El debate planteado por la ley del aborto ha sacado a la luz posturas ideológicas contrapuestas que jamás encontrarán un punto de confluencia. Para un pragmático la postura podría ser ésta: Que la mujer es la dueña de su cuerpo, pues? ¡igual! Que el aborto no debe ser delito, pues? ¡puede! Que una niña de 16 pueda actuar sobre su embarazo sin consentimiento de los padres, pues? ¡allá cada uno! Que es pecad, pues ¡vale! Pero, ¡qué me dices! ¿Que ahora vamos a tener que pagar entre todos, con nuestra maltrecha Seguridad Social, cada año ciento cincuenta mil intervenciones, muchas de ellas por falta de criterio o por un quítame allá estas pajas, sin riesgo de la salud de nadie y sin otras razones médicas? ¿Y me dices que aquí no sirven listas de espera? ¡Vamos a ver! A mí me parece muy bien cualquier cosa, pero si cada uno paga su cesta de la compra: las alambres de los dientes de los niños, el arreglo de la nariz aguileña, las gafas para ver de cerca, o que nos manden poner en la declaración de la renta la cruz en la casilla «Quiero que el equis por ciento de mis impuestos se emplee en solucionar embarazos no deseados».