El poleso Ángel Argüelles, el hijo de Máximo «Tomate», fue un chigrero empedernido y un bebedor de sidra fuera de lo corriente; su tasa y medida estaban por encima de la caja diaria, durante todos los días de la semana y a lo largo de muchos años de su vida, lo que certificaban y daban fe los asiduos clientes de las sidrerías Los Portales, El Polesu, Nemesio, El Pumarín y Fidel.

Ángel «Tomate», apodo que le dejó de herencia su padre, trabajó haciendo chocolate en casa de Medita Nachón, después fue un empleado del Ayuntamiento sierense hasta su jubilación; primero carpintero y uno de los encargados de montar los obstáculos del hípico, en aquellos concursos nacionales que se celebraban en la Pola por las fiestas de El Carmín, y después de jardinero, también el que por los inviernos proporcionaba calor a la Casa Consistorial y a los colegios, ya que era el que encendía y atendía las calefacciones.

Las horas extra y el trabajo complementario los hacía en determinados chigres como echador de sidra, especialmente los fines de semana y días festivos, además de participar en todas las tertulias y en los juegos de brisca y tute (llevando siempre inteligentemente todo controlado y contabilizado a pesar de la mucha sidra que tomaba). En casa de Nemesio le rodeaban Cándido Nachón, los hermanos Salva y Agapito, el Moscón, Malcorne y Tino Carrión. En Los Portales eran sus compañeros de mesa Domingo Meana, Churil, Antonio Cabeza y Amador el de Samartino y, a su lado, en la pared, había una pizarra para contabilizar las botellas de sidra que se iban consumiendo.

Hace muchos años, por 1943, Máximo Argüelles había instalado un bar en la Pola, frente al Ayuntamiento, creyendo que allí estaría el porvenir de sus jóvenes descendientes y hasta había planificado que la taberna sería atendida por los dos varones y la cocina por Nieves. Ninguno quiso entonces sujetarse en un bar propio y, sin embargo, ellos se pasaron la vida echando sidra por las sidrerías, Amador en La Felguera y Ángel en la Pola, y aquel local terminó siendo la peluquería sucursal de otro Ángel, aquel barbero que había llegado muy modernizado de Arriondas.

Volviendo a Angelín Argüelles, al que siempre llamaban «el paisano», según me cuenta Sabino el del Molín de Baldoria, diremos que se había casado con casi 40 años con una rapaza de Valdesoto, Josefina Rodríguez Díaz, en aquellos tiempos guardabarrera del Ferrocarril de Langreo en Bendición, y que los cortejos los realizaba Ángel desde la ventana del bar de enfrente, el conocido como Casa de Literio, ya desaparecido.

Igualmente se supo en la Pola y por los alrededores que el regreso de aquella luna de miel fue un poco accidentado, ya que Ángel llegó a casa un día después que la novia, según dijo, «al perderme entre casa de Nemesio y casa de Fidel, algo que no me preocupó mucho, pues sabía que la familia estaba bien».

Después de casados recorrerían juntos bastante mundo, visitarían Egipto, Jerusalén, Turquía e Italia, poniendo siempre Ángel como condición «el llevar consigo en la maleta alguna botelluca de sidra para el viaje; si no era así, él no iba».

En los últimos años de su vida, y cuando ya había enfermado, acudía a la consulta del doctor Crespo y siempre le preguntaba al marchar «si podía tomar una o dos de sidra». Tardó en aclararse que cuando el médico autorizaba una botella de lo que aquel paciente hablaba y entendía era de una caja, por lo menos. Entonces, cuando se descubrió tal truco, y con su característico mal genio, le respondió: «Yo pa tomar una botella de sidra no salgo de casa».

También debemos contar que Ángel Argüelles era el hombre de confianza de Juan el Mancu, para probar la sidra por los llagares de Nava y Villaviciosa, la que después se escanciaría en El Polesu. Nunca faltaba a la fiesta de les Piragües y la mesa quedaba reservada en el bar de La Guía de Ribadesella de un año para otro; fue un pionero con los Cascaos y, los domingos, después de la misa de doce, en compañía de Lete, Higinio el cartero y Eri el Catalu, «tenían que cumplir con la penitencia impuesta por el cura», que era la de visitar todas las sidrerías de la Pola.

Descubriremos ahora (esperando que Ángel me perdone desde el más allá), que para comer era excesivamente escogido. Amante de la buena cocina, muy sopero y simpatizante de los callos y de las mollejas. Para vestir muy sibarita; la ropa tenía que estar planchada con esmero, los trajes siempre de encargo y de un sastre de El Berrón, y los zapatos que compraba eran los mejores que encontraba por los bazares. Aficionado del Real Oviedo y también asiduo en El Molinón, sin que nunca se perdiese un partido del Club Siero en El Jardín.

Hace ahora tres años fuimos por un tiempo vecinos de habitación en la tercera planta de la Residencia Sanitaria de Oviedo. Su dolencia se había agravado y en aquellos días me confesaba que echaba mucho de menos la sidra y que añoraba la Pola. Después estuvo una temporada en una residencia de Colloto (la que había escogido por estar cerca de su sobrino, Francisco Somonte, avecinado en Limanes, y por tener un bar al lado y muy a mano).

El poleso Ángel Argüelles Miranda, «Tomate», falleció en Colloto el 17 de septiembre de 2006, a los 87 años de edad. Se fue al otro mundo «después de tomar mucha sidra y de todas las cosechas», como el mismo proclamaba. En su Pola de Siero, además de su recuerdo, aún conserva Sabino, en el «Molín de Baldoria», y como pieza de museo, un vaso de sidra rotulado con el nombre de «Ángel Tomate», por el que solamente él bebía sidra en Los Portales.