Fuimos testigos de la presentación del plan integral de infancia, compartiendo la propuesta de que los menores sean agentes en la vida ciudadana, que su voz sea oída y sus derechos respetados. Pudimos oír, no sin emoción, las atinadas palabras de dos niñas que formaron parte de la mesa de autoridades. Y allí, admitiendo el básico proverbio africano, «para educar a un niño se necesita a la tribu entera», el señor alcalde insistió en que la primera responsabilidad educativa es de los padres, cosa que el sentido común asume fácilmente. Por eso, quienes tenemos como trabajo el educar, cuando observamos que miran expectantes cincuenta ojillos para llevar ilusión a sus vidas, pensamos que tal vez muchas de esas miradas son las mismas que vieron la desesperación de padres ahora sin trabajo, y descubrieron la fragilidad y la incertidumbre. Es molesto que un buen plan de infancia se vea truncado porque los jefes de la tribu son incapaces de hacer que en cada choza sea posible la ilusión. Tememos que en estos tiempos los planes sean mirados de soslayo mientras se masculla «Primum vivere, deinde philosophari».