija de Numa Guilhou. Si deshacen este ovillo verán como estamos ante un claro ejemplo de la política matrimonial que siguieron en estos años los linajes más poderosos de nuestra región para preservar así sus fortunas y sus privilegios.

Más arriba lo califiqué como derrochador y es que al parecer no reparaba en gastos. De él se contaba que en una ocasión había hecho llegar hasta la Corte del Zar un buque lleno de claveles fletado en Valencia para ambientar una de sus fiestas. Es difícil saber si fue cierto, pero así se repetía en Asturias. Por su parte, su esposa, doña María Cristina también era generosa y quiso mostrarlo en Mieres creando una fundación dedicada a celebrar la fiesta de Santa Germana, la devoción que se celebraba en una pequeña capilla del monte situado frente al palacio, desaparecida e ignorada después hasta que el recordado Julio León Costales se empeñó en restaurarla ya en los años 90 del pasado siglo.

Por cierto, tuve la fortuna de acompañarlo hasta allí en aquellos días y ver una curiosa imagen de Santa Catalina que él encontró escondida en un pajar y que se correspondía con la advocación del antiguo hospital de peregrinos que había en La Villa. Guardo las fotografías de esta talla, pero desconozco qué sucedió con ella. Otro día nos ocuparemos del tema.

Volviendo a la fiesta de Santa Germana, con una romería que era sobre todo infantil, la dotación económica daba en un principio para pagar a los sacerdotes encargados de la celebración religiosa y rifar hasta una docena de ovejas entre los niños asistentes, pero el dinero empezó a menguar y el número -tanto el de los pastores religiosos como el del pequeño rebaño lanudo que se sorteaba- también se redujo hasta desaparecer del todo.

A pesar de sus andanzas europeas, los marqueses nunca se olvidaron de su tierra. Mantuvieron su residencia en el palacio de Villa, en Riaño, donde ambos fallecieron, él en 1911 y ella diez años más tarde, y allí siguen para siempre enterrados en su panteón; tampoco ignoraron Mieres, como lo evidencia el nacimiento en su palacio de Jesús María, el noveno marqués de Camposagrado, en 1871, y también la curiosidad de que otra hija, la que sería marquesa de Atarfe, fue bautizada como Ana Germana, recordando así la advocación de la pequeña capilla mierense.

No me resisto a contarles que esta Germana se casó con Luis de Borbón y Borbón, y que sus descendientes acabaron enfrentados en los tribunales con la mismísima Casa Real por la propiedad de la colección de arte "Duque de Hernani", una de las mejores existentes en el país. Pero -disculpen que los años me hayan hecho más cobarde-, este asunto es tan delicado que me limito a citarlo de paso, recomendándoles a ustedes que completen su información por otros medios.

En un artículo publicado en Comarca el 6 de julio de 1968 se cuenta como, en una de las visitas de los marqueses, coincidiendo con las fiestas del Carmen de La Villa, se organizaron elegantes bailes en su palacio, que intentaban recordar en la medida de lo posible los que se vivían en Moscú.

Por supuesto asistió toda la nobleza asturiana, pero la tarde de la fiesta grande las puertas de palacio se abrieron para que las chicas más pudientes de la pequeña sociedad mierense, que entonces, como es lógico suponer, era bastante limitada tanto en número como en riqueza, pudiesen conocer aquel ambiente.

El cronista del recordado semanario firmó con una inicial y desconocemos su identidad, pero por los datos que aporta tanto en este como en otros artículos del mismo estilo, suponemos que ya debía ser un hombre de mucha edad. Según lo que él había podido oír a sus mayores, entre quienes se emperejilaron para acudir al sarao estaban las hermanas Ángeles y Delfina Rodríguez y las señoritas de Muñiz, Granda, Banciella, Velasco y Urdangaray, en las que algunos y algunas reconocerán actualmente a sus tatarabuelas.

El marqués envió a recogerlas hasta La Pasera a dos o tres coches enjaezados y tirados por cuatro caballos cada uno, lo que causó la admiración del sector más tradicional de la población y el rechazo de los más críticos -no hay que olvidar que entonces el movimiento obrero ya daba sus primeros pasos en las minas y la Fábrica-, de modo que un grupo de mozos y mozas acogió la llegada de la comitiva frente a La Campa con burlas.

Pero a ellas no les importó: las jóvenes elegidas se encargaron primero de soltar desde el balcón del noble edifico unas palomas blancas al paso de la procesión con la Virgen y después, por primera, y seguramente única vez en su vida, pudieron bailar con señoritos de camisa con cuello duro y olor a Guerlain, al compás de una buena música de orquesta y luciendo sus mejores galas iluminadas por la luz de las arañas que pendían del techo del gran salón de los Camposagrado. Después? que les quitasen "lo bailao".