Candás, Braulio FERNÁNDEZ

Desde hace más de 400 años, la marañuela ha sido empleada como bollo por padrinos y madrinas en Pascua para agasajar a los ahijados. Tanto en Candás como en Luanco. En un hospital, se sabe que uno es de Candás, dicen, porque lleva una bolsa de marañuelas para el médico. El caso es que cada maestrillo tiene su librillo, y en las dos capitales del Cabo Peñas se compite, año tras año, día tras día, en cuál es mejor, y en cuál fue primero. Como para gustos se hicieron colores, la primera solución depende del paladar, depende de un juicio subjetivo. Pero para decidir cuál fue primero, si el huevo de Candás o la gallina de Luanco, o viceversa, hay que acudir a la Historia.

Así es que a ambos lados del río Pielgo se discuten y se argumentan los motivos por los que la marañuela es candasina o luanquina en origen. Pues parece ser que ni lo uno ni lo otro, pues la marañuela vino del frío. Es decir, que el dulce llegó de mano de los habitantes del norte de Europa. Existe el mito popular, con alguna referencia genética, de que el núcleo poblacional de Antromero fue escenario de un desembarco de vikingos. Existen referencias en algunos textos históricos de este hecho, e incluso versiones noveladas del mismo. Hoy en día, algunas gentes de la comarca con el pelo rubio o cobrizo son señaladas como descendientes de aquellas hordas de los países nórdicos, sin mayor precisión cronológica que la Edad Media.

Y los nórdicos entran en escena porque ellos son el probable origen de la marañuela. Dado que este dulce no es común en la rasa cantábrica y es característico de Peñas, con el hecho añadido de tratarse de una región eminentemente pescadora, la intervención de los vikingos pudo ser decisiva. Así lo relatan los escolanos que a finales de los años setenta viajaron con el párroco candasín de entonces, don Valeriano, a Suecia. Allí comprobaron cómo en alguna localidad de esta nación nórdica se comercializaban pastas exactamente iguales a las de Candás y Luanco. Con sus formas de caracol, lazos y cruces, las marañuelas se vendían en la misma proporción y sabor que aquellas por las que los candasinos y luanquinos peleaban.

La marañuela, como bien es sabido, tiene como especial cualidad su larga duración. De hecho, se prefiere dejar pasar los días o las semanas para hincarle el diente. Hasta un año es un tiempo más que adecuado para poder comer un dulce como éste. Como quiera que Candás y Luanco son poblaciones eminentemente pescadoras, la marañuela pronto se convirtió en un alimento habitual en las largas costeras del bonito y expediciones balleneras.

Dicen en Candás que la marañuela de Luanco es muy dura. Mientras, los luanquinos hablan de lo blanda que es la de la capital de Carreño. Pero el debate que verdaderamente divide, porque no goza de argumentos sólidos, es quién la elaboró primero. Y así, tras la expedición de don Valeriano y los escolanos al norte de Europa, parece que la riña ya no tiene sentido. Fueron los vikingos.

Se sacan las natas de la leche, para hacer manteca, y se cuece. Se le añaden la harina, los huevos enteros, el azúcar e incluso ralladura de limón o bicarbonato.

Luanco

El proceso es el mismo, si bien la marañuela gozoniega sólo utiliza las yemas del huevo, desechando las claras. Como resultado de esta selección, la pasta resulta más dura que la de Luanco, explican los confiteros.