Ex secretario de la Cofradía de Pescadores de Candás

Candás,

Braulio FERNÁNDEZ

Candás ha sido en el siglo XX un pueblo pionero: mujeres con trabajo estable, dueñas de las casas y de las calles, amas de casa y trabajadoras en las fábricas de conserva. Y en el maridaje con la conserva y la tarea de la mar, que los hombres desempeñaron durante buena parte de los meses del año. Una labor que incrementó su población y la hizo dependiente de la mar, hasta que llegó la industria en los años cincuenta. De todo ello tiene buena memoria Cipriano Aramendi, nacido en 1922, y cuyo trabajo en la Cofradía de Pescadores de Candás le convierte en una fuente acreditada. El candasín comparte sus recuerdos con LA NUEVA ESPAÑA.

-¿Hasta dónde llega la importancia del mar en la vida candasina?

-Cuando yo nací, en la primera mitad del siglo pasado, el mar era por encima de todo abundante. Se pescaba y daba para comer. En los años veinte, el ochenta por ciento de los habitantes de Candás vivía de la mar y sus derivados. Existía el matrimonio de la mar y la conserva, hombres y mujeres, y eso proporcionaba a las familias un sueldo potable para aquel entonces. Tanta gente se dedicaba al mar que la cofradía de pescadores era una institución de gran relevancia, que incluso disponía de una clínica médica, que hacía las veces de ambulatorio para todo el pueblo.

-¿Cuándo y cómo comenzó su labor en la cofradía?

-Yo entré a trabajar en 1945, mediante una oposición. Era el único de los que entramos que sabía escribir a máquina y por eso me pusieron de secretario de la sociedad. Fíjese si la cofradía tenía importancia entonces que ya no es que fuera el ambulatorio, sino que incluso daba clases de música a sus afiliados. Además de seguridad social, era vehículo cultural del pueblo. Pero además, durante el invierno, como no había pesca, se instauró un préstamo para mitigar el hambre. Era un dinero que luego durante el verano se devolvía, lo llamaban «el peludo».

-¿Cuánta gente de la villa se dedicaba a la mar en la primera mitad del siglo XX?

-En 1945, cuando yo entré a trabajar, había 800 pescadores censados en la cofradía; hoy no llegan a la veintena. Ahora hay otros trabajos más estables y, sobre todo, más rentables. Entonces el puerto de Candás era prácticamente el más importante de Asturias. La cofradía estaba en la plaza del muelle, donde hoy está la estatua de la marinera de Antón, y había una báscula donde se pesaban todos los carros de los barcos, cuya cola llegaba hasta el faro de Palmera. El precio de venta en Candás era entonces la referencia para todas las lonjas de la región por la cantidad de pescado que entraba. Claro que eso era por la docena de fábricas de conserva que había.

-¿Y cómo se organizaba a casi un millar de pescadores en un lugar tan pequeño?

-El mayor secreto de la profesión estaba en el olfato para saber dónde ir a pescar. Los pescadores vivían el día a día y querían ir a pescar con el patrón que más capturas realizaba, que en Candás entonces era Antón de Pano. A más capturas, más dinero para cada pescador. Los barcos eran de vapor, con poco espacio, ya que debían reservar parte de él para el carbón y el agua, lo que reducía su autonomía, y sólo podían estar dos o tres días fuera y llevar a unos catorce hombres. Con todo, existía un orden no escrito que hacía funcionar la cosa.

-¿Cuándo se produjo finalmente el cambio en Candás?

-Sucedió en los años cincuenta, con la llegada de Ensidesa. El cambio fue radical: de la noche a la mañana los hombres dejaron de presentarse por la mañana en el muelle para hacerlo en la estación de tren para ir a la siderurgia. Se tuvieron que vender muchos barcos y a falta de flota el mercado se resintió.