Candás,

Manuel NOVAL MORO

El escritor cubano Aldo Javier Méndez Camacho protagonizó ayer la ponencia previa a la clausura de las jornadas literarias «Mar adentro», en la Casa de Cultura de Candás, que patrocina LA NUEVA ESPAÑA. Brevemente, el protagonista se presentó a sí mismo como «cuentero», ya que ése es actualmente su oficio, y se definió como reacio a los micrófonos y a las mesas. Lo suyo, como demostró unos minutos más tarde, son «las orejas y los ojos». Méndez mostró, como no podía ser menos en la villa marinera, su profunda vinculación con la mar. De hecho, su ponencia se titulaba «Un mar de palabras. La memoria como viaje: el oleaje de los afectos».

Para el poeta y narrador cubano, «ser contador de cuentos es ser un poco marinero; todos en nuestro oficio somos un poco mar». Y por si fuera poco, él nació en una isla. «Los cubanos somos hijos del mar», señaló. Vivió en Meneses, a unos cuantos kilómetros de la costa, y entonces el mar era un sueño para él. Hechas las presentaciones, pasó a la acción. Dejó atrás el micrófono y la mesa y se situó de pie frente al público a contar sus historias.

Aldo Méndez demostró una gran habilidad para contar cuentos, para sacar el mejor partido a la oralidad de las historias. Algunas de ellas, de corte popular; otras, autobiográficas; otras, tomadas prestadas de algunos autores, pero todas con un gran poso de tradición oral. La apertura fue una demostración de virtuosismo y de memoria. El cuento infantil del Gallo Perico, con recitados muy rápidos y difíciles, despertó asombro e hilaridad a partes iguales.

Ya fueran fábulas o historias sobre personas reales o imaginarias, las narraciones compartían un mismo tono: el del gusto por la palabra y la narración. En sus relatos Méndez habló de libertad, de amor, de la infancia y, en suma, de la vida tamizada por la literatura.

Muchas escenas provocaban carcajadas, hubo también momentos cargados de emoción, improvisaciones que hacían que él mismo se riese de sus ocurrencias; en todo momento el cuentero se ganó al público, que en ocasiones hasta le interrumpía la narración con sonoras ovaciones, una forma perfecta de concluir las jornadas literarias de Candás.

De la poesía urbana de El Chojin a la narración oral de Méndez, durante dos días la villa marinera volvió a respirar literatura en estado puro.